jueves, 21 de diciembre de 2017

Star Wars: Los últimos Jedi

"El futuro llegó hace rato"



Algunos fans, algunos críticos, están disconformes con esta nueva entrega de “Star Wars”. Dicen que no tiene una trama sólida, que es puro efecto especial, que los personajes no llegan a emocionar, que todo es esquemático (según fórmulas comerciales). Digamos que hay algo de verdad en todo eso aunque también surge la pregunta: ¿No fue siempre “Star Wars” el terreno de la trama débil? ¿No fue siempre “Star Wars” la película de algunas dicotomías? Desde sus tempranos inicios allá por 1977, “Star Wars” fue el terreno del efecto especial y de los personajes más bien planos (según los define Casetti) que luchaban entre dos fuerzas: la luz y la oscuridad. Mientras Bogdanovich, Coppola, Scorsese buscaban romper ciertos límites estéticos dentro de Hollywood, sus pares Spielberg y Lucas buscaban ampliar los géneros haciendo películas de fórmula pero ampliándolas: las persecuciones intergalácticas en el espacio de “Star Wars” o la caza del Tiburón en el océano no dejan de repetir aquella práctica del western: la lucha de uno/s contra otro/s en nombre de la civilización.
No hace falta ser muy ducho en cine para darse cuenta de que en términos estéticos el modelo que triunfó fue el de estos últimos. Y no solo, o exclusivamente, por la innovaciones que le aportaron a las películas mismas (en términos de trucajes por ejemplo) sino por lo que lograron conquistar a su alrededor: el objeto de culto por un lado (los muñecos), la experiencia inmersiva en el parque de diversiones por el otro que les reportó millones extra en la recaudación. En algunos casos, como el de “Star Wars”, incluso mayores que lo recaudado en boletería (Maltby).

Bye bye Jedi

Esto fue hace más de 30 años cuando Disney todavía no había expandido sus fronteras, ni había adquirido una parte importante de las Majors o estudios que actualmente posee. Sin embargo, el componente comercial ya estaba presente desde la génesis de “Star Wars”. O sea, enojarse por el asunto comercial es obviar que siempre estuvo allí.
Quizás lo que duela es que en esta película se termina todo lo anterior. Lo interesante que tenían las anteriores: las ambigüedades de los personajes (ese ir y venir en algunos casos de la bondad a la maldad como los cowboys), lo cómico o lo risueño casi que desaparecen. Aquí todo eso está presente pero patinado con una filosofía new age distinta a la filosofía oriental bajo la cual, de alguna manera, podrían analizarse las versiones anteriores.
De hecho, el título es concreto: “Los últimos Jedi”. Aunque (ojo spoileo) los que la vimos sabemos que no es así, que algunos continúan. Lo que se termina entonces es el linaje de esos jedis. Los otros jedis, los jedis que amamos. Los jedis filosóficos, los que intentaban explicar, de alguna manera, la existencia. Esos jedi son lo que no existen más. En este sentido, funciona la escena que menos me gusta de la película cuando un ridículo Yoda (porque no tiene el encanto del original) reaparece y quema, literalmente, la tradición. De alguna manera, esa escena es equiparable a la muerte de Han Solo en manos de Kylo en la entrega anterior.
Sabiendo esto, y evitando caer en el gesto nostálgico, la película se disfruta. Y más que con “Star Wars” propiamente dicha se podría comparar con “Las crónicas de Narnia” (el amor y el respeto por los animales es un componente contemporáneo) o con “Harry Potter”: el Lider Supremo es muy parecido a otros malvados del universo del Mago.

Luces de la oscuridad



Dicho esto no resulta extraño que sea más difícil distinguir entre la luz y sus contradicciones, y la oscuridad y  su padecimiento. Ya no hay luz u oscuridad en el sentido de las anteriores. Incluso quien representa a la luz (Rey) y el que representa la oscuridad (Kylo) coquetean románticamente. Incluso cuando Kylo tiene que completar su “mandato” y matar a su madre, como lo hizo con su padre, no lo hace.
A lo largo de los años, y dependiendo de las versiones, esa luz (la fuerza jedi) fue marcada como más o menos ambigua: Cuando Obi-Wan Kenobi mutila a Anakin ¿no está siendo acaso tan malo como él? “Star Wars” en general exaltó los valores del héroe, de cierto héroe: del héroe que no duda en matar llegado el caso. Lo que la diferenciaba respecto de otras películas cuyos personajes actúan igual es que filosofaba al respecto.

Por eso es que creo que lo que se termina en esta nueva entrega de Rian Johnson no es tanto la ética de hacer negocios con el cine. Lo que se termina es cierto tipo de Jedi. Y lo que viene podrá llamarse igual pero no será lo mismo. O sí será lo mismo: lo mismo o muy parecido a otras películas de Disney.

martes, 5 de diciembre de 2017

Festival de Mar del Plata 2017: Recuerdos cinéfilos



Recuerdos cinéfilos: Festival de Mar del Plata 2017

Llegar a Mar de Plata cada año en noviembre implica para mí la activación de una serie de recuerdos de la infancia y la temprana adolescencia. Y por supuesto, el despertar de los recuerdos ligados al cine mismo y las anécdotas específicas. Pareciera que la memoria no solo es selectiva es exclusiva: se activa también dependiendo donde se encuentre. Por ejemplo, en Mar del Plata perdí un diente y para esconderme de la vergüenza que eso me generaba me escondía en el cine a ver “Roger Rabbit”. Yo bloqueo ese recuerdo durante el año hasta que llego a Mar del Plata. O capaz hay alguien que no se me viene a la mente hace años, como si hubiera pasado al olvido, en Mar del Plata aparece: Cierto… En esta ciudad también conocí a tal o cual. 


 Hay algo recurrente y repetitivo en torno a un festival, como una especie de moebius, pero también hay algo de novedad. La parte de la repetición está ligada a ciertas acciones, rituales digamos: llegar, dejar la valija, ir a buscar la credencial y el catálogo y revisar las funciones a las que se puede acceder. Si bien uno tiene ciertas expectativas de qué película ver, con los años aprendí a no obsesionarse directamente con ninguna: Es que muchas veces se presentan variables que hacen cambiar el plan original y entonces me entrego al descubrimiento de una sala a oscuras que no se sabe bien en qué terminará cuando las luces se vuelvan a encender Bueno, de eso se trata también un festival: de descubrir y de hacer coincidir la mirada con la de otro que vio esa película y consideró que merecería ser proyectada. 

Y eso genera como una picazón, o una comezón en el estómago. Un sentimiento como de inquietud o excitación que dura unos segundos: esos segundos fundamentales para un cinéfilo que abarcan el fundido de las luces (afortunadamente muchas de las salas siguen manteniendo esta costumbre) y luego el oscuro casi infinitesimal. Yo sé que los que disfrutan el cine como lo hago entienden a qué me refiero.

(Good Luck) 

 Yendo a las películas de 32 Festival de Cine de Mar del Plata debo decir que de las que pude ver me gustaron casi todas. En esta oportunidad, decidí enfocarme en la Competencia Internacional y allí pude ver películas como la ganadora, “Wajib” de Annemarie Jacir y otras deslumbrantes como “Good luck” de Ben Russell, un documental sobre minería bajo tierra (en Serbia) y minería al aire libre (en Surinan) que no solo termina siendo un alegato sobre los trabajadores sino también una reflexión sobre el cine mismo. Sobre  todo en su primera parte “Good luck”, luego de su descenso en largo plano secuencia hacia el interior de la mina, remite a la proyección de luces y sombras en la paredes. Recordándonos la idea (esbozada también en el documental de Werner Herzog “La cueva de los sueños olvidados”) de que el hombre primitivo, resguardándose de los animales y las inclemencias del clima en las cavernas, tuvo la experiencia cinemática. Si bien en su segunda parte el documental se torna más convencional, no deja de ser un interesante y sólido trabajo donde un fuerte contenido está asociado a una experimentación estética también radical. 

La ganadora “Wajib” está más en línea de los festivales independientes (obtuvo un Premio paralelo en Locarno) pero no por eso es escasa de méritos. Al contrario, la realizadora palestina Jacir se las ingenia para hacer un film donde, con la excusa de una inminente boda, muestra el día a día de una ciudad (Nazaret) y confronta dos generaciones y dos puntos de vista: el de los que viven allí y los que viven afuera. Lejos del cliché (acá no se ve ni una bomba, ni un terrorista y los militares son vistos de lejos) el cruce entre el documento y la ficción no solo se da por las locaciones naturales donde transcurre la película sino también porque los protagonistas de la trama son Padre e hijo en la vida real: los Bakri. El rol de la mujer, los quehaceres domésticos, el vínculo con la tradición, todos estos temas son expuestos en la película sin ningún subrayado y con un respeto y cariñó por todos los personajes digno de admiración. 


En este racconto cinéfilo, y antes de ir terminando este post, también se me viene a la memoria algunas palabras de Claude Lelouch sobre su concepto de la verdad en el cine. Con respecto al inolvidable plano de “Un hombre y una mujer” que transcurre en la estación de tren el realizador francés comentó que a la actriz (Anouk Aimée) no le dio previo aviso de que en la escena iba a aparecer Jean Louis Trintignant, y por eso la escena tiene verdad y emoción.

Además comentó a propósito de este mismo film que Francois Truffaut se acercó a él y le dijo que “Un hombre y una mujer” era “la” película de la  nouvelle vague y le ofrecían ser tapa de Cahiers du Cinema. A lo que Lelouch dijo “yo no soy parte de la nouvelle vague, Francois, soy hijo del cine” y que entonces Truffaut le dijo que era un engreído y termino saliendo una nota mala de la película en la publicación. También sostuvo que la “nouvelle vague” fue algo malo para el cine francés y que él aprendió de sus películas las cosas que no quería hacer.

Para los admiradores de Truffaut, como quien suscribe, las declaraciones fueron estremecedoras pero confirmaron el hecho de que en todos lados se cuecen habas. Por otro lado, Lelouch y Godard se juntaron cuando quisieron destituir a Henri Langlois (coleccionista y a quien se le debe la salvaguarda de una parte importante de la Historia del Cine durante la ocupación nazí) de la Cinemateca. O sea, en lo importante estaban juntos. 

Claude Lelouch se mostró contento y muy locuaz en su Conferencia en Mar del Plata, conducida por Pablo De Vita. A sus ochenta años mostró pasión y amor por el cine. Y sostuvo que el cine le salvó no solo metafóricamente su vida (dijo que fue la expresión a la que más fiel fue en su vida) sino también literalmente: su madre los escondía a él y sus hermanos de los nazis en el cine.
Contundente declaración con la que elijo cerrar este post.

viernes, 27 de enero de 2017

La la land


El musical con cabeza

No son tanto las citas lo que hacen de “la la land” de Damien Chazelle una película contemporánea sino, quizás, su mirada sobre el amor distina a la de los musicales de antaño. Abajo una opinión al respecto.


 A lo largo de mi vida cinéfila creo que habré visto “Cantando bajo la lluvia” como diez veces. Y no me canso de ver a Gene Kelly “dancing in the rain”. No me canso de contagiarme de esa sensación de estar contento porque encontró gente que lo hace feliz en su vida, porque Gene baila porque está enamorado y ese sentimiento traspasa la pantalla y nos contagia y nos dan ganas de bailar y chapotear con él. La razón me dice: “¡Pero si eso es un decorado!” “¡No le creas a Gene….!” ”¡No es agua lo que cae sino leche!” Pero yo le creo. ¡Qué importa que eso sea un estudio y no la calle! No me importa. Gene me lo hace olvidar, me hace perder la cabeza, me mete de lleno en su baile. Me trasmite sus ganas de vivir y de crear.

Según algunos críticos y teóricos, para bien y para mal, esa era la función del musical. Hacer olvidar a la gente sus problemas, sus angustias. Recuerdo que durante algunos años, sobre todo en la universidad, me sentí culpable porque los musicales me gustaban. ¡Cómo podía ser que mientras se estaba gestando el neorrealismo italiano en Estados Unidos estaban con estas películas! En mi fuero interno, aunque era una espectadora e imitadora oculta de “Fama” y “Flashdance”, no podía perdonarme pasar por alto mi conciencia social. Por eso por unos años me olvidé de los musicales. Mejor dicho, me “olvidé” de los musicales de Hollywood. 

Con los años, entendí que estaba cometiendo un error. Que si el musical servía para hacer feliz a la gente eso no tenía porqué ser algo malo. Que en realidad la búsqueda de la felicidad es un derecho como cualquier otro. Y que está bueno que el cine nos los recuerde de tanto en tanto. Porque el musical no es la felicidad, es la búsqueda de la felicidad en la mente de uno. Es el cambio del estado del ánimo, es la activación de algo químico en nuestro cuerpo. Por eso los colores son tan importantes en el musical porque nos despiertan emociones de alegría, de excitación.

“Cantando bajo la lluvia” es en ese sentido el musical perfecto: tiene baile, amor, color y final feliz. Y el final es feliz porque sus personajes, finalmente, encuentran la felicidad: la felicidad de pareja y la felicidad profesional. Las dos líneas argumentales de la película se unen en un desenlace teatral, porque transcurre un teatro, y porque Cosmo le declara su amor a Cathy cual un personaje de Shakespeare. Por supuesto, no vamos a ser ingenuos, “Cantando bajo la lluvia” es también la “venta” de una nueva técnica (el Technicolor) y la afirmación de que el que manda finalmente en la película es el productor que elige los actores, decide cuando cambiar de rumbo y, por supuesto, deja de hacer películas mudas para hacerlas “habladas! (las “talking pictures”). 

 “La la land” tiene varias referencias a “Cantando Bajo la lluvia” y también a otros tantos musicales y, sin embargo, no tiene nada que ver con ellos. Es una suerte de compaginación recreada de distintas momentos de musicales. Está estructurada como si estuviéramos viendo uno a uno distintos videos de musicales por youtube. Eso no es algo negativo. No lo veo como tal, lo veo como es el arte hoy: una reescritura constante. Y para hacer eso, el artista necesita mucho cerebro, necesita usar mucho su memoria, y la memoria es una actividad cerebral. La cinefilia como se la definía, identificar la cita, es también una actividad cerebral.

Lo que me pasó al ver “la la land” fue que vi más cerebro que corazón. Vi a una bailarina (Emma Stone) más atlética que intensa, que se mueve más que desde el interior, como lo hacía Debbie, desde el exterior. De hecho, sus muecas son bastante pronunciadas.

Pero eso no hace a “la la land” una mala película. El arte es alucinante, la relación entre la banda de imagen y sonido también (y me parece que en ese punto se me escapan muchas cosas) y el recorrido que hace por Los Ángeles, si bien es turístico, no está nada mal. Yo que no fui nunca allí físicamente al menos descubrí que existe El Observatorio Griffith. Que Mía vaya de un casting a otro sin suerte no significa nada más que eso. Eso es lo que ella, en medio de una película con una historia débil, más bien episódica, hace: va de un casting a otro sin suerte hasta que bueno… un día tiene suerte. O desgracia, depende como se lo mire.

Para mí es una desgracia. A diferencia de “Cantando bajo la lluvia” el ascenso profesional de Mía es el descenso de su relación con Sebastián. Mía, la vemos con los años, elige otro tipo de hombre y no al sensible y soñador Sebastián. 

Eso es lo “original” de “La la land” y lo que, en tal caso, la diferencia de todas las otras películas a las que hace referencia (incluso a “Los Paraguas de Cherburgo” que tampoco tiene un final feliz pero por otros motivos): que privilegia “la realidad” y no el sueño. Que privilegia el pragmatismo y no el amor, que privilegia el éxito personal y no el ascenso espiritual. La mirada final de Mía a Sebastián, casi cámara a Mía, es en este punto, escalofriante.


Insisto, con esto no quiero decir que “la la land” sea una mala película, ni nada por el estilo. Tiene sus momentos y seguramente cada espectador conectará de distinta manera. Pero si quiero decir que me parece actual o contemporánea, no tanto por la sumatoria citas, sino porque privilegia el pragmatismo al amor. En ese punto es exactamente al revés que los musicales que la anteceden.

Copyright Lorena Cancela