Hay
momentos en la profesión, en la vocación por el cine que son como tirarse a una
pileta en una noche calurosa, aunque no agobiante, de verano en medio de un
paisaje arbolado, rodeado de una tenue brisa (aunque en Buenos Aires sea pleno
invierno). Son momentos únicos, que se dan cada tanto porque el mundo del
audiovisual tiene a veces una faceta espectacular, burocrática y careta. Y el
caretaje no es solo parte de eso que se llama cine comercial sino también de lo
que comúnmente se llama, a falta de una palabra mejor quizás, cine arte. Pero
en medio de ese boscoso escenario a veces el ambiente propone al espectador, al
profesional, una auténtica alegría, un momento de real y genuina conexión con
la imagen- movimiento, en este caso de la mano del 2 FINCA (que se desarrolla
hasta el 30 de julio en el BAMA, Gaumont, y Alianza Francesa).
Percibí
que algo venía barajado distinto en este festival desde el momento en que en la
ceremonia de apertura en la Alianza Francesa, un grupo de música (Bruno Arias y
su banda) deleitó a los asistentes con sus canciones (sociales, políticas y
pegadizas) y la directora del festival – Florencia Santucho-, lejos de toda
postura, salió a bailar un chamamé. Me sorprendió ver como que a pesar de los
temas y contenidos abordados a lo largo y ancho de la programación – como el
video homenaje al biólogo argentino Andrés Carrasco una de las pocas voces del
ambiente científico que advirtió sobre la toxicidad del glifosato, un pesticida
que se usa en el cultivo de la soja, en los vertebrados – había un clima de
alegría y celebración de la vida. En medio de la algarabía incluso en un
momento sentí el impulso de salir a bailar, pero los años acartonados de tanto
cine y tantos eventos “serios”, y mi super yo, me lo impidieron.
De
todas maneras, la sorpresa mayor vino de la mano de los cortometrajes. Qué
alegría sentí al ver algunos de los trabajos presentados, realizados en algunos
casos por alumnos de escuelas primaria con pocos recursos tecnológicos a
disposición pero que sin embargo crearon auténticas gemitas del mundo
audiovisual. Por ejemplo, Guardianes del
agua de Jean Charles L’Ami, un corto venezolano que cuenta las desventuras
de un grupo de animales andinos que se quedan sin agua y tienen la difícil
tarea de tratar de hacerles entender a los hombres, urbanizados, que tienen que
cuidar este recurso. Si tuviera que plantear un paralelismo entre la trama del
corto y la literatura argentina, la referencia a Horacio Quiroga no tardaría en
surgir. Sin embargo, y a diferencia de este notable escritor local, el
trasfondo aquí es más tierno y esperanzado. ¿La técnica utilizada? Una suerte
de stop motion en cartulina.
Otro
cortometraje, también venezolano, que me conmovió gratamente fue Galus, galus. Aquí Clarissa Duque con una
sensibilidad a prueba de cualquier prejuicio, cuenta la historia de un mendigo
que por azar se encuentra con un huevo del que nace un pollito al que
transforma en su mascota. El mendigo se encariña tanto con el pollo que es capaz
de no comer él para alimentarlo. Clarissa tiene sobre su personaje una mirada
cariñosa y compasiva, lejos de cualquier condena, no perdiendo de vista en
ningún momento que es un sujeto, con sus recuerdos, con su posibilidad de
empatía con su entorno y de transformación: en el desenlace nuestro amigo es
erigido como un militante por la causa contra la riña de gallos Galus galus es un corto que no tiene
nada que envidiarle, incluso tiene más contenido, a uno de los primeros
cortometrajes que empezaron a circular de Pixar. ¿Se acuerdan For the birds el de las palomas en los
cables? Aquí adjunto el trailer.
Una
pequeña obra maestra es el cortometraje suizo Vigía de Marcel Barelli. Conviven este dos tramas paralelas: la de
la abeja protagonista que sufre por los cambios del entorno (desaparición de
flora por el uso de agro tóxicos, cambios climáticos) y decide emigrar, y por
el otro una trama metatextual, representada por una voz off que sugiere pautas sobre como contar la historia. La abejita
tiene que ir cada vez más alto para encontrar un néctar que le permita producir
buena miel y en su afán se topa con distintos obstáculos, mientras su abuelo le
va sugiriendo pautas sobre cómo contar su historia. Barelli, vive y trabaja en
Ginebra y es a pesar de su corta edad un referente de la animación en Europa: ha
ganado premios en distintos festivales como Annecy y Montagne. En Vigía muestra todo su talento para moverse en las dos dimensiones,
y deleitarnos con el trazo de los dibujos.
Los
cortometrajes citados se repiten el miércoles 30 de julio entre la Alianza y el
Gaumont. Mismamente, el domingo 27 de julio tendrá lugar una feria orgánica, en
el barrio de San Telmo, entre las 12 y las 18 hs (Humberto Primo 670).