El musical con cabeza
No son tanto las citas lo que
hacen de “la la land” de Damien Chazelle una película contemporánea sino, quizás, su mirada sobre
el amor distina a la de los musicales de antaño. Abajo una opinión al respecto.
A lo largo de mi vida cinéfila creo
que habré visto “Cantando bajo la lluvia” como diez veces. Y no me canso de ver
a Gene Kelly “dancing in the rain”. No me canso de contagiarme de esa sensación
de estar contento porque encontró gente que lo hace feliz en su vida, porque
Gene baila porque está enamorado y ese sentimiento traspasa la pantalla y nos
contagia y nos dan ganas de bailar y chapotear con él. La razón me dice: “¡Pero
si eso es un decorado!” “¡No le creas a Gene….!” ”¡No es agua lo que cae sino
leche!” Pero yo le creo. ¡Qué importa que eso sea un estudio y no la calle! No
me importa. Gene me lo hace olvidar, me hace perder la cabeza, me mete de lleno
en su baile. Me trasmite sus ganas de vivir y de crear.
Según algunos críticos y teóricos,
para bien y para mal, esa era la función del musical. Hacer olvidar a la gente
sus problemas, sus angustias. Recuerdo que durante algunos años, sobre todo en
la universidad, me sentí culpable porque los musicales me gustaban. ¡Cómo podía
ser que mientras se estaba gestando el neorrealismo italiano en Estados Unidos
estaban con estas películas! En mi fuero interno, aunque era una espectadora
e imitadora oculta de “Fama” y “Flashdance”, no podía perdonarme pasar por alto
mi conciencia social. Por eso por unos años me olvidé de los musicales. Mejor
dicho, me “olvidé” de los musicales de Hollywood.
Con los años, entendí que estaba
cometiendo un error. Que si el musical servía para hacer feliz a la gente eso no
tenía porqué ser algo malo. Que en realidad la búsqueda de la felicidad es un
derecho como cualquier otro. Y que está bueno que el cine nos los recuerde de
tanto en tanto. Porque el musical no es la felicidad, es la búsqueda de la
felicidad en la mente de uno. Es el cambio del estado del ánimo, es la
activación de algo químico en nuestro cuerpo. Por eso los colores son tan
importantes en el musical porque nos despiertan emociones de alegría, de excitación.
“Cantando bajo la lluvia” es en
ese sentido el musical perfecto: tiene baile, amor, color y final feliz. Y el
final es feliz porque sus personajes, finalmente, encuentran la felicidad: la
felicidad de pareja y la felicidad profesional. Las dos líneas argumentales de
la película se unen en un desenlace teatral, porque transcurre un teatro, y
porque Cosmo le declara su amor a Cathy cual un personaje de Shakespeare. Por
supuesto, no vamos a ser ingenuos, “Cantando bajo la lluvia” es también la “venta”
de una nueva técnica (el Technicolor) y la afirmación de que el que manda
finalmente en la película es el productor que elige los actores, decide cuando
cambiar de rumbo y, por supuesto, deja de hacer películas mudas para hacerlas “habladas!
(las “talking pictures”).
“La la land” tiene varias referencias a “Cantando
Bajo la lluvia” y también a otros tantos musicales y, sin embargo, no tiene
nada que ver con ellos. Es una suerte de compaginación recreada de distintas
momentos de musicales. Está estructurada como si estuviéramos viendo uno a uno
distintos videos de musicales por youtube. Eso no es algo negativo. No lo veo
como tal, lo veo como es el arte hoy: una reescritura constante. Y para hacer eso,
el artista necesita mucho cerebro, necesita usar mucho su memoria, y la memoria
es una actividad cerebral. La cinefilia como se la definía, identificar la
cita, es también una actividad cerebral.
Lo que me pasó al ver “la la land”
fue que vi más cerebro que corazón. Vi a una bailarina (Emma Stone) más
atlética que intensa, que se mueve más que desde el interior, como lo hacía
Debbie, desde el exterior. De hecho, sus muecas son bastante pronunciadas.
Pero eso no hace a “la la land”
una mala película. El arte es alucinante, la relación entre la banda de imagen
y sonido también (y me parece que en ese punto se me escapan muchas cosas) y el
recorrido que hace por Los Ángeles, si bien es turístico, no está nada mal. Yo
que no fui nunca allí físicamente al menos descubrí que existe El Observatorio Griffith.
Que Mía vaya de un casting a otro sin suerte no significa nada más que eso. Eso
es lo que ella, en medio de una película con una historia débil, más bien
episódica, hace: va de un casting a otro sin suerte hasta que bueno… un día
tiene suerte. O desgracia, depende como se lo mire.
Para mí es una desgracia. A
diferencia de “Cantando bajo la lluvia” el ascenso profesional de Mía es el
descenso de su relación con Sebastián. Mía, la vemos con los años, elige otro
tipo de hombre y no al sensible y soñador Sebastián.
Eso es lo “original” de “La la
land” y lo que, en tal caso, la diferencia de todas las otras películas a las
que hace referencia (incluso a “Los Paraguas de Cherburgo” que tampoco tiene un
final feliz pero por otros motivos): que privilegia “la realidad” y no el
sueño. Que privilegia el pragmatismo y no el amor, que privilegia el éxito
personal y no el ascenso espiritual. La mirada final de Mía a Sebastián, casi cámara a Mía, es
en este punto, escalofriante.
Insisto, con esto no quiero decir
que “la la land” sea una mala película, ni nada por el estilo. Tiene sus
momentos y seguramente cada espectador conectará de distinta manera. Pero si
quiero decir que me parece actual o contemporánea, no tanto por la sumatoria
citas, sino porque privilegia el pragmatismo al amor. En ese punto es
exactamente al revés que los musicales que la anteceden.
Copyright Lorena Cancela
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