Aniceto
Leonardo
Favio es, sino el más, uno de los cineastas más importantes de la Argentina. Tiene ,
a diferencia de otros grandes directores como Manuel Antín, David José Kohon, Hugo
Santiago y otros tantos, la particularidad de interesar a dos sectores de la
cinematografía que en el país están, muchas veces, simbólicamente enfrentados:
el público y la crítica o estudiosos. Leonardo es nuestro Hitchcock, si bien su
cine poco se relaciona con el del maestro inglés. Su figura como cantautor
fuera de la pantalla es, además, objeto de adoración: A veces en tanto sincero
reconocimiento, otras como gesto simplemente kitsch o snob, sus canciones son
citadas, o referidas, en la obra de varios colegas y coetáneos.
Los
avatares de su vida y su lucha son también objetos de reflexión. Y a sus ’70
años las declaraciones hechas estos últimos días a propósito del estreno de Aniceto en el país, lo muestran como un hombre ameno, dulce, que da sus respuestas
acerca de fuertes interrogantes como la muerte, el lugar del cine en la vida,
las influencias, lo que significa ser de un lugar y terminar en otro y cómo se
sobrelleva ese desgarro.
El
estreno local de Aniceto tiene una
importancia que excede lo meramente cinematográfico para transformarse en un hecho
cultural de envergadura. Hace años que Favio no presenta una nueva película. En
su caso el tiempo entre uno y otro film enaltece su producción dándole
variaciones. Es que él, como siempre dice, no vive del séptimo arte: Sus
necesidades para filmar son meramente artísticas y no económicas liberándolo de
condicionamientos de todo tipo.
En
cuanto a su estilo, éste transitó por distintas formas narrativas: Del
neorrealismo/nouvelle vaguista propio de los años ’60 en Crónica de un niño solo a un ascetismo formal no exento de ecos
bressonianos en El dependiente; de la
exageración y las posibilidades técnicas con el 35 mm y el color en Nazareno Cruz y el lobo a la
experimentación digital en Aniceto,
sin dejar de mencionar sus reflexiones sobre le peronismo y su lugar en la
sociedad en Gatica, el mono o Perón, sinfonía del sentimiento, Así, su
filmografía toda podría ser estudiada como un muestrario de los movimientos
artísticos y sociales de una parte del S.XX y principios del S.XXI en el país.
Al
igual que sus contemporáneos más jóvenes, en Aniceto gracias a la tecnología digital, el cineasta amplificó las
posibilidades plásticas de la imagen. Hay planos que por su artificiosidad
remiten a las pinturas de Magritte, tanto como a la abstracción. Otro tanto
podemos afirmar del sonido, muy presente a través del canto de unos grillos y
la partitura musical. Pero también incorporó otras expresiones como la
literatura y la danza, haciéndose eco de la frase del filósofo Alain Badiou:
“El cine es todas las artes más una”.
La
historia de la película está basada en el cuento de Zuhair Jury (su hermano)
llamado El cenizo, el mismo que tiempo atrás le sirvió de inspiración
para Este es el romance del Aniceto y la Francisca , de cómo quedó trunco, comenzó la
tristeza... y unas pocas cosas más. Apenas comenzada la película, la
suave voz del mismo Leonardo nos indica que ésta lo visitaba en sus desvelos y
por eso decidió retomarla. La misma cuenta las vicisitudes de Aniceto (Hernán
Piquín) entre dos amores: Francisca (Natalia Pelayo) que responde al
estereotipo de la mujer de su casa del interior del país y Lucía (Julieta Baldoni), una variante de femme fatale. En el medio, y quizás en tanto verdadero objeto del
amor del hombre, se encuentra un gallo el cual, es sabido, desencadena la
tragedia final.
Dicho
esto valga una aclaración: es cierto que la polarización entre estas dos
mujeres podría parecer un tanto vetusta para ciertos parámetros de
representación actuales, pero también lo es que ir a ver Aniceto no es ir a ver un melodrama. Finalmente, el desenlace ya lo
conocemos.
Ir
a ver Aniceto es como ir a ver una
obra de teatro Noh japonés: Los espectadores conocen el final, pero igual van a
disfrutar las habilidades para la representación de sus intérpretes y, en este
caso, el prodigio para filmar de su demiurgo. Ir a ver Aniceto es conectarse con el placer que puede brindar el arte, eso
que alguna vez alguien definió como opuesto al mundo, sin condicionamientos de
cánones de ningún tipo.
De
todas maneras, la película no se consume en su interioridad. Pues si lo que
prima en la pantalla, chica sobre todo, es un naturalismo extremo el cual nos
lleva a mirar como se practican en un quirófano operaciones de todo tipo que el
cine nos proponga cada tanto conectarnos con otros aspectos de la realidad, la
danza por ejemplo, es un acto de resistencia.
Cierta
vez, el cineasta iraní Abbas Kiarostami escuchó que su amigo Milan Kundera le
contaba que su padre, al final de la vida, solo decía “¡Es extraño! ¡Es
extraño!”. Abbas interpretó esa frase no como que el hombre no tuviera más que
decir sino como resumen de su existencia, y a propósito del estreno de una de
sus películas dijo: “Si me preguntaran qué hice yo como director de Ten, diría, nada. Sin embargo, si yo no
existiera esta película no existiría… Estas son mis dos palabras, sintetizan
casi todo.”
Aniceto, quizás sea las dos palabras de
Leonardo Favio. Esperamos que el destino nos brinde su próximo film.
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