lunes, 7 de noviembre de 2011

Mar del Plata (III)

Ayer vi una película argentina (Nosotras sin mamá de Eugenia Sueiro) y otras dos de dos de los directores franceses que más me interesan: Phillippe Garrell (Un éte brulant) y Chantal Akerman (La locura de Almayer). Estas dos últimas, si bien son de cineastas nacidos con apenas dos años de diferencia y asociados al cine francés post-nouvelle vague, son muy diferentes, y al mismo tiempo parecidas, si se me permite el oxímoron.

A ver... la película de Garrell vuelve sobre lo que, podríamos decir, son sus temas recurrentes: los amores intensos, locos, los triángulos amorosos y el suicidio. En toda relación amorosa, real, pareciera decir Garrelll, hay un sustrato no diría dramático, más bien trágico. En este caso vivenciado por un pintor (intepretado por su propio hijo: Louis Garrell) y una actriz (Mónica Belucci). Ella es una mujer un tanto irascible en la convivencia (es sobresaliente la escena en la que se encuentra con un ratón en su armario) y él es un un hombre bastante centrado en sí mismo y sus humores.

Sí, claro la historia puede ser la de cualquier pareja, pero lo que hace Garrell es llevar todo a un extremo por el cual el amor, y el desamor, la indiferencia y la presencia, son vividos con tal intensidad que la película se transforma en una suerte de representación, pero de las emociones. El contrapunto ante tanta exgeración es el de la pareja de amigos que los visitan que son más bien contenidos y no tan metatextuales, o autorreferenciales. Aunque también, por supuesto, tienen sus conflictos.

La película de Akerman es diametralmente distinta. Aquí los personajes no son intelectuales autoconcientes sino, por el contrario, son seres cuya fragilidad pasa por las condiciones en las que viven. Almayer es un europeo que armó una familia en una jungla en algún lugar de Asia. Las condiciones de vida son paupérrimas, pero Almayer no pierde su, digamos, "orgullo" europeo. Este es el sentimiento que le quiere incular a su hija, aunque ella no se siente para nada blanca. La película está basada en la novela homónima de Joseph Conrad, pero lamentablemente no la leí.

Me hubiera gustado leerla para ver qué tipo de trasposición hizo Akerman. Sin embargo, aún sin tener ese correlato, puedo decir que la película elige la discontinuidad antes que la linealidad, lo implícito antes que lo explícito (es difícil entrever qué piensan Nina y Zahira, la hija y esposa de Almayer), la imagen antes que la palabra. Si Garrell hace hablar a sus personajes y los contiene en el cuadro (los escucha y los recorta) Akerman parece tener que bucarlos todo el tiempo porque se les escapan. De hecho, la fuga es casi casi uno de los tópicos centrales de la película.

Mientras miraba la película no paraba de pensar en cómo habrá sido la filmación, el rodaje mismo. Así, mientras Garrell elige ir sobre problemas amorosos y filmar en lugares apacibles (la película transcurre en Roma y Paris), Akerman se mete de lleno en la selva de algún recóndito lugar. Igual, creo que a pesar de sus diferencias hay un sustrato común entre ambas pues ambas reflexionan sobre cómo vivir, y vivenciar el amor en las condiciones dadas. Si tuviera que elegir con cuál quedarme, al día de hoy, no sé cuál elegiría.

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