Fue realmente una grata sorpresa
encontrarme con la ópera primera de Nicolás Aponte A. Gutter, Idilio, que compite en la sección de
películas argentinas del 17 Bafici que mañana anunciará a sus ganadoras.
La película, filmada en riguroso
blanco y negro, comienza con una definición de su título. A partir de allí se
suceden distintos planos fijos donde Camila (Paula Carruega, una brillante y
sorprendente actriz) le cuenta a un interlocutor que se encuentra fuera de
campo su situación sentimental con Martín.
Dicho así el lector podría suponer
que estamos frente a una película contemplativa (del estilo Five de Kiarostami) pero no: la
interpretación de Paula es tan contundente que a la inmovilidad de la cámara se
contrapone la intensidad de sus emociones y pensamientos sostenidos con tanta
convicción que la película parece casi un documental. De hecho, el mismo
director al finalizar la proyección dijo que una de sus intenciones era esa.
(Paula Carruega, en Idilio)
A su vez, entre plano secuencia y
plano secuencia hay canciones excelentemente elegidas, magníficas todas, que
comentan la “acción”. Las canciones, completas, son acompañadas por un plano
negro. ¿Es posible estar en el cine y no ver? Pues sí, es posible, este es un
ejemplo que nos recuerda al comienzo de Bailarina
en la Oscuridad.
Llama poderosamente la atención
que una mirada masculina pueda ser tan acertada y tan aguda al momento de describir
algunos mecanismos femeninos. Creo que Aponte no elige a una como protagonista
porque “está bien”, porque estamos hablando temas de género. Creo que el hombre
es un auténtico feminista, un tipo que disfruta estando entre mujeres. Entre
paréntesis a la salida de la película me crucé con la mamá que me confundió con
Valeria Bertuccelli, un encanto de mujer.
Es más, se puede percibir esto
desde los créditos: quien aparece en los créditos antes que el director (al
mismo nivel en el sentido de tipografía de letra y tamaño y no al final) es la
productora de la película: Florencia Gasparini Rey. Una pieza clave, intuimos,
en el entramado de esta pequeña pero grandiosa película que representa al
auténtico cine independiente que se hace en el país.
Una vez, hace unos años, me tocó
viajar al Festival de Cine de Mar del Plata en un micro nocturno con Aponte.
Nos saludamos, intercambiamos un par de palabras, nos subimos al micro, me acomodé en el sillón y
me dormí. Después nos seguimos cruzando en eventos. Ayer en la presentación de
la película en Buenos Aires me encantó descubrir que atrás de ese chico afable
hay, además, una suerte de Truffaut contemporáneo.