Con Ave Fénix Christian Petzold construye un relato intertextual (entre
el drama de posguerra y el thriller) con
múltiples capas de sentido que tienen al amor y la pareja, como pregunta, en el
centro de la escena, para a partir de allí disparar sentido hacia otras zonas.
Apelando a una narrativa clásica, con reminiscencias a Fassbinder, el guión que Petzold escribió con Farocki, está
lleno de detalles, y de informaciones a tener en cuenta para comprender la
profunda reflexión que plantea el film.
(imagen)
Una mujer que sobrevive a un
campo de concentración con la cara desfigurada retorna a su lugar donde le
practican una cirugía “recreativa”, como le dice su amiga Lena. A Nelly le cuesta
adaptarse a este rostro, tiene heridas abiertas (literales y metafóricas) y una
crisis de identidad. Su principal anhelo es reencontrarse con su esposo Johnny,
a quien finalmente encuentra aunque este no logra reconocerla.
La anécdota remite rápidamente a Vértigo de Hitchcock y por supuesto a Más allá del olvido de Hugo del Carril. El retorno del ser amado
como la continuación de un amor más allá. Sin embargo, el guión magistral que
Petzold escribió con Harun Farocki (quien no llegó a ver la película terminada)
tiene ribetes, detalles más oscuros, vueltas de tuerca que llevan la historia
hacia un lugar menos romántico.
En general, los personajes que
retornan lo hacen por un motivo: para aclarar algo, comprender algo o reencontrarse con alguien. Y
el personaje de Nelly (interpretado por Nina Hoss, actriz fetiche de Petzold,
sublime en su rol) no es la excepción. Nelly vuelve a encontrarse con su
marido, con su verdadero marido: un ser mucho menos ideal que el que ella
recordaba cuando estaba detenida. La reflexión sobre la “naturaleza” del amor
en Ave Fénix no un tema menor
Ese hombre que no la reconoce,
que en su recuerdo le salvó la vida (la memoria es selectiva) le propone un
trato, una estafa: que se haga pasar por su esposa muerta para cobrar una
herencia que repartirán a porcentaje. ¿Qué ha pasado con él? ¿Se ha vuelto así
por la guerra? ¿Es esta la que lo ha llevado a ser un hombre frío y calculador?
¿No era acaso un músico sensible?
Nelly, para recuperar a su esposo,
acepta el juego, y mientras lo hace aprende de nuevo a ser ella misma. Y
mientras juega, tiene la ilusión de que de un momento a otro su esposo la
volverá a recordar. Y nosotros, espectadores, ansiamos que eso ocurra para que
Nelly pueda, o tenga la posibilidad, de obtener lo que tanto deseó. Pero el guión
nos va brindando pequeñas informaciones que aunque sueltas, son contundentes: Johnny
no fue el príncipe azul que Nelly recordaba.
De todas maneras, nunca accedemos
a él. Toda la película (tal en otras películas de Petzold como Yella o Bárbara) vemos las situaciones desde el punto de vista de la mujer:
es a Nelly a quien observamos sufrir, pensar, amar o actuar. A Johnny, exceptuando
la mueca final, cuando es finalmente descubierto, no podemos acceder. Pero ¿es
Johnny un malvado?
En todo caso, es un negador. Él
está convencido de que su esposa ha fallecido, por eso no puede aceptar su
retorno. No puede aceptar a una esposa con heridas. La historia no profundiza,
ni corrobora lo que Lena le dice a Nelly: que fue Johnny quien la entregó.
Hay puntos oscuros, sueltos, que lo
sugerirían, pero esto no se aclara del todo.
La posguerra, es el escenario
donde se articulan estas cuestiones, Petzold acentúa el aire de maqueta de los
exteriores, y de los interiores también. Por eso lo que empieza como una
película sobre la guerra (aunque esta con su horror acecha) muta en un film de
suspenso y después en una profunda y dolorosa reflexión sobre “la naturaleza”
del amor.
Había leído tanto que la película
hablaba de la identidad que especulé con que me encontraría con una reflexión en
este sentido. Por supuesto, hay toda una línea argumental que se explayar sobre
y esto y también le permite a Petzold ir sobre un tema social: el día después
de la guerra cuando se levantaron las fronteras, volvieron los sobrevivientes,
los norteamericanos están por acá y por allá, las familias de los nazis
también. O sea, la historia privada, íntima funciona como alegoría de un
conflicto mayor que el cine no ha explorado mucho.
Pero también está el otro tema:
el de la desgracia del amor. Porque Nelly, como personaje individual, descubre que
mientras casi todos la reconocen (la Sra. Elisabeth, la dueña del hospedaje que
la ocultó, su amiga Lena, los supuestos amigos) Johnny no logra reconocerla
hasta el final, quizás porque antes tampoco la había conocido realmente.
Cuando Nelly termina de aceptar
esto (casi le es más fácil comprender que él podría haberla delatado, el
diálogo en la bicicleta es paradigmático en este sentido, que el hecho de que
él no la reconozca) es cuando resurge con un canto como un Ave Fénix. Resurge
de sus propias cenizas y crece (solo por ese desenlace a Hoss deberían darle
unos cuantos premios), se eleva.
Quizás, también, en algún punto
la historia de Nelly sea la Historia, con mayúsculas, de Alemania: un país que
en el final de la guerra se quedó sin identidad, se quemó al ver el horror que
ella misma había cometido, y tuvo que “recrear” (no reconstruir) sus ciudades
y sus nuevos monumentos.