domingo, 27 de abril de 2014

Ir sobre el cine silente: Blancanieves de Pablo Berger


No hablemos de tendencia, pero sí de movimiento. De movimiento no el sentido de grupo artístico sino de acción, de moverse, de ir hacia allá, o hacía acá. En el cine contemporáneo hay entonces un movimiento: el de ir hacia un pasado o a un momento: el del cine silente. Este movimiento lo realizan directores representativos del - llamémosle- cine arte como Guy Maddin (en varias de sus obras), Apichatpong Weerasethakul (en Tropical Malady) o Pablo Berger (en Blancanieves) hasta directores como Hazanavicius. A este último lo separo porque, en algunos aspectos, no creo que El Artista sea una película representativa del cine que intenta cruzar las fronteras del cine comercial (como se ha define generalmente, y por oposición, al cine de arte) sino que, como demostraré más abajo, está bien dentro del cine industrial.

El Artista es la hermana mayor y en blanco y negro de Cantando bajo la lluvia.  No solo porque en la trama sucedan cosas parecidad (en la transición del mudo al sonoro un artista se resiste a adaptarse al nuevo logro técnico) sino porque ambas celebran y reafirman la manera de producir de los estudios. Es sabido: con la llegada del sonido, algunos artistas se resistieron hasta tal punto al nuevo invento que filmaron películas silentes aún cuando el sonido estuviera a disposición como Chaplin que realizó la que quizás sea su obra maestra: Luces de la Ciudad, sin sonido. O Buster Keaton, un genio a la altura de Chaplin – y quizás aún más- que artísticamente no sobrevivió a la nueva forma de trabajar. Ambas películas lo que finalmente celebran es la figura del productor, o del director de la Compañía, del hombre que ve para donde va la cosa y actúa en consecuencia.

Aún así, Cantando bajo la lluvia es una caso paradojal por varios motivos. Bastante cerca del fin de la época dorada de los estudios de Hollywood (1952), la misma plantea una reafirmación del método de producir películas de manera industrial al mismo tiempo que celebra y consagra una técnica. Y no me refiero solo a la técnica de la danza (que en sus bailarines roza la excelencia) sino a la técnica del color (el Technicolor) que en varias de las escenas musicales (puramente maniesristas en algunos casos pues no tienen una relación directa con la historia) es la principal protagonista. La película se refiere a una técnica (el sonido) pero en el fondo está “promocionando” a otra (el color).

La que seguramente sea la escena más recordada de la película en la que Geny Kelly baila, justamente, bajo la lluvia también es paradojal: el talento de Geny le permite danzar en el agua y sin embargo ni la calle, ni la lluvia son verdaderos. “I am happy and singing in the rain” son, en el fondo, una hermosa mentira. Y éticamente una elección estética contraria a lo que hizo Naomi Kawase, en el final apoteótico en Shara cuando efectivamente sacó la danza, con toda su potencia catártica y liberadora, a la calle. Lo de si llovió en serio, o no, dejémoslo para otro post.

Aunque los aspectos paradójicos de Cantando bajo la lluvia no se agotan allí, el hecho de que el director y actor principal de la película sean la misma persona construye sentidos contrapuestos. Por un lado, la película critica al star system – sobre todo a partir de la figura de Lina Lamont, la “estrella  con voz demasiado aguda que no termina de entender hacia dónde hablar, o los cambios de actitud de Don que percibe comportamientos vanidosos de su parte y los modifica-, y por otro lado “obedece”, con alguna que otra objeción, al Presidente de la Compañía. En Cantando bajo la lluvia es el productor quien finalmente impone la técnica, elige a sus actores y tiene la última palabra.

Lo mismo pasa en El Artista: el protagonista no quiere adaptarse al sonido – para él el cine es mudo-, cae en una fuerte depresión no exenta de adicciones hasta que su amada lo rescata, pero para integrarlo al nuevo sistema: Justamente al de los musicales. En síntesis, la apuesta de hacer una película en blanco y negro, y al estilo silente de Hollywood podría haber sido arriesgada, pero su contenido final no lo es. El Premio Oscar para el Artista fue, quizás, la recompensa para una película que celebra el cine de productoras.

Ahora bien, ¿qué pasá en esas otras películas más autorales donde se vuelve a usar una estética ligada al cine silente pero cuyo contenido no tiene nada que ver el desarrollo de una industria como Blancanieves? ¿Qué pasa con estas películas que no son el referente de una industria pero tienen parámetros estéticos comunes, como Blancanieves?

Su título lo indica: Blancanieves de Pablo Berger refiere el cuento homónimo de los Hermanos Grimm. En la década del ’20, en España, un torero tiene una bella esposa, una hija en camino y una prominente carrera hasta que una corneada lo deja parapléjico, sin mujer y con una enfermera que por interés y codicia termina separándolo de una beba que logra sobrevivir al parto y queda bajo la tutela de su abuela. La niña se cría con esta hasta que esta muere súbitamente y va al hogar paterno, una suerte de fortaleza del sadismo donde será víctima de distintos malos tratos.

Eso en lo que respecta a la trama (o historia). La estética de la película es en blanco y negro, sin diálogos y con intertítulos pero con música. Esto hace que la película remita por momentos al cine sin palabras de Hollywood (el uso que hace del intertítulo es fundamentalmente para suplantar al diálogo como lo utilizaba este último) pero al mismo tiempo remite al cine materialista soviético por el uso que hace del montaje, la cantidad y el tipo de gradación de los planos, y el repiqueteo de la música, propios de este otro cine.

El efecto es una acentuación del aspecto iconográfico y sobre todo de los elementos asociados a la españolidad más elemental como la peineta y la puntilla, el patio andaluz, las corridas de toros. Abstraerlos del color y la palabra hacen que estos adquieran importancia como símbolos y se expongan en toda su extrañeza y no en su naturalidad. Por otro lado, el hecho de que no medie la palabra hace que el sufrimiento de la nena sea vivido con más intensidad y agobio. Por último, el final y su relectura del cuento de Blancanieves en un circo, le aportan belleza y originalidad a una historia que se ha contado muchas veces.

Se ha dicho que Pablo Berger tenía intenciones de filmar esta película tiempo antes de que El Artista se haga globalmente reconocida. De todas maneras, son películas muy distintas entre sí. Blancanieves pone una estética al servicio de acentuar los contrastes de un cuento: el amor, el odio, la crueldad, la ternura, la belleza, la fealdad, la animalidad humana, y la humanidad animal. El Artista retoma una estética para celebrar un sistema, no para re-verlo. Ambas son propuestas posmodernas pero sus intenciones, aún cuando compartan algunas elecciones estéticas, son bien distintas. (Copyleft Lorena Cancela)

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