La primera película vista en el Bafici 2011 fue Mammuth (Delépine/Kervern). Ésta narra los percances de su protagonista, el Sr. Pilardosse (Gérard Depardieu) para conseguir las certificaciones correspondientes para jubilarse. Hasta allí la historia suena familiar: quien tenga, o haya tenido, un pariente a punto de jubilarse seguramente recuerde el incordio al que someten a los futuros pasivos para darle los papeles. Pero el personaje que nos ocupa transforma esa búsqueda en una aventura arriba de su moto. Un viraje del guión interesante que demuestra que incluso una situación fastidiosa para la vida de cualquier mortal, como es de la de hacer trámites, puede transformarse en un cuento de aventuras. El resultado es una fusión entre una película en el camino, de iniciación, de actor estrella, y de aversión contra el sistema. Aunque, a diferencia de otras películas que tratan este último tema trágicamente, ésta se toma licencias para la comedia. Por ejemplo, cuando la Sra. Pilardosse (Yolanda Moreau) le debe repetir unas cuantas veces su apellido a un operador telefónico para obtener una información. El gag hizo reir a la platea. Claro que quien suscribe no se hubiera imaginado que horas después, al ir a retirar a la oficina de prensa del festival del título la credencial correspondiente, tendría que repetir su apellido unas cuantas veces para poder cumplir con el trámite. Ya lo han dicho varios estudiosos: el cine, a veces, se adelanta a la vida. Por suerte, en este caso lo hizo graciosamente.
Nostalgia de la luz
Así, sin ningún inconveniente, pudimos mirar Nostalgia de la luz, el maravilloso documental de Patricio Guzmán. En el imaginario de la firmante, el desierto de Atacama, en el Norte de Chile, siempre fue una suerte de otro planeta dentro de la Tierra. La “culpa” de este preconcepto la tienen los folletos turísticos. En estos, entre cielos increíblemente azules, lagunas de sal, y géiseres, se alude al paisaje marciano de la zona. Lo que no recordaba era que en el lugar se emplazan observatorios astronómicos. El documental comienza descubriendo, cual si se tratara de una obra maestra de la Historia del Arte, uno de los telescopios que sirve para auscultar el cielo. Y, sobre el cielo y las galaxias, el narrador va indagando en las características geológicas y astronómicas del lugar mientras consulta a distintos científicos. Uno de ellos, un astrónomo, da una explicación del tiempo presente: como la luz tarda en llegar de un lugar – no importa si un millón de años o una centésima de segundo- a otro, todo es esencialmente pasado.
Hasta allí el film podría interpretarse como un sorprendente institucional, pero con los recursos propios del documental de autor (la intervención del narrador y sus recuerdos, la banda sonora acompañando las imágenes). Pero súbitamente, la voz de quien ya reconocemos como el autor del film, cambia de tono, y dice algo así como: en este lugar, tan poco propenso a cualquier tipo de vida conocida, parecido a Marte, y donde entidades científicas de todo el mundo invierten tiempo y dinero, hay Historia.
En ese momento, la película da un giro y magistralmente introduce el contrapunto a través del testimonio (un recurso bien propio de la filmografía de Guzmán): el de las mujeres que hace años también investigan en el desierto e indagan en el pasado para encontrar los restos de sus familiares detenidos, torturados, y desaparecidos. El viraje no es solo de una ciencia (la astronomía) a otra (la arqueología), el viraje es también semántico: Mientras unos buscan para informarse, otras buscan para recordar, no olvidar.
La información que surge a partir de allí corre un velo y tira por la borda aquella falacia de que en la Dictadura chilena, “al menos”, hubo fusilados, y no desaparecidos. Queda bien claro que estas mujeres, que padecen una situación de orfandad preocupante, buscan a sus desaparecidos desde hace años: los militares chilenos no solo se encargaron de hacer desaparecer a los cuerpos bajo el desierto también se preocuparon por desmembrarlos.
Frente a lo que debería hacer la Justicia (investigar y condenar todos los horrores cometidos) es muy poco lo que el documental puede hacer, pero como dice Guzmán cerca del final si bien en la Historia de la humanidad, la historia de unos años chilenos puede parecer insignificante, no deja de ser un elemento más. O, como dijo John Berger, el arte (para nosotros el cine) no puede resolver nada, ni cambiar nada, pero sí puede cambiar algo: Un recuerdo, un sentimiento, un legado, una manera de entender las cosas.
Películas griegas
Hace unos años, el cine realizado por jóvenes realizadores griegos ocupa las competencias de algunos festivales de cine internacionales. En Mar del Plata, por ejemplo, se presentó en el 2009 Colmillos (Lanthimos), la candidata al Oscar griega de este año, y cuyo director es también actor de una de las películas de más abajo. Este festival proyecta, en la Competencia Internacional, Attenberg (Tsangari), y en la sección Corazones Harisma (Ioakeimidi).
La primera, por un lado, utiliza recursos vanguardistas de los años ’70 y presenta el espacio de una manera que remite al cine de Antonioni. Por otro lado, se estabiliza en el canon del cine global contemporáneo de festivales: por la forma de utilizar la música (a través de la fuente en campo) y la manera de terminar la película: con un plano general desde el que se van los personajes, por dar algunos ejemplos. De todas maneras, en conjunto (que es lo importante) la película es interesante. Ahora, si bien la alternancia de registros enriquece a la estética, por momentos hace que algunos pasajes funcionen un poco ornamentalmente. Lo que no es malo, pero quizás le quita fuerza a la historia del despertar a la vida sexual, por un lado, y de la despedida de la vida, por el otro.
Harisma también utiliza la mezcla de registros, pero en este caso descontroladamente. Aquí todo es exageración, cambio de registro de una escena a otra e, incluso, dentro de la misma escena. No es exactamente una película que uno espera encontrarse en un horario central del Bafici (viernes a la noche), pero siempre se aprende algo, o al menos, siempre surgen interrogantes: Por ejemplo, en Grecia, las personas ¿usan la cama como escenario? Es que tanto en Attenberg como en Harisma los personajes tienen escenas de histrionismo actoral arriba de los colchones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario