Sobre True Blood/Vampiros de
verdad
Por Lorena Cancela
El verano se despide y deja sus
legados, sus anécdotas, sus recuerdos, cosas que quedarán siempre acotadas a la
estación. Tengo la sensación de que el verano es la temporada más cronológica y
líneal, menos disruptiva. Yo solo tengo un “aquel invierno” en mi vida, pero sí
tengo varios “aquel verano”: el verano que viví esto, el verano que fui a este
lugar, el verano que me enamoré de tal, el verano que besé a cual, el verano
que me fui con mis amigas a no sé dónde, el verano tal y cual.
Este verano quizás lo recuerde
como el verano True Blood. Sí. El
verano donde me dejé “capturar” por la serie creada por Alan Ball y
protagonizada, entre otros, por Anna Paquin (La nena de La lección de Piano) y Stephen Moyer. Sorprendentemente para mí, o
no tan sorprendente (existe el rumor entre los que se especializan en televisión
de que el verdadero team creativo de
Hollywood está actualmente en este tipo de producciones) la serie es bastante
diferente a las películas de “nuevos vampiros” tan de moda como los de la saga Crepúsculo.
True Blood – a tono con los tiempos que corren- es una serie
plurigenérica: tiene romance, suspenso, vampirismo, fantasía. Por momentos roza
el género de detectives, por otros el drama romántico. Es, también, un drama
existencial. Voy a escribir tratando de no develar mucho de la trama para no
quitarle ciertas sorpresas a aquellos que no la vieron aún, e iré sobre algunos
aspectos que hacen de esta serie una de nuevos vampiros pero con algo especial.
Los créditos de la primera y
segunda temporada son sugestivos: Una canción que recuerda por su tono y su
contenido al gran Leonard Cohen repite “I wanna do bad things to you” mientras
extrañas imágenes se suceden. Con el tiempo iremos descubriendo que esas formas
son animales en descomposición o algún que otro “exorcismo”, plantas, caminos. Juntas,
las imágenes, nos anclan o remiten a un lugar: el sur de Estados Unidos.
Efectivamente, el lugar donde
transcurre la película es Bon Temps cuyos habitantes tienen que aprender a
convivir con vampiros que, aparentemente, para subsistir ya no necesitan
alimentarse de sangre humana sino de una sangre artificial. El problema es,
claro, que no a todos los vampiros les gusta esta sangre y que esta
humanización que algunos profesan no es tan clara, ni sin conflictos.
Simultáneamente distintos asesinatos se suceden y el romance entre una mortal,
la seductora y telepática Sookie (casi siempre con shorts), y el vampiro Bill alerta no solo al tercero en discordia (el
tierno Sam) sino a la entera población del lugar.
Los que son conocedores de esa
especial zona de Estados Unidos quizás puedan encontrar ciertos estereotipos en
los capítulos de estas temporadas. Pero no es menos cierto que en términos de
estructura de narración es una creación un tanto al típica, al menos por dos
razones: Una por el lugar que se la da al desarrollo de los personajes
secundarios y sus tramas, y por lo la misma fluctuación de las características
de estos a medida que avanza la historia. Otra porque es consecutiva.
Mientras que varias de las series
más exitosas (Dr House, Criminal Minds,
Dexter, etc.) son acumulativas (el espectador no necesita exactamente saber
qué pasó en el capítulo anterior para entender de qué va el asunto) True Blood propone una relación entre
uno y otro capítulo demandando, de alguna manera, un poco más de compromiso en
el espectador televisivo.
El contenido es también, y en
alguna medida, contra corriente. La serie muestra seres (animales, humanos,
mezcla de ambos), entidades que conviven pero constantemente están peleando por
ocupar el centro de la escena en los alrededores de Bon Temps y en el
Merlotte´s bar. El entorno, los seres que lo habitan es fascinante y diverso. Por otro lado, los vampiros de esta serie no escatiman a la
hora de tener sexo con mortales. Lejos de la tensión sexual, el histeriqueo o la
conquista teen - marca registrada,
por ejemplo, de la taquillera Amanecer-,
aquí lo sexual ocupa un lugar central en la trama y funciona como una corriente
expansiva que atraviesa, de una y otra manera, a todos los personajes.
Si Crepúsculo es la película “careta” (porque cubre o encubre ciertos
rasgos), True Blood es la anti
careta. Pues mientras la primera oculta, o se empeña en ocultar y tratar de
controlar a las fuerzas subyacentes, las pulsiones, los deseos más candentes,
la segunda los expone con fuerza y barroquismo. En True Blood no hay un orden que sostener, hay un desorden que no se
puede contener. De allí que el acto sexual más apasionado pueda estar seguido
de una muerte cruenta, de allí que el amor más puro se corrompa, de allí que el
que parecía más bueno termine siendo el más malo. Lo erótico y lo tanático
luchan constantemente en True Blood.
Y no siempre gana el primero.
Las entidades, asociaciones que
se van armando o mostrando (los defensores de vampiros, lo ataca vampíros)
merecerían un post aparte, al igual que la transformación del personaje de
Jason, el hermano de Sookie: La precisión con la que serie desnuda manejos sectarios
(como la comunidad del sol), la construcción de un líder carismático es digna
de tener en cuenta si se quiere entender qué es la manipulación a través de la
seducción.
En fin, seguramente haya muchas
otras más premisas inquietantes en la serie de Ball. El orden no llega casi
nunca. Y quizás por eso sus hacedores hayan elegido situar la acción en verano.
Porque quizás el verano, con sus días más largos y sus noches abiertas, invite
a todo. Aquí en el sur, por ahora, hay que esperar 3 estaciones más.
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