Si hay una
auténtica damisela en apuros en el vasto reino de las series televisivas
contemporáneas esa es Sooki Stackouse de True
Blood. Esta mujercita, interpretada brillantemente por Anna Paquín, la nena
de La Lección de Piano de James
Campion y también mutante de los X-Men,
atrae a todo vampiro que anda suelto en el pueblo de Bon Temps y sus
alrededores. Basada en la saga de The
Southern Vampire Mysteries de Charlaine Harris, la acción de la serie está
situada en el estado de Luisiana, en el sur de los Estados Unidos, donde se dan
cita personajes fantásticos de todo tipo (vampiros, hombres cambiantes) y
confluyen mitos (como el de Dionisios), deidades malvadas, como Lilith, e
historias de terror y no tanto.
Si algo define
al producto de HBO –creado por Alan Ball el mentor de la fantástica Six Feet Under y guionista del film Belleza Americana- es la hibridación y
revisión del género de vampiros centrándose sobre todo en el personaje
femenino. Para ubicarnos en la trama digamos que en el citado pueblo son forzados
a convivir humanos y vampiros. El título (True
Blood, Sangre Verdadera) refiere a la bebida con la cual se alimentan los
vampiros. Aperitivo que es un oxímoron en sí mismo puesto que esa sangre es artificial
y fue creada para que los vampiros no se alimenten de los humanos. Lo cual es
otro oxímoron porque ser vampiro es alimentarse de humanos. Sobre esta
paradoja, y tensión, se asienta una de las tramas principales de la serie, y a
partir de ella se bifurcarán gran cantidad de sub-tramas a lo largo de las distintas
temporadas: Seis hasta el momento en vísperas de que se estrene la séptima y,
aparentemente, última.
Pero ¿qué diferencia
a Sookie de, por ejemplo, Mina de Drácula, Bella de Crepúsculo o Buffy de la
Cazavampiros? ¿Qué es lo que hace a Sookie particular? En principio, su
aspecto físico. Sookie no es esbelta (como las mujeres encorsetadas
dieciochescas), ni es una muchachita escuálida, o lánguida. Tampoco es una
eximia atleta capaz de vencer a sus enemigos con patadas voladoras. Su poder,
en todo caso, radica en leer las mentes: una actividad más intelectual, e
incluso emocional, que física. Es más, cuando a lo largo de los distintas
temporadas descubra que tiene otro don (el del rayo de luz por su condición de
hada) este lo utilizará de manera aleatoria y bastante torpemente. Si Sookie
tiene un poder, es el poder de la seducción, de la empatía con su entorno. Es
esta, y su sensibilidad, la que generalmente la lleva a vencer los obstáculos
e, incluso, a salvar a sus seres queridos.
Sookie tiene
otra particularidad: Si bien en las primeras temporadas está profundamente
enamorada de Bill Compton (Stephen Moyer que ha dirigido algunos capítulos, el
esposo de Anne en la vida real) también se siente atraída por otros sujetos.
Desde ya, su atracción hacia Eric Northam (el sueco Alexander Skarsgård) es la
más notoria e irá creciendo y consumándose a lo largo de los capítulos, pero Sookie
también tiene aproximaciones con Sam Merlotte (un shaper, Sam Trammel) y luego Alcide, un hombre lobo interpretado
por Joe Manganiello.
Es cierto que
este ir y venir del deseo está también de alguna manera presente en esa otra
mutación del género de vampiros que es el éxito comercial Crepúsculo con Bella pivoteando entre el vampiro Edward y el lobo
Jacob, pero mientras en esta última hay claramente una jerarquía sentimental y
estética - Jacob está relegado a ser el segundo de la historia, el secundario
-, con Sookie y sus hombres no es exactamente así. De hecho, lo que empieza
como una gran historia de amor entre ella y Bill, termina mutando en una
historia de amor no asumida entre ella y Eric, con coqueteos en el medio con
Alcide y Sam.
Esto es lo que también
hace que Sookie sea una mujer como cualquier otra. Su deseo y su amor no es
unidireccional, absoluto y totalmente exclusivo para con un solo sujeto
masculino (no podemos decir hombre porque a Sookie claramente no le atraen los
humanos). Su libido es, en el mejor sentido, inestable, mundana, terrenal, no
está dirigida hacia un solo lugar.
Dentro del
género de vampiros, en lo que al rol de la mujer respecta, esta variación marca
una significativa diferencia. Sookie no es una mujer impotente porque ama a un
hombre, el conde Drácula, pero se va a casar con otro (Jonathan). Sookie no es
elegante y/o aristocrática como Mina de la tradicional Drácula – e incluso la de sus distintas versiones como la acertada
revisión que hizo Copola en 1992 –, ella es una camarera de un bar, en todo
caso de nobles sentimientos y con una sexualidad desbordante que va hacia
distintas direcciones y que no teme, ni duda, si se quiere acostar con uno u
otro sujeto.
En Drácula, Mina
desea consumar el amor carnal con el vampiro pero no lo puede asumir
concientemente. Un perfil, digamos histérico, lleva a Mina a fantasear, ya en
sueños diurnos o nocturnos, con un encuentro carnal con el Conde de
Transilvania. A los ojos de los espectadores a veces este sueño, como en el
caso de la película de Copola, es la presencia real del Conde en el cuarto de
Mina. Por el contrario, en True Blood
Sookie no solo se acuesta con Bill en unas cuantas oportunidades sino también
con Eric y en un capítulo, aunque en un plano onírico, se acuesta con los dos.
Por otro lado, a
Sookie generalmente la vemos vestida con sus camisetas de algodón con flores
y/o con su delantal de camarera. Los creadores de esta serie han dejado el glamour - propio hasta el momento del
aspecto icónico que rodea a las historias de vampiros y sus protagonistas-, para
los personajes secundarios femeninos de Pam y Jessica. Y no por casualidad son
ellas también las que responden a un ente masculino (Eric y Bill
respectivamente). Como si su actitud, responder a lo masculino, fuera algo del
pasado, un código perimido, al menos hasta que Eric libera a Pam y esta da
rienda suelta a su pasión con Tara, la amiga de Sookie, transformada en
vampiro.
Sookie tampoco
vive en una mansión (su hogar es una casa de clase media), su abuela, asesinada los primeros capítulos de la serie,
no tiene alcurnia, y su hermano, Jason, es un muchacho bastante rústico.
Ninguno de los miembros de la familia Stackhouse son metatextuales, en el
sentido que reflexionan o se lamentan por su condición. Es cierto que tienen
dudas sobre su ascendencia de hadas y la muerte de sus padres pero no hacen de
eso un drama existencial. Los hermanos Stackhouse son seres de acción,
trabajadores con empleos fijos. Es más, el hecho de ir o no ir al trabajo, de
estar presente, o ausente, es uno de los temas que flotan en la trama a lo
largo de la historia.
El más reflexivo
de todos los personajes es Bill Compton. Él sí se lamenta por ser vampiro, por
haber matado gente, se pregunta todo el tiempo qué está bien y qué está mal.
Cuando se transforma en un ser perverso, acusa a su bondad de haberlo
perturbado. Si Sookie funciona como una suerte de nueva heroína, Bill expresa
el malestar de la hibridación del género. El monólogo lastimero de Bill en la quinta
temporada donde, en un reducto de la Autoridad (la Casa Rosada vampira),
explica el por qué de su transformación malvada es casi un racconto del vampirismo y su mutación a lo largo de los años y,
sobre todo, de la figura del vampiro: Bill se lamenta por haber sido bueno
frente a un Eric ya más benévolo que malévolo y que ha cobrado fuerte
protagonismo en la serie.
En este contexto
de transformaciones, no debería llamar la atención que dos de los villanos más
interesantes de la serie sean mujeres. La primera de ellas es la ménade Maryann,
cultora del dios Dionisio, que hechiza a los habitantes de Bon Temps y los
invita a su casa a celebrar auténticas fiestas orgiásticas. Ella está allí más
por Sam (el shaper) que por Sookie y tiene un interés especial en Tara que a lo
largo de la serie mutará de la heterosexualidad al lesbianismo y de la
humanidad al vampirismo. Maryann es una auténtica hechicera, una mujer con un
encanto irresistible que atrae como imán a alguno personajes a su casa pero
cuyo deseo más profundo es el de llevar a cabo un sacrificio.
Maryann cumple
perfectamente con la polaridad planteada por el filósofo Nietzsche de lo
apolíneo y lo dionisíaco: De día su casa está llena de música y frutas, de luz
y armonía, pero a la noche – cuando da rienda a su sed dionisíaca- la casa, y
el parque, se transforman en el escenario perfecto para el sexo desenfrenado e
incluso la violencia. De alguna manera, expresa lo que palpita en la
profundidad de un pueblo que se muestra conservador hacia el exterior pero que
está movido por ocultos deseos.
Marnie es otra
villana de la serie. Ella puede comunicarse con los muertos hasta que el
espíritu vengativo de Antonia la posee y clama por venganza. Antonia viene de
la Inquisición y fue acusada de bruja. No podemos hablar de precisiones
históricas respetadas fielmente (estamos en Hollywood finalmente y esto es no
deja de ser una ficción) pero sí destacar que a su manera la serie también
rescata mártires femeninos de la Historia. Incluso, hay otra mártir, una mujer
iraquí salvajemente asesinada en la Guerra de Irak, que clama por venganza. Y
los autores poéticamente, y no tanto, se la dan.
La incorrección
política es otro de los rasgos de la serie. En este sentido, no se priva de
ridiculizar a las asociaciones de feligreses devotos (como los de la Hermandad
del Sol) que están más deseosos de sangre y armados que el más feroz de los
vampiros, o de sugerir que toda esposa fiel y predicadora de las buenas
costumbres está en el fondo deseosa de un revolcón con un hombre que no sea su
marido.
En fin, hay
muchos aspectos más para describir sobre True
Blood pero en esta entrega nos contentamos con dar cuenta de algunos
enfocándonos sobre todo en su personaje principal: la genial Sookie Stackhouse.
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