Unos años atrás, El último Elvis sorprendía por su protagonista: Un hombre que no
solo se caracterizaba como el popular cantante del título sino que medía sus
acciones como si fuera este mismo. Su tragedia, quizás como le de todo imitador
y ferviente admirador, era que su vida real distaba mucho de ser como la del
verdadero Elvis. El combate del personaje con su entorno funcionaba como excusa
para recrear un mundo melancólico, donde los sueños eran casi imposibles de
alcanzar. Su director, Armando Bó, nieto del mítico Armando, sorprendía con una
ópera prima que no se parecía a ninguna otra local.
Con Birdman
Armando Bo vuelve a ser noticia: junto con Iñárritu, Giacobone y Dinelaris es
guionista del último trabajo del talentoso mexicano que compite el próximo
domingo como Mejor Película en los Premios Oscar. En una entrevista para el
programa Plumas, bikinis y tango conducido por Rómulo Berruti por la 2 x 4,
Giacobone, desde Los Ángeles, sostuvo que el film era sobre el ego, el “ego que
todos tenemos” y no tanto una crítica a Hollywood. Efectivamente, la película
es sobre el ego (y sus caprichos y deformaciones) pero es más que eso. Es una
crítica a Hollywood, pero es también una mirada sin idealismos sobre la
intelectualidad, el mundo artístico y sus miserias.
Giacobone sostuvo que la idea surgió de un
sueño de Iñárritu en plano secuencia. Esto quizás sea lo que ha llevado
erróneamente a algunos a interpretar al film como que está hecho de un plano
secuencia. Pero este recurso, como su nombre lo indica, tiene que ver con la secuencia,
la unidad dramática y aquí eso no se respeta. Formalmente, el recurso no es el
mismo que el de El Arca Rusa que se filmó solo con una
steady en una toma. Por otro lado, se percibe que hay algún tipo de montaje o
superposición de imágenes sobre todo en las elipsis temporales de la noche al
día.
Birdman (La inesperada
virtud de la ignorancia) cuenta la historia de Riggan Thomson (Michael Keaton)
un actor otrora celebrity por su rol de
Birdman, un super héroe de un comic, que en el presente de la historia intenta
por distintos medios dirigir y actuar una obra de Raymond Carver: “¿De qué
hablamos cuando hablamos de amor?”, en un teatro central de Broadway. Distintos
obstáculos se le presentan a Riggan en su camino: una crítica de teatro déspota
y elitista, un actor extremadamente narcisista y descontrolado (Edward Norton),
su hija (Emma Stone), su actual pareja, el resto de la compañía pero su peor
oponente es él mismo y los síntomas de una incipiente psicosis.
Desde ya, Birdman
no es la primera película que cuenta la historia de una mente perturbada, ni
tampoco la primera que lo hace en un entorno artístico. El año pasado,
Cronenberg, en Polvo de Estrellas (2014),
también trabajaba sobre lo mismo y más atrás en el tiempo podemos citar a Opening Night de Cassavetes una película
con la que Birdman tiene algunas
similitudes y otras tantas diferencias.
Algunas similitudes: el rodaje en la calle (sí,
la calle y no el estudio), la noche de estreno una obra de teatro y este asunto
de mirar las miserias de los actores. Sin embargo, el relato, la narración, también
le debe a Antonioni. Por ejemplo, lo que en principio parece un sonido de una
instancia por fuera de la historia después se transforma en un sonido in situ cuando vemos al baterista en la
calle, lo que parece un sonido que escucha solo el personaje muta en una música
que escuchan todos los personajes en campo. Por dar otro ejemplo, hay un
momento en el film donde la cámara se detiene en el pasillo del teatro y no
sigue a nadie, está como contemplando la nada, el silencio sin trama, se toma
un respiro de su personaje principal y de su entorno tal cual como el italiano
lo hace en El Pasajero.
Desde ya, hay elementos que remiten a la filmografía
de John (los mencionados y la recurrencia a los tambores propios de Shadows) pero también usa modos que son
afines a otras filmografías. Incluso leí que un colega refería que los créditos
y las intromisiones son similares a las que usa Godard.
Pero Birdman
no es un pastiche, tiene un guión original, potente, incómodo. Lejos está Iñárritu
de justificar a Riggan en sus acciones aunque tampoco lo condena. La dialéctica
que genera entre el héroe y el anti héro es más que interesante. Del lado del
espectador, se transforma en una película intensa por la alternancia entre la identificación
que proyectamos sobre Riggan en sus momentos tiernos, o de arrepentimiento, y
el desprecio que sentimos en sus momentos de locura ególatra. Y ese vaivén entre
un estado y otro se da en la misma escena, de un minuto al otro. Constantemente
el espectador “es forzado” a leer la película saliendo de su zona de comodidad.
Aunque no es solo, o del todo, una película
sobre un hombre en trance hacia la locura. El pequeño espacio del teatro
termina siendo el reflejo de algo más amplio: de una sociedad desigual,
estratificada, donde todos los personajes, si tienen la oportunidad, hacen un
mal uso de la cuota de poder que les toca en suerte. Aquí, exceptuando a la ex
esposa de Riggan, los personajes no ocultan sus miserias, y casi que las
exponen autoritariamente, en su mayoría son seres irritables, hipersensibles e intolerantes. Y
eso, por supuesto, no es potencialmente una condición solo del actor.
El personaje de la crítica de teatro es el
más elocuente en este sentido. Hay quien podría enojarse por como retratan a la
crítica, una auténtica villana, ortodoxa y prejuiciosa en sus concepciones, pero
es interesante como funciona como contrapunto de Riggan.
Por eso, insisto, Birdman es sobre el ego pero también es sobre mucho más que eso. Es,
sin dudas, junto con Boyhood y El Gran Hotel Budapest, las tres
apuestas más originales de la selección de mejores películas en los próximos
Oscar que se entregan el 22 de febrero.
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