jueves, 3 de julio de 2014

Jersey Boys de Clint Eastwood.

Más Corazón que Odio

Por Lorena Cancela

Quiero decir de antemano que escribo esto y tengo ganas de llorar porque recuerdo a Gran Torino: una obra maestra de la historia del arte firmada por Clint Eastwood y me acongoja no tener la certeza de que voy a volver a ver en la sala cinematográfica una película así. Y me pregunto por qué sufro pues, la verdad, podría “odiar” a Clint por un par de razones: su ideología manifiesta (su simpatía con los valores republicanos) o su mirada un tanto misógina sobre la mujer (1): en Río Místico es la villana oculta que es cómplice de corrupción, en Los puentes de Madison es una cobarde que amó profundamente a un hombre pero se quedó con otro y en The Jersey Boys, la película que nos ocupa, es una borracha que se interpone en la carrera de su marido.

Por estas razones, podría “odiar” a Clint Eastwood – se me viene también a la memoria una Ceremonia de los Oscar donde Hollywood quería dar una “buena” imagen al mundo en pleno conflicto con Irak y Clint, bien maduro ya, fue con su mamá a la entrega - y sin embargo siento un amor profundo por su obra y una admiración enorme que traspasa mis propios preconceptos. ¿Qué es lo que hace que me sienta tan subyugada por sus películas?  Hoy encontré una respuesta: me siento atraída por su obra porque miro a sus películas, aún cuando sean ficciones, como si fueran un documental.

Déjenme explicar este oxímoron. Hay una manera de ubicar la cámara en Clint que no es igual a la de ningún otro cineasta vivo. Hay una manera de hacer un travelling, de encuadrar a tal o cual actor que responde a un canon pasado. Incluso, hay una manera de mirar de él como actor – cuando es al mismo tiempo actor y director de sus películas como en Gran Torino – que viene de más allá. Pero no de un más allá metafísico sino de un más allá simbólico: Clint mira desde otra época pero está en esta, mira al mundo desde un lugar marginal: mira desde el lugar del vaquero.

Desde la soledad de estar adentro y al mismo tiempo afuera del orden simbólico del cine como los cowboys están en la frontera de su país y de sus valores predicados. Su mirada es en parte similar a la de otros actores que, como él, actuaron en el, o sobre, el Oeste de los Estados Unidos y lo hicieron tan bien que este se les metió en la mirada. Porque hay una similitud entre las miradas de Clint y Gregory Peck, por ejemplo. Este último en el documental Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano evoca cómo era filmar en el momento de la llamada época de Oro de los estudios y lo hace con la misma melancolía y cadencia que Clint (personaje) mira al mundo hoy, o los personajes de Clint miran a otros personajes en las tramas que les tocan vivir.

(Clint Easwood)

Y en un mundo que sobrevalora lo nuevo por lo viejo, lo joven por lo maduro, la tecnología por sobre la humanidad, miro esa mirada que viene de otro lugar – un lugar simbólico para el cine norteamericano como es la época de los estudios a la que Clint perteneció y en su corazón quizás siga perteneciendo- y no puedo dejar de sentir curiosidad por qué es lo que esta quiere decirme hoy, Por eso, creo, es que miro sus películas como un documental.

The Jersey Boys es una de las películas que Clint dirigió en los últimos años donde no actúa pero su forma de observar al mundo y de filmar están igual de presentes. Como es sabido la película cuenta la historia de Four Seasons: un grupo de chicos músicos de New Jersey, de origen humilde, con vínculos con la mafia, que terminaron creando grandes hits en la historia de la música norteamericana.

Vale decir que esta está basada en la obra de Broadway y que entre los productores del film se encuentran los mismos Valli y Gaudio, integrantes primigenios del grupo, con lo cual los personajes están bastante aggiornados: son todos demasiados buenos, incluso el “rebelde” Tommy es redimido. Y sin embargo, Clint se las ingenia en la menos autoral de todas sus últimas películas para brillar con su “mano” de creador. Quiero decir, acá no importa tanto la historia – convencional en algún punto pues narra el típico ascenso de la pobreza a la fama y los dolorosos traspiés en el camino– sino como Eastwood la filma.

Pareciera que para Clint la cámara es pesada. Quizás porque cuando él empezó a filmar, como actor, esta era efectivamente pesada. Los movimientos de cámara en sus películas son una obra de arte en sí mismos, si por este entendemos algo que puede estar más allá de lo ordinario, de lo cotidiano y por alguna extraña, y no del todo explicitable razón, nos puede producir cierto goce o satisfacción. Los movimientos de cámara se perciben como los pliegues del mármol cuando evocan una piel en una escultura conectándonos menos con la iconicidad del gesto y más con la pura forma.

Y algo de formas hay en una película que termina, curiosamente, con un baile – probablemente tomado de la obra de teatro- donde los actores, vueltos al pasado de la ficción, posan en el epílogo como esculturas. Otra hubiera sido la película si, como en muchas biopics tradicionales, Clint hubiera elegido contrastar a los actores con los verdaderos The Four Season. Sabiamente, Clint no destruye al mito y contrasta a sus personajes con actores que hacen de ellos..

Es cierto que no hace falta ir a la sala de cine para encontrarse con el cine. Pero qué lindo es ir al cine a encontrarse. Podría odiar a Clint y, sin embargo, lo amo… Es que creo que sus películas, como  muchas de Hitchcock, van más allá de sí mismo.

Nota:
(1)    Incluso en las películas donde la mujer es protagonista absoluta como El intercambio o Million Dollar Baby las mujeres son importantes porque tienen ciertas características asociadas a lo que comúnmente se conoce como hombría.


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