No hablemos de tendencia, pero sí
de movimiento. De movimiento no el sentido de grupo artístico sino de acción,
de moverse, de ir hacia allá, o hacía acá. En el cine contemporáneo hay
entonces un movimiento: el de ir hacia un pasado o a un momento: el del cine
silente. Este movimiento lo realizan directores representativos del - llamémosle-
cine arte como Guy Maddin (en varias de sus obras), Apichatpong Weerasethakul
(en Tropical Malady) o Pablo Berger
(en Blancanieves) hasta directores
como Hazanavicius. A este último lo separo porque, en algunos aspectos, no creo
que El Artista sea una película
representativa del cine que intenta cruzar las fronteras del cine comercial
(como se ha define generalmente, y por oposición, al cine de arte) sino que,
como demostraré más abajo, está bien dentro del cine industrial.
El Artista es la hermana mayor y en blanco y negro de Cantando bajo la lluvia. No solo porque en la trama sucedan cosas
parecidad (en la transición del mudo al sonoro un artista se resiste a adaptarse
al nuevo logro técnico) sino porque ambas celebran y reafirman la manera de
producir de los estudios. Es sabido: con la llegada del sonido, algunos artistas
se resistieron hasta tal punto al nuevo invento que filmaron películas silentes
aún cuando el sonido estuviera a disposición como Chaplin que realizó la que
quizás sea su obra maestra: Luces de la
Ciudad, sin sonido. O Buster Keaton, un genio a la altura de Chaplin – y quizás
aún más- que artísticamente no sobrevivió a la nueva forma de trabajar. Ambas
películas lo que finalmente celebran es la figura del productor, o del director
de la Compañía, del hombre que ve para donde va la cosa y actúa en
consecuencia.
Aún así, Cantando bajo la lluvia es una caso paradojal por varios motivos. Bastante
cerca del fin de la época dorada de los estudios de Hollywood (1952), la misma
plantea una reafirmación del método de producir películas de manera industrial
al mismo tiempo que celebra y consagra una técnica. Y no me refiero solo a la técnica
de la danza (que en sus bailarines roza la excelencia) sino a la técnica del color
(el Technicolor) que en varias de las escenas musicales (puramente maniesristas
en algunos casos pues no tienen una relación directa con la historia) es la
principal protagonista. La película se refiere a una técnica (el sonido) pero
en el fondo está “promocionando” a otra (el color).
La que seguramente sea la escena
más recordada de la película en la que Geny Kelly baila, justamente, bajo la
lluvia también es paradojal: el talento de Geny le permite danzar en el agua y
sin embargo ni la calle, ni la lluvia son verdaderos. “I am happy and singing
in the rain” son, en el fondo, una hermosa mentira. Y éticamente una elección
estética contraria a lo que hizo Naomi Kawase, en el final apoteótico en Shara cuando efectivamente sacó la danza,
con toda su potencia catártica y liberadora, a la calle. Lo de si llovió en
serio, o no, dejémoslo para otro post.
Aunque los aspectos paradójicos
de Cantando bajo la lluvia no se
agotan allí, el hecho de que el director y actor principal de la película sean
la misma persona construye sentidos contrapuestos. Por un lado, la película critica
al star system – sobre todo a partir
de la figura de Lina Lamont, la “estrella con voz demasiado aguda que no termina de
entender hacia dónde hablar, o los cambios de actitud de Don que percibe
comportamientos vanidosos de su parte y los modifica-, y por otro lado “obedece”,
con alguna que otra objeción, al Presidente de la Compañía. En Cantando bajo la lluvia es el productor quien
finalmente impone la técnica, elige a sus actores y tiene la última palabra.
Lo mismo pasa en El Artista: el protagonista no quiere
adaptarse al sonido – para él el cine es mudo-, cae en una fuerte depresión no
exenta de adicciones hasta que su amada lo rescata, pero para integrarlo al nuevo
sistema: Justamente al de los musicales. En síntesis, la apuesta de hacer una
película en blanco y negro, y al estilo silente de Hollywood podría haber sido
arriesgada, pero su contenido final no lo es. El Premio Oscar para el Artista
fue, quizás, la recompensa para una película que celebra el cine de
productoras.
Ahora bien, ¿qué pasá en esas
otras películas más autorales donde se vuelve a usar una estética ligada al
cine silente pero cuyo contenido no tiene nada que ver el desarrollo de una
industria como Blancanieves? ¿Qué
pasa con estas películas que no son el referente de una industria pero tienen
parámetros estéticos comunes, como Blancanieves?
Su título lo indica: Blancanieves
de Pablo Berger refiere el cuento homónimo de los Hermanos Grimm. En la década
del ’20, en España, un torero tiene una bella esposa, una hija en camino y una
prominente carrera hasta que una corneada lo deja parapléjico, sin mujer y con
una enfermera que por interés y codicia termina separándolo de una beba que logra
sobrevivir al parto y queda bajo la tutela de su abuela. La niña se cría con
esta hasta que esta muere súbitamente y va al hogar paterno, una suerte de
fortaleza del sadismo donde será víctima de distintos malos tratos.
Eso en lo que respecta a la trama
(o historia). La estética de la película es en blanco y negro, sin diálogos y
con intertítulos pero con música. Esto hace que la película remita por momentos
al cine sin palabras de Hollywood (el uso que hace del intertítulo es
fundamentalmente para suplantar al diálogo como lo utilizaba este último) pero
al mismo tiempo remite al cine materialista soviético por el uso que hace del
montaje, la cantidad y el tipo de gradación de los planos, y el repiqueteo de
la música, propios de este otro cine.
El efecto es una acentuación del
aspecto iconográfico y sobre todo de los elementos asociados a la españolidad
más elemental como la peineta y la puntilla, el patio andaluz, las corridas de
toros. Abstraerlos del color y la palabra hacen que estos adquieran importancia
como símbolos y se expongan en toda su extrañeza y no en su naturalidad. Por
otro lado, el hecho de que no medie la palabra hace que el sufrimiento de la
nena sea vivido con más intensidad y agobio. Por último, el final y su
relectura del cuento de Blancanieves en un circo, le aportan belleza y
originalidad a una historia que se ha contado muchas veces.
Se ha dicho que Pablo Berger
tenía intenciones de filmar esta película
tiempo antes de que El Artista se
haga globalmente reconocida. De todas maneras, son películas muy distintas
entre sí. Blancanieves pone una
estética al servicio de acentuar los contrastes de un cuento: el amor, el odio,
la crueldad, la ternura, la belleza, la fealdad, la animalidad humana, y la
humanidad animal. El Artista retoma
una estética para celebrar un sistema, no para re-verlo. Ambas son propuestas
posmodernas pero sus intenciones, aún cuando compartan algunas elecciones
estéticas, son bien distintas. (Copyleft Lorena Cancela)