Otro Bafici ha llegado a su fin. Muchas películas, algunas memorables: la cantidad no siempre es sinónimo de calidad. El mapa del cine no es igual de un año y a otro, y los festivales tampoco. De esta 14 edición quedará en mi recuerdo Tabù de Miguel Gomes. Una película en blanco y negro que tiene como telón de fondo el “fin” del colonialismo en el África. Aunque Gómez no refiere a ese contexto de manera explícita, lo hace poniendo a interactuar a sus personajes en espacios diversos, y a través del lenguaje verbal: las palabras que usan son indicadores de relaciones de poder.
En la primera parte una señora arrogante transita el fin de su existencia signada por el Alzheimer. Sus palabras y las historias que cuenta las atribuimos, en principio, al delirio. El escenario es el Portugal contemporáneo (aunque nunca Portugal parece del todo actual). La mujer interactúa con su vecina (una señora buena que quiere ayudarla), con la señora que la cuida (con la que no se lleva bien) y solo de manera virtual (o en el fuera de campo) con una hija que vive en Canadá. En esta parte las entradas y salidas del departamento, las situaciones en el pasillo o los livings (algunas de ellas muy cómicas) tienen un aire costumbrista e intimista, como si el director estuviera probándose filmando en interiores, y en un drama de mujeres.
La segunda parte de Tabú, por el contrario, está más cerca de su anterior película: Aquel Querido Mes de Agosto. Al igual que esta última esta transcurre mayoritariamente en escenarios naturales, y en exteriores de algún lugar del África. El joven Gomes llega así al podio de los cineastas que filman, o filmaron, en locaciones naturales no occidentales como Pasolini, Antonioni y Kiarostami, aunque Tabú poco y nada tenga que ver con algunas de las películas de aquellos. La cualidad de no poder relacionar a Gomes estrictamente con ningún otro director actual o pasado - aunque la película esté plagada de referencias – es lo que me hace sospechar que estamos frente a un auténtico cineasta. Un realizador nutrido, quizás, más por el cine clásico que por el actual. Y lector, a lo mejor, de historias de aventuras (en la película hay una cita a Robinson Crusoe), y de escritores como Hemingway.
En esta parte (El Paraíso Perdido) descubrimos que el relato de la mujer tiene un asidero en la realidad. Gomes realmente da un curso magistral de cómo usar la focalización (la relación de saber entre los personajes, el narrador y los espectadores) en el cine. La Sra. Arrogante fue, en su juventud una niña malcriada y extravagante, al cuidado de mujeres negras, y luego una esposa, mujer embarazada y amante de otro hombre. Esta última relación (contada de manera conmovedora en sus luces y sus sombras desde un punto de vista masculino) podría explicar el título de la película. Pero ¿es solo ese el Tabú al cual Gomes se refiere? ¿No fue el cineasta, otrora, crítico de cine?
Tengo la sospecha de que, como en la obra de Hitchcock, hay varios niveles de lectura en la película, varias historias que se cuentan simultáneamente. La más literal, por supuesto, es la del amor prohibido. Pero ¿y si Gómez quiso contar una historia con ecos de cine clásico pero en el presente? ¿No será acaso que hay narraciones que, por etapas, se oprimen unas a otras generando una suerte de tabú? El tabú del cine. Sino ¿por qué tomó recursos del cine mudo? Por último, pero no menos importante, el tabú también puede, y debería, referir al colonialismo no como un conflicto del todo superado sino como una forma de relación que sigue teniendo existencia en nuestro presente.
También en portugués, aunque de Brasil, se exhibió Las Canciones de Coutinho. Al igual que en Juego de escena, el documentalista brasilero entrevista a distintas personas para preguntarles sobre su canción preferid. Una silla, intervenciones desde el fuera de campo, y un telón negro de fondo le son suficientes a Coutinho para sacar de sus entrevistados una verdad difícil de encontrar en el cine contemporáneo. Cual documentalista moderno, el hombre indaga en eso que no se ve y de lo que los cineastas actuales difícilmente hablan: el alma humana. Su cine es austero y necesario.
La propuesta que no terminé de entender fue Alpi de Armin Linke. Se anunciaba como un documental sobre los Alpes, pero mezclaba cine de Bollywood, con imágenes documentales de trabajos manuales, y mecánicos, entrevistas a gerentes de emprendimientos turísticos. Por el contrario, el documental sobre Joy Division de Grant Gee es una joya. Se nota que Grant (de larga trayectoria como realizador de documentales sobre bandas míticas del S.XX) es un admirador del grupo y que probablemente, por su edad, haya presenciado varios de los míticos shows con Ian Curtis. Pero el documental se para en el lugar justo entre el fanatismo, y el conocimiento, entre la admiración, y el cuestionamiento. Por supuesto todos a los que nos gusta la banda salimos contentos. Vale decir que Gee se mostró en Buenos Aires bien cinéfilo y predispuesto a hablar de cine desde un lugar serio.
Quise ver Keyhole de Guy Maddin, pero no tuve suerte. Me tocó la proyección sin subtitulado. Y no fue eso lo que me distanció sino que a la película la empezaron ¡¡¡tres veces!!! Algunos espectadores quisieron armar una asamblea. Otra película que tuvo un desperfecto técnico en el pase de prensa (se enganchó y eso hizo que se quemara un fotograma) fue la australiana Snowtown de Justin Kurzel. La película narra en tono de ficción, aunque inspirada en sucesos reales, la manera en que un grupo de perversos de Snowtown comandados por un tal John Bunting asesinan a mansalva a todo tipo de personas. Empiezan por pedófilos (reales o inventados por ellos), homosexuales, siguen con personas con alguna debilidad mental, y lo que vemos en el último asesinato es que ya no siguen ningún patrón excepto el de matar por matar.
La película empieza muy bien pues muestra a través de un registro entre poético y realista una parte de la Australia profunda y sus suburbios chatos, con personas sin rumbo, familias aisladas en pensamientos localistas, y problemas de convivencia. Sí, “mate” exactamente todo lo contrario de lo que muestran los folletos turísticos donde todas las culturas conviven felices con canguros como mascotas. Es más, en los diálogos entre los vecinos de la comunidad (antes de que empiece la bacanal de sangre y sadismo) se sugiere que la génesis del país es la violencia. Hasta ahí, el film me pareció interesante, y jugado. Pero… con el correr del tiempo y el descenso a los infiernos, se empieza a poner un tanto reiterativo y cruel por demás. Como si el director (Justin Kurzel), en su ópera prima, estuviera buscando atención a través de la provocación. Hay escenas, como la de la tortura a una de las víctimas - hermano, a su vez, de uno de los asesinos - que superan en coeficiente de crueldad a las escenas de la otrora tan polémica Irreversible de Gaspar Noé.
Mi película siguiente de ese día fue exactamente lo contrario: Home for the weekend de Hans Christian Schmid. Aquí todo queda en el terreno de lo sugerido: las infidelidades, los problemas de pareja, las rivalidades entre padres, hijos y hermanos. La película está muy bien filmada aunque es un poco tele novelesca. De todas maneras, después de Snowtown vino bien un film cuyos conflictos sean los de una familia un poco más “normal”.
Para terminar, el evento de cierre del Bafici fue en el auditorio del Centro Cultural Recoleta, al que no asistieron autoridades del gobierno de turno, y las palabras de clausura estuvieron a cargo del actual director Lic. Sergio Wolf que se manifestó contento, pero melancólico porque el Bafici concluía. Y concluyó de manera novedosa, rescatando el espíritu de los míticos UNCIPAR de Villa Gesell: al aire libre, en las terrazas del mismo centro cultural. Un cierre significativo que prueba que el espíritu Bafici es a prueba, incluso, de los primeros fríos porteños.