El primero desembarcó
simbólicamente en Buenos Aires con Like
someone in love una historia que (al igual que Copia Certificada) otra vez lo saca de su país natal Irán en este
caso para trasladarlo a Tokio y alrededores. Like someone in love cuenta la historia de una estudiante de
sociología (Akiko) que, y valga la ironía, tiene como trabajo ser dama de
compañía. La primera escena de la película es, verdaderamente, una maravilla
del séptimo arte. La muchacha está sentada en la mesa de un bar mientras
conversa por teléfono, no exactamente en buenos términos, con otro. Mientras
tanto, en otra mesa, otra muchacha la interrumpe y comenta sobre su
conversación. Este enredo acústico se termina cuando un hombre (Hiroshi) se
sienta frente a la primera muchacha y empezamos a entender de qué va la cosa.
Por intermedio de Hiroshi, Akiko
entabla una relación con un hombre mayor (Takashi) que termina defendiéndola de
las fauces de un novio violento. La inversión es un poco inquietante: “el
bueno” de la película es el que contrata mujeres jóvenes para pasar el rato.
Pero quiero creer que el cineasta utiliza esto como excusa para referirse a
distintas cuestiones. Por un lado, a la soledad en la cultura tecnologizada. En
este sentido, la escena paradigmática es cuando la señorita en cuestión rodea
con un auto a su abuela que la esperó todo el día y le dejó varios mensajes
imposibilitada de bajarse para ir abrazarla. Es una escena de auténtico terror
y además está filmada excepcionalmente.
Como otras películas de Mr. Abbas,
una parte importante de la película transcurre en un auto: “Mi auto es mi amigo, mi familia, mi oficina, mi casa y también mi
auto, (…) En mi experiencia, las conversaciones que he tenido en un auto fueron
realmente importantes.”, me confesó en una ocasión.”
Por otro lado, la película también
se refiere a la alienación de los roles o las relaciones. Mientras que Akiko no
puede mantener con su verdadera abuela
un vínculo real sí puede jugar a que Takeshi sea su abuelo. El “like someone…”
del titulo tiene que ver con esto con “como alguien, no alguien.” En este punto
se podrían plantear vínculos entre esta película y Perdidos en Tokio de Sofía Coppola (en ambas los protagonistas
entablan vínculos de alguna manera disonantes), con la diferencia de que
mientras los actores de Coppola son norteamericanos, los de Abbas son japoneses.
Por último, puede entenderse al
film como el verdadero homenaje o la verdadera relectura que Kiarostami hace de
Ozu en el Siglo XXI. Abbas participó del homenaje a Ozu en el 2003 con Five pero en esta había privilegiado el
aspecto contemplativo de la obra del japonés. En este caso, ahonda en la mirada
que tenía Ozu sobre las relaciones parentales, sociedades en este caso
tecnologizadas y no ya industrializadas, mediante.
En Outrage Beyond Takeshi Kitano vuelve sobre las historias de yakuza.
La intricada trama cuenta de una guerra entre distintos clanes (del Este, Oete,
de acá de allá) que pelean hasta la autodestrucción movidos por un policía que
hace las veces de director de orquesta. El primer plano de la película es
impactante: desde el mar un auto está siendo rescatado. Después no va a haber
mucha más agua en la película, más bien fuego, pero esa secuencia basta para
entender por qué Kitano es una gran cineasta. Desde ya, es un gran actor
también, y la escena que replica al plano mítico del “ojo tachado” (más bien
agujereado en este caso) lo muestra de pies a cabeza.
Mekong Hotel de Apichatpong Weerasethakul es - teniendo en cuenta los parámetros del realizador en lo que a la
duración de largometrajes se refiere - casi un mediometraje. En el hotel del
título una serie de personajes se encuentran con sus existencias actuales, y
también reencarnadas. A tono con sus anteriores producciones se dan cita en
este hotel leyendas y/o mitos populares, pero también se refiere al contexto
social. Sobre todo, a la relación entre Laos y Tailandia. Supongo que la
entrada de este tipo de contenido tendrá que ver con el incipiente interés que
el realizador manifestó, de visita en Buenos Aires hace unos años, en la
política.
Aunque, obviamente, no es Mekong Hotel una película exactamente
política sino más bien de tiempos paralelos y existencias superpuestas. Tratar
de entenderla, o explicarla, con la lógica de la cronología o la mirada
occidental no sirve de mucho. Es una película que está fuera de los parámetros
de: primero pasó esto, y luego esto otro. O este personaje se relaciona con
este, y este con el otro. Tampoco es posible explicarla determinando claramente
cuál es la relación entre las imágenes: si son mentales, reales, u oníricas. Lo
que en este caso une todo es la música, unos acordes de guitarra que terminan
repitiéndose (como un mantra) e inundan los diálogos, las escenas, las
imágenes. A veces la música funciona como contrapunto, a veces como
acompañamiento, otras veces tapa las conversaciones.
Si en algunos directores se llegó
a hablar de la experiencia de sentir el tiempo, aquí es como si el sonido se
hiciera corpóreo y ocupara otro plano más allá de la imagen.
En fin, cerraré este
post enfatizando que celebro que en mi ciudad, Buenos Aires, en su mítico
festival (Bafici), se programen los trabajos de realizadores que han hecho, y hacen, una
diferencia en la historia del cine.
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