Más Corazón que Odio
Por Lorena Cancela
Quiero decir de antemano que
escribo esto y tengo ganas de llorar porque recuerdo a Gran Torino: una obra
maestra de la historia del arte firmada por Clint Eastwood y me acongoja no
tener la certeza de que voy a volver a ver en la sala cinematográfica una
película así. Y me pregunto por qué sufro pues, la verdad, podría “odiar” a Clint por
un par de razones: su ideología manifiesta (su simpatía con los valores
republicanos) o su mirada un tanto misógina sobre la mujer (1): en Río Místico es la villana oculta que es cómplice
de corrupción, en Los puentes de Madison
es una cobarde que amó profundamente a un hombre pero se quedó con otro y en The Jersey Boys, la película que nos
ocupa, es una borracha que se interpone en la carrera de su marido.
Por estas razones, podría “odiar”
a Clint Eastwood – se me viene también a la memoria una Ceremonia de los Oscar
donde Hollywood quería dar una “buena” imagen al mundo en pleno conflicto con
Irak y Clint, bien maduro ya, fue con su mamá a la entrega - y sin embargo
siento un amor profundo por su obra y una admiración enorme que traspasa mis propios
preconceptos. ¿Qué es lo que hace que me sienta tan subyugada por sus
películas? Hoy encontré una respuesta:
me siento atraída por su obra porque miro a sus películas, aún cuando sean
ficciones, como si fueran un documental.
Déjenme explicar este oxímoron. Hay
una manera de ubicar la cámara en Clint que no es igual a la de ningún otro
cineasta vivo. Hay una manera de hacer un travelling,
de encuadrar a tal o cual actor que responde a un canon pasado. Incluso, hay
una manera de mirar de él como actor – cuando es al mismo tiempo actor y
director de sus películas como en Gran
Torino – que viene de más allá. Pero no de un más allá metafísico sino de
un más allá simbólico: Clint mira desde otra época pero está en esta, mira al
mundo desde un lugar marginal: mira desde el lugar del vaquero.
Desde la soledad de estar adentro
y al mismo tiempo afuera del orden simbólico del cine como los cowboys están en la frontera de su país
y de sus valores predicados. Su mirada es en parte similar a la de otros
actores que, como él, actuaron en el, o sobre, el Oeste de los Estados Unidos y
lo hicieron tan bien que este se les metió en la mirada. Porque hay una similitud
entre las miradas de Clint y Gregory Peck, por ejemplo. Este último en el
documental Un viaje personal de Martin Scorsese
por el cine americano evoca cómo era filmar en el momento de la llamada época
de Oro de los estudios y lo hace con la misma melancolía y cadencia que Clint (personaje)
mira al mundo hoy, o los personajes de Clint miran a otros personajes en las
tramas que les tocan vivir.
(Clint Easwood)
Y en un mundo que sobrevalora lo
nuevo por lo viejo, lo joven por lo maduro, la tecnología por sobre la
humanidad, miro esa mirada que viene de otro lugar – un lugar simbólico para el
cine norteamericano como es la época de los estudios a la que Clint perteneció
y en su corazón quizás siga perteneciendo- y no puedo dejar de sentir curiosidad
por qué es lo que esta quiere decirme hoy, Por eso, creo, es que miro sus
películas como un documental.
The Jersey Boys es una de las películas que Clint dirigió en los
últimos años donde no actúa pero su forma de observar al mundo y de filmar están
igual de presentes. Como es sabido la película cuenta la historia de Four
Seasons: un grupo de chicos músicos de New Jersey, de origen humilde, con
vínculos con la mafia, que terminaron creando grandes hits en la historia de la
música norteamericana.
Vale decir que esta está basada
en la obra de Broadway y que entre los productores del film se encuentran los
mismos Valli y Gaudio, integrantes primigenios del grupo, con lo cual los
personajes están bastante aggiornados: son todos demasiados buenos, incluso el “rebelde”
Tommy es redimido. Y sin embargo, Clint se las ingenia en la menos autoral de
todas sus últimas películas para brillar con su “mano” de creador. Quiero
decir, acá no importa tanto la historia – convencional en algún punto pues
narra el típico ascenso de la pobreza a la fama y los dolorosos traspiés en el
camino– sino como Eastwood la filma.
Pareciera que para Clint la
cámara es pesada. Quizás porque cuando él empezó a filmar, como actor, esta era
efectivamente pesada. Los movimientos de cámara en sus películas son una obra
de arte en sí mismos, si por este entendemos algo que puede estar más allá de
lo ordinario, de lo cotidiano y por alguna extraña, y no del todo explicitable
razón, nos puede producir cierto goce o satisfacción. Los movimientos de cámara
se perciben como los pliegues del mármol cuando evocan una piel en una escultura
conectándonos menos con la iconicidad del gesto y más con la pura forma.
Y algo de formas hay en una
película que termina, curiosamente, con un baile – probablemente tomado de la
obra de teatro- donde los actores, vueltos al pasado de la ficción, posan en el
epílogo como esculturas. Otra hubiera sido la película si, como en muchas biopics tradicionales, Clint hubiera
elegido contrastar a los actores con los verdaderos The Four Season. Sabiamente,
Clint no destruye al mito y contrasta a sus personajes con actores que hacen de ellos..
Es cierto que no hace falta ir a
la sala de cine para encontrarse con el cine. Pero qué lindo es ir al cine a
encontrarse. Podría odiar a Clint y, sin embargo, lo amo… Es que creo que sus
películas, como muchas de Hitchcock, van
más allá de sí mismo.
Nota:
(1)
Incluso en las películas donde la mujer es
protagonista absoluta como El intercambio o Million Dollar Baby las mujeres son
importantes porque tienen ciertas características asociadas a lo que comúnmente
se conoce como hombría.
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