Atom Egoyan/Artaud Doble Bill
Fuente, cita y contexto en la era
digital. No llorás nena, no llorás.
Hace tiempo que tengo una deuda
pendiente. Escribir sobre el corto Artaud
doble bill de Atom Egoyan producido por Marcy Gerstein (lo exhibí el pasado Festival de Cine de Mar
del Plata gracias a la gentil autorización de Ego Film Arts). El corto - integrante
del opus colectivo To each his own cinema
(Chacun son cinéma, 2007) comisionado por el 60 th Festival de Cine de Cannes.,
es un juego intertextual entre películas que, a su vez, tratan de personas que
miran películas.
Hagamos una breve descripción:
una espectadora entra a un cine a ver Vivir
su vida (1962) de Jean Luc Godard y comienza a intercambiar mensajes de texto
por su celular con alguien que también está en el cine. Esta otra persona está
mirando El Liquidador (1991) de Atom
Egoyan (The adjuster). Esta está
mirando la escena en la cual la protagonista femenina de la película (la esposa
del asegurador interpretada por Arsinée Khanjian) está haciendo su trabajo: cortando
determinadas escenas de algunas películas para su clasificación.
En la proyección de Vivir su vida, Anna Karina llora al mirar
La pasión de Juana de Arco de Carl
Dreyer. Aunque el director no usó el
Split Screen distintas “pantallas” ocupan el mismo cuadro alternadamente:
la pantalla de la película de Godard, la pantalla de la película El Liquidador, las pantallas de las películas
citadas en dichas películas (La pasión… y
las películas porno soft) y, a su vez, las pantallas visores de los respectivos
celulares.
En Artaud doble Bill la intertextualidad poliglósica (hay muchas citas
y muchos hablan simultáneamente) no se produce solo entre texturas similares
(el 35 mm cita al 35mm por ejemplo) sino entre fuentes que tienen
materialidades distintas: lo analógico (a su vez y sus variados milimetrajes) y
lo digital. Pero el “juego” no se agota solo en hacer convivir en el mismo
cuadro materialidades diferentes. El tema aquí no es tanto el soporte, el
dónde, o la estética, el cómo –preocupaciones comunes a otras películas del
cineasta - sino que Egoyan está poniendo en jaque el concepto de cita y de
fuente en la era digital.
Repasemos. Por un lado, está la
cita de la película sonora a la película muda en Vivir su vida, por el otro lado está la cita a la película porno
soft en el Liquidador, y por último está
la “cita” que las espectadoras interactivas hacen, a través de la pantalla
visor de su celular, a las películas que están mirando. Una de ellas ancla una
imagen de La Pasión de Juana de Arco con
una hermosa frase: “Artaud es beatiful” y
al sacar de contexto el rostro del genial actor y teórico crea una secuencia
distinta. Pues para la espectadora que
está mirando El Liquidador: ¿cómo
funciona esta frase con este rostro? La espectadora que recibe el rostro de
Artaud (con su nuevo sentido) ¿sabe quién es Artaud? ¿Sabe por qué aparece
Artaud en la película que le relata su amiga?
A nosotros, espectadores fuera de
este juego, no se nos brinda esa información. No sabemos qué une a estas amigas
y cuáles son sus profesiones, gustos o disgustos, referencias o silenciosos
entendimientos, apenas las conocemos a través de la mano con la que manejan sus
celulares. Para cada una de ellas, la cita (la imagen proyectada invertida en sus
respectivas pantallas visores) funciona igual que un laberinto de espejos:
Pueden ver la imagen pero no pueden saber de qué fuente proviene, cuál es su
contexto.
Luego adviene “La mort.”. El director
se está refiriendo no tanto a la muerte del cine sino a la muerte de un tipo de
espectador, a la destrucción de una forma de ver y sentir el cine: en
solitario, en la sala de cine, en la oscuridad, en silencio. Egoyan describe
con sutileza e inteligencia una nueva forma de relacionarse con una película:
de manera desacralizada y con poco del ritual de antaño. La entrada abrupta de
una pareja en la sala mientras se proyecta Vivir
su vida es, también, ejemplificativa en este sentido.
Como lo es, además, que esta
“nueva espectadora” de Vivir su vida,
a diferencia de Anna Karina, no llora. No se identifica con Anna, su llanto, y
por ende con Juana. Se conecta con la película para hacerla participar a su
amiga. El cine dejó de ser el panteón sagrado donde los espectadores se
ensimismaban con la pantalla y lo que tenían enfrente a través de su alma, en
soledad y silencio, para transformarse en una experiencia interactiva.
Una manera brillante de un
director genial para decir lo que algunos dicen, otros piensan, otros sienten:
que la sala de antaño (la sala comercial donde se compraba la entrada, por
ejemplo, para ver a Godard) está, igual que la del Dragon Inn – y valga la
asociación con esta demoledora película de Tsai Ming Liang-, casi vacía