Viajes...
Realmente, no pude tener mejor
comienzo de este 17 Bafici que con esta película. Disfruté enormemente El Cielo
del Centauro de Hugo Santiago, gocé estéticamente con este viaje por una Buenos
Aires ficcional pero que se parece bastante a como a veces la percibo. Un marinero francés llega al puerto de la ciudad para entregar un
paquete que le es robado por una pandilla. La película está plagada de
referencias (a las películas de pandillas, al mismo nuevo cine argentino a
través de la presencia de determinados actores) pero también a la literatura y
la pintura local. Siendo porteña pero habiendo vivido muchos años fuera de la misma por momentos compartí esa mirada turística, lúdica, que tiene el
narrador sobre una situación que le pertenece y al mismo tiempo le es ajena. La
apuesta de Santiago no es realista, ni naturalista, es más algunos de los
objetos que aparecen (como si fueran el síntoma de una fusión de culturas y
referencias cruzadas entre el tango y la filosofía asiática) fueron
especialmente diseñados. Quizás la clave de esta apuesta haya que buscarla en
una escena emocionante donde el personaje femenino le explica al marinero cómo
Cándido López pintaba la guerra contra el Paraguay: como algo plácido, casi
naif podríamos decir, y no como lo que verdaderamente fue.
De un viaje también trata Los
exiliados románticos de Jonás Trueba. En su nueva incursión en el largometraje,
el hijo de Fernando filma una road movie
con un grupo de amigos que discurren sobre el amor como en algunas películas de Eric Rohmer pero en un tono más
jocoso. La película tiene momentos muy interesantes y en algún punto se puede relacionar con la anterior porque acá también todo parece lindo. Como si el hecho
mismo de viajar hiciera al mundo más hermoso (más allá de los conflictos
sociales o interpersonales). El viaje, el desplazamiento físico como forma de
vida es la marca de esta película que también homenajea, insisto en un tono más
cómico e incluso paródico, al cine de Linklater.
(Imagen de Ragazzi)
Con Ragazzi Raúl Perrone continúa buceando en lo que inició con
P3ND3JOS y antes también: mirar a los pibes, los ragazzi del título, tratar de entender sus códigos, pensamientos,
formas de estar y sentir al mundo donde los adultos no contienen. Pero en este
caso la exploración está hecha desde un lugar onírico, incluso lisérgico.
Hay distintas tramas simultáneas en el film divididas por movimientos; la de un
grupo de pibes que juegan al fútbol, la de la referencia a Pier Paolo Pasolini, su legado y/o muerte (de hecho algunos de los textos que aparecen son del teórico y
cineasta italiano), la trama de los pibes en el río. Hay cruces de variadas
estéticas visuales (cine mudo, encuadres que remiten
a una super 8, sobreimpresión) y auditivas como lenguas inventadas (en realidad es audio dado vuelta) y ópera y cumbia. Por momentos la
película parece una suerte de Un perro
andaluz pero filmado a dúo por Mekas y Pasolini. El entorno, Ituzaingó, está prácticamente borrado: las vueltas a la plaza principal con sus inevitables carteles (como el de la tienda Londres) no funcionan desde un lugar icónico. De todas maneras, en
algunas escenas está el Perro del origen: por ejemplo cuando se detiene a
observar un grupo de canes que quieren servir a una perra y ella no se deja.
Cosas de la memoria, la escena me hizo acordar al diálogo picante que tienen
las amigas de 5 pal peso al lado de
la pileta donde hablan de sexo con cierto detalle. Obviamente, acá el foco
están puesto en lo salvaje, lo animal, pero la escena ¿no podría funcionar
transitivamente? En fin, eso también da cuenta de los viajes que tenemos los
que estamos sentados en la butaca.
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