Hay películas que sorprenden, que captan la atención del espectador
desde el primer plano: por su crudeza, su belleza, o extrañeza. Si algo definió el vínculo que creé con
la película La Salada de Juan Martín
Hsu – egresado de la carrera de Imagen y Sonido de la U.B.A - es de extrañeza.
La película empieza con una cámara fija, un plano general donde unos personajes
que no hablan español (se expresan en algún idioma asiático) discuten sobre una
compra mientras juegan al golf en una especie de campo artificial.
Pero ¿quiénes son estos personajes? ¿Qué compra quieren hacer?
¿Dónde transcurre la acción, en Argentina o en otro lugar? Con el tiempo,
sabremos que la compra tiene que ver con un puesto en La Salada, que el hombre
que practica es un Sr. Coreano, viudo, que vive y trabaja con su hija. Mientras
tanto, una pareja proveniente de Bolivia (un tío y su sobrino) buscan trabajo
ayudados por una simpática y carismática señorita, y un muchacho de Taiwán,
llegado hace poco a la Argentina, habla con su familia por teléfono mientras
copia películas argentinas. ¿Hacia dónde va todo eso?
Hsu se las arregla muy bien para contar una historia coral,
construida como un rompecabezas, e ir integrando poco a poco a todos sus
personajes en torno a una feria (La Salada) que, paradójicamente, apenas
aparece en campo pero de alguna manera todo lo define. Su propósito no es hacer
un documental sobre el lugar, u obtener algún tipo de información al respecto,
sino ir sobre las tramas que pueden entretejerse alrededor de lo que muchos
definen como una de las industrias incipientes que más ha crecido en los
últimos años en la Argentina.
Como suele ocurrir en las óperas primas las citas, o
alusiones, están presentes a lo largo de todo el film. Algunas son más obvias,
como What time is there de Tsai Ming
Liang o, en el comienzo, Hierro 3 de
Kim Ki-duk, pero se entretejen en el relato al servicio de sus personajes y de
los que les pasa. Las referencias están pero Hsu no las satura, las pone al
servicio de su historia. Más que juntar, pegar o copiar, Hsu refiere a un cine
que se ve que le gusta y pareciera que conoce muy bien.
Pero esa filiación no se agota en el cine de Asia porque La Salada dialoga también con el cine
argentino contemporáneo. De hecho, podría trazarse un puente imaginario entre
esta y Solo por hoy de Ariel Rotter
que también iba sobre el componente asiático de la argentinidad, con el
agregado de que Hsu incorpora los idiomas coreano, chino y guaraní en su
película. Como hacían los cineastas que
lo antecedieron Hsu descubre una idiosincrasia, y una esencia, a través del
habla.
La Salada seguramente no reinvente la historia
del cine argentino de los últimos años, ni tampoco será un antes y un después
en el Bafici pero eso no le quita mérito. Con solvencia estilística y pulso
narrativo Hsu demuestra que es un cineasta con un venturoso futuro.
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