Dentro
de la Competencia internacional el premio más importantes recayó en la rumana Beyond
the hills, de Cristian Mungiu, un relato sorprendente y humanista sobre
un grupo de religiosas ortodoxas comandadas por un pastor que en pleno siglo
XXI intentan rescatar a una joven posesiva y violenta que llega a la comunidad
en busca de su amiga de infancia. Los fallidos intentos por recuperarla, hospitalización
mediante, les lleva a concluir a los religiosos que se trata de una posesión
demoníaca y practican lo que ellos consideran un servicio, más conocido como
exorcismo. A partir de allí, y como en otras películas de ese país, quedará al
descubierto la burocracia policial y la ineficiencia del sistema de salud, temas
característicos del cine rumano, y que hace unos años tuvo en La
noche del Señor Lazarescu de Cristi Puiu, uno de sus grandes ejemplos.
La
solvencia del montaje y de la puesta en cuadro es tal que la película termina
siendo una sucesión de planos casi pictóricos. Hay una sola secuencia que me
pareció que escapa un poco a esta armonía y es cuando Voichita va a buscar al
hermano de Alina para preguntarle si está de acuerdo con que le practiquen el
servicio a su hermana. En esta secuencia vemos que Voichita se acerca al
cuarto, lo despierta y luego van a encontrarse con Padre. No suma a la historia, ni a
la estética de la película. El resto es impecable y así lo confirmo el silencio
que reinó en la sala durante las más de dos horas y medio de proyección.
En la Competencia argentina
se premió a Celestino Campusano como Mejor director por Fango, y a Hermanos
de Sangre de Daniel de la
Vega como Mejor
película. Si algo une a estos directores es el hecho de que ambos se han
mantenido leales a su estilo y modo de producción. En el caso del primero,
haciendo un cine visceral que se mete en los lugares pocos visitados del
conurbano bonaerense: donde las motos, las armas, el alcohol y el sexo
desenfrenado son moneda corriente; y en el otro caso, manteniéndose fiel a las
coordenadas de los géneros de terror y del suspenso. Además los hermana el modo
de producir sus películas: mucha creatividad con poco presupuesto.
De la
Vega está en el cine hace muchos años y sus primeros cortos son una muestra de
su habilidad para crear mundos fantásticos con pocos recursos. Sueño profundo, uno de sus cortos de
graduación, es un ejemplo. Daniel es también una referencia ineludible de
eso que un tiempo atrás se definía como HorrAr, películas argentinas que trabajaban
con el género, raramente se estrenaban en el país pero se comercializaban en el
exterior. Campusano tiene muchas virtudes como narrador y lo ha venido demostrando a lo largo de su filmografía. Los reconocimientos para ambos son más que merecidos.
Este
año hay que felicitar también al público que, además de mostrarse respetuoso e
interesado, votó como Mejor Película al maravilloso documental del ítalo-
argentino Daniele Incalcaterra: El Impenetrable. Narrado en primera
persona El Impenetrable es la lucha del mismo Daniele por recuperar
unas tierras que su padre, con el que no se llevaba bien, compró en el Chaco
paraguayo. A partir de allí se encontrará con registros de propiedad que no
coinciden, un Al Capone de la región, y un Estado que, a pesar de sus buenas
intenciones, poco y nada hace, o puede hacer, frente al desmonte y la pérdida
de biodiversidad, entre otras cosas. La triste historia, sin embargo, no deja
de tener sus momentos cómicos, encarnados sobre todo en Incalcaterra quien
frente a las vicisitudes que atraviesa termina pareciéndose a un anti- héroe woodylleanesco.
No queremos develar
muchos detalles de la trama, ni el desenlace que como espectadores descubrimos
al mismo tiempo que el protagonista de la película, pero sí contar que el
rodaje duró más de un año y que en el medio Incalcaterra fue padre junto a su
pareja, también productora del film, Fausta Quattrini. Consecuentemente el
legado material y simbólico es uno de los temas principales de la película. La
buena noticia para los lectores es que El impenetrable se exhibirá a partir de este jueves en el Gaumont:
Otra
película que obtuvo distintos premios, incluidos los no oficiales como el de
ACCA, es de Martes a martes de
Gustavo Fernández Triviño. La película tiene una potencia narrativa y una
puesta en escena arrolladoras - en parte es uno de los ejemplos en los que
pensaba el Presidente del festival cuando sostuvo que el cine argentino está
recuperando su capacidad de contar historias-,pero si la analizamos a la luz
de las acciones de su personaje principal (un fisicoculturista que tiene múltiples
trabajos para mantener a su familia) es más difícil elogiarla. Es que el personaje
tiene dos tipos de comportamientos bien marcadas; el primero en el que parece “bueno”
(y todos se aprovechan de él), el segundo en el que se transforma en malo. Este punto
de giro se produce cuando el susodicho, abyectamente, mira detenidamente como
un hombre viola a una mujer. A partir de allí nuestro protagonista hará un giro drástico y
con tal de conseguir su objetivo hará uso de la frase “el fin justifica los
medios”.
El
desenlace de la película es inquietante. Por un lado, parece un final de
película bizarra, inusual, del estilo de películas de cárcel de los años ’70. Por otro lado, si tomamos este final y lo que allí pasa como muestra de una
ideología mayor, como sociedad estamos en problemas.
Me
hubiese gustado preguntarle al director qué punto de vista tiene sobre su
personaje (actuado maravillosamente por Pablo Pinto un actor hasta el momento
desconocido que está cosechando varios premios) mas no lo crucé. Ojalá cuando
se estrené la película se inicie una reflexión que vaya más allá de las virtudes
cinematográficas que indudablemente tiene de Martes a martes.