El último trabajo del prolífico y
multifacético Santiago Loza, merece un post aparte. Filmado en Francia, con
actores franceses que algunos tienen relación con la Argentina, en una localidad
periférica a Paris (no sabremos exactamente cuál), en el marco de un taller que
el realizador dictó para un grupo de actores sin experiencia, Estoy perdido pero no es grave dialoga
solapadamente con el libro Las ciudades invisibles de Italo Calvino.
Entonces en una ciudad, en
Francia, un grupo de actores se reúne para contar distintas historias. No sabemos
exactamente si son historias propias, ajenas o inventadas, fruto de la
improvisación del taller. De todas maneras, esos “datos” de orientación no son
fundamentales: dónde, quién, cómo, cuándo aquí funcionan, paradójicamente, como
una anécdota. Acá, las historias son inconexas y quedarán inconclusas. ¿Es
posible hacer un film que abierta y explícitamente se niegue a contar una
historia (en una acepción tradicional de la palabra) y aún así sea de los más
entretenidos y atrapantes de la Competencia Argentina del 16 Bafici? ¿Es
posible reflexionar sobre qué es lo propio y lo ajeno y transformarlo en
imagen?
Pues sí, Loza lo hace posible. Logra
hacer un film que, en la tradición de la modernidad cinematográfica, muestra su
hechura, su hilado y se posa en el transcurrir, en los momentos que
generalmente nos son vedados en el cine calculado, de fórmula. Incluso en un
tipo de cine que tampoco cuenta una historia en un sentido tradicional pero que
igual lo hace calculadamente. Y en medio de todo eso se pregunta por la
identidad, por la pertenencia al lugar que pisamos todos los días, por las filiaciones
culturales más íntimas que son, generalmente, las que definen un destino.
El año pasado, Loza – que también
está desarrollando una carrera en teatro con mucho éxito- presentó otro film:
La Paz. Sin embargo, el nexo entre estos solo tiene que ver con un concepto: el
de la dispersión, de la disipación y no con la estética. Un concepto bien moderno, propio del cine de
la década del ’60 y en adelante, y que Loza ha trabajado desde su primer
largometraje Extraño (2003) donde un
lacónico Julio Chávez iba de un lugar a otro sin que sepamos realmente cuál era
su motivación.
Sin embargo, Extraño tenía una
marcada ligazón con lo que por entonces se definía nuevo cine argentino
(fundamentalmente por recurrir a locaciones naturales y a un habla específica)
y una de las virtudes de Si je suis
perdu, c`est pas grave es justamente que no tiene filiación con nada de lo
que se “está” haciendo, ni siquiera con La
Paz que, a mi criterio, era una película mucho más controlada.
Aquí, por el contrario, el
realizador no busca controlar la narración. Es más, inclusive pareciera que en este
ir y venir de un rostro a una escena (que inevitablemente aunque solapadamente
recuerda a Coutinho), de esta a una locación exterior, Loza se deja controlar
por el instante, por lo que ocurre y fundamentalmente por lo que le proponen
sus actores. Unos actores que en su inexperiencia, y virginidad, son la
expresión más acabada y bella del cine: sin clichés, sin gestos predeterminados
o codificados, sin poses que los favorecen.
Con los años, Santiago Loza fue
no repitiéndose y no se ha dejado llevar ni por una estética, o un tema en
especial, ni siquiera por un estilo en particular. O sea, Loza no se ha dejado
llevar ni siquiera por sí mismo en la búsqueda de una imagen. En el panorama del
cine actual, y teniendo en cuenta otros realizadores que ya no solo hacen culto
de sí mismos sino de la estética que “crean” y explotan hasta el hartazgo, Loza
es un referente único.
Pero Si je suis perdu, c`est pas grave es no solo la libertad creativa
de Loza, es la libertad de los actores y de la propia mirada del espectador que
también puede dejarse perder en una ciudad que no se le presenta como una
postal turística, ni tampoco como información. Desde el comienzo el film
plantea la imposibilidad de conocerla o abarcarla por completo. Entonces: ¿es
posible hacer un film sobre una ciudad, sin contar una historia en el sentido
tradicional, sin saber exactamente donde transcurre la acción y que aún así sea una de
las propuestas más interesantes de este festival?
Sí, es posible. Santiago Loza lo
hizo posible.
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