viernes, 27 de enero de 2017

La la land


El musical con cabeza

No son tanto las citas lo que hacen de “la la land” de Damien Chazelle una película contemporánea sino, quizás, su mirada sobre el amor distina a la de los musicales de antaño. Abajo una opinión al respecto.


 A lo largo de mi vida cinéfila creo que habré visto “Cantando bajo la lluvia” como diez veces. Y no me canso de ver a Gene Kelly “dancing in the rain”. No me canso de contagiarme de esa sensación de estar contento porque encontró gente que lo hace feliz en su vida, porque Gene baila porque está enamorado y ese sentimiento traspasa la pantalla y nos contagia y nos dan ganas de bailar y chapotear con él. La razón me dice: “¡Pero si eso es un decorado!” “¡No le creas a Gene….!” ”¡No es agua lo que cae sino leche!” Pero yo le creo. ¡Qué importa que eso sea un estudio y no la calle! No me importa. Gene me lo hace olvidar, me hace perder la cabeza, me mete de lleno en su baile. Me trasmite sus ganas de vivir y de crear.

Según algunos críticos y teóricos, para bien y para mal, esa era la función del musical. Hacer olvidar a la gente sus problemas, sus angustias. Recuerdo que durante algunos años, sobre todo en la universidad, me sentí culpable porque los musicales me gustaban. ¡Cómo podía ser que mientras se estaba gestando el neorrealismo italiano en Estados Unidos estaban con estas películas! En mi fuero interno, aunque era una espectadora e imitadora oculta de “Fama” y “Flashdance”, no podía perdonarme pasar por alto mi conciencia social. Por eso por unos años me olvidé de los musicales. Mejor dicho, me “olvidé” de los musicales de Hollywood. 

Con los años, entendí que estaba cometiendo un error. Que si el musical servía para hacer feliz a la gente eso no tenía porqué ser algo malo. Que en realidad la búsqueda de la felicidad es un derecho como cualquier otro. Y que está bueno que el cine nos los recuerde de tanto en tanto. Porque el musical no es la felicidad, es la búsqueda de la felicidad en la mente de uno. Es el cambio del estado del ánimo, es la activación de algo químico en nuestro cuerpo. Por eso los colores son tan importantes en el musical porque nos despiertan emociones de alegría, de excitación.

“Cantando bajo la lluvia” es en ese sentido el musical perfecto: tiene baile, amor, color y final feliz. Y el final es feliz porque sus personajes, finalmente, encuentran la felicidad: la felicidad de pareja y la felicidad profesional. Las dos líneas argumentales de la película se unen en un desenlace teatral, porque transcurre un teatro, y porque Cosmo le declara su amor a Cathy cual un personaje de Shakespeare. Por supuesto, no vamos a ser ingenuos, “Cantando bajo la lluvia” es también la “venta” de una nueva técnica (el Technicolor) y la afirmación de que el que manda finalmente en la película es el productor que elige los actores, decide cuando cambiar de rumbo y, por supuesto, deja de hacer películas mudas para hacerlas “habladas! (las “talking pictures”). 

 “La la land” tiene varias referencias a “Cantando Bajo la lluvia” y también a otros tantos musicales y, sin embargo, no tiene nada que ver con ellos. Es una suerte de compaginación recreada de distintas momentos de musicales. Está estructurada como si estuviéramos viendo uno a uno distintos videos de musicales por youtube. Eso no es algo negativo. No lo veo como tal, lo veo como es el arte hoy: una reescritura constante. Y para hacer eso, el artista necesita mucho cerebro, necesita usar mucho su memoria, y la memoria es una actividad cerebral. La cinefilia como se la definía, identificar la cita, es también una actividad cerebral.

Lo que me pasó al ver “la la land” fue que vi más cerebro que corazón. Vi a una bailarina (Emma Stone) más atlética que intensa, que se mueve más que desde el interior, como lo hacía Debbie, desde el exterior. De hecho, sus muecas son bastante pronunciadas.

Pero eso no hace a “la la land” una mala película. El arte es alucinante, la relación entre la banda de imagen y sonido también (y me parece que en ese punto se me escapan muchas cosas) y el recorrido que hace por Los Ángeles, si bien es turístico, no está nada mal. Yo que no fui nunca allí físicamente al menos descubrí que existe El Observatorio Griffith. Que Mía vaya de un casting a otro sin suerte no significa nada más que eso. Eso es lo que ella, en medio de una película con una historia débil, más bien episódica, hace: va de un casting a otro sin suerte hasta que bueno… un día tiene suerte. O desgracia, depende como se lo mire.

Para mí es una desgracia. A diferencia de “Cantando bajo la lluvia” el ascenso profesional de Mía es el descenso de su relación con Sebastián. Mía, la vemos con los años, elige otro tipo de hombre y no al sensible y soñador Sebastián. 

Eso es lo “original” de “La la land” y lo que, en tal caso, la diferencia de todas las otras películas a las que hace referencia (incluso a “Los Paraguas de Cherburgo” que tampoco tiene un final feliz pero por otros motivos): que privilegia “la realidad” y no el sueño. Que privilegia el pragmatismo y no el amor, que privilegia el éxito personal y no el ascenso espiritual. La mirada final de Mía a Sebastián, casi cámara a Mía, es en este punto, escalofriante.


Insisto, con esto no quiero decir que “la la land” sea una mala película, ni nada por el estilo. Tiene sus momentos y seguramente cada espectador conectará de distinta manera. Pero si quiero decir que me parece actual o contemporánea, no tanto por la sumatoria citas, sino porque privilegia el pragmatismo al amor. En ese punto es exactamente al revés que los musicales que la anteceden.

Copyright Lorena Cancela