La identidad
en el centro de la escena
Concluyó la 28 edición del
Festival de Cine que se realiza en la ciudad balnearia de Mar del Plata y se
conocieron las películas ganadoras. Sin dudas, la gran ganadora fue “La Jaula
de Oro” de Diego Quemada-Diez un relato contundente sobre un grupo de
adolescentes que desde Guatemala atraviesan el territorio mexicano con la
intención de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. El jurado- integrado
por el director coreano Bong Joon-ho, el español Javier Angulo, el italiano
Luciano Sovenea, el escritor argentino Guillermo Martínez y la mexicana Paula
Astorga Riestra- premió a esta película con el Astor de Oro.
El relato de Quemada-Diez, basado en una investigación de 7 años y en
entrevistas a personas que intentan o han podido cruzar la frontera de México
hacia Estados Unidos- es intenso. La primera escena es contundente: Una
muchacha entra a un baño de un barrio carenciado, se corta el pelo, se viste de
varón y sale. Al comienzo del film el espectador podría pensar que se trata de
una película de búsqueda de la identidad, una road movie de iniciación, integración y reconocimiento de las
diferencias (uno de los chicos que se suma a la travesía es de Chiapas y no
habla el español) pero a medida que avanza el relato el asunto cambia.
Y cambia al punto tal de
transformarse en una especie de infierno en la tierra por los distintos conflictos
que deben enfrentar los amigos: el narcotráfico, los paramilitares, la pelea
del pobre contra el pobre, la trata de personas. La escena en la cual la
muchacha del grupo desaparece es escalofriante. Un tren se detiene,
presumiblemente con la complicidad del maquinista, y unos hombres armados secuestran
a las mujeres del convoy. La imagen remite a la mítica El Gran Asalto y robo al tren de Porter pero aquí las cosas son más
horrorosas: los hombres se llevan a las mujeres incluida a nuestra protagonista
que es descubierta por uno de los secuestradores como mujer.
Los espectadores informados
sabemos e intuimos su futuro pero la película no lo vuelve a retomar. Este es
mi mayor reparo para con la película: que narra fundamentalmente momentos
extremos pero no los profundiza, los expone pero no los vuelve a retomar, los
escenifica en toda su crueldad pero los deja como olvidados para seguir con las
“reglas” de la ficción, con que la historia tenga un desenlace y llegue a la tesis
final que le da título: que la vida del inmigrante latinoamericano que logra
cruzar la frontera hacia los Estados Unidos no es sinónimo de un paraíso
terrenal. La jaula de Oro también
obtuvo el Premio del Público, entre otras distinciones de esta 28 edición.
Pelo Malo de la venezolana Mariana Rondón, otras de las
galardonadas, también elige como uno de sus temas centrales la identidad pero
aquí el relato no tiene un tono épico – como en el caso anterior- sino más bien
costumbrista. Lo interesante es que a partir de ese costumbrismo la directora
construye una alegoría de un contexto más amplio: la Caracas actual, ecléctica
y, de acuerdo como la muestra la película, contradictoria. Una mamá soltera
vive con sus dos hijos: un bebé y un niño que está en tránsito hacia la
pubertad: Junior. El niño tiene una obsesión: tener pelo lacio en vez de crespo
(de allí el título del film).
Verdaderamente, el guión de la
película está muy bien construido pues cada uno de los conflictos que se
suscitan (sobre todo entre Junior y su mamá) son como una muestra de algo más
grande que los trasciende. Por un lado, está el tema de la identidad de género
(tal cual una persona se ve o siente internamente en su vínculo con el mundo) representada
en el personaje de de Junior y su imagen
en tránsito representativa de un momento de construcción de su esquema corporal
y social que presumiblemente lo acompañará de allí en más. Y por otro lado está el tema del rol de la
madre y la no naturalidad en su vínculo con Junior. Es decir, la película desnaturaliza el lugar
de común de que ser madre es igual a amar a los hijos.
Sutilmente Pelo Malo cuestiona lo dado, el sentido común, y es una película al
mismo tiempo valiente y hecha con sensibilidad.
Aunque no haya obtenido ningún
galardón, otra película que toma la identidad como tema central para la
construcción del guión es la griega El
Eterno retorno de Antonis Paraskevas de Elina Psykou. Esta película cuenta
la vida del hombre del título, un conductor de televisión que supo tener su
momento de gloria en los años ’90 pero que con la llegada del nuevo milenio no
encuentra su lugar. Su necesidad de fama y notoriedad de cualquier tipo es tan
fuerte que, junto con el director del canal, simula su propio secuestro. La
realizadora, de visita en Mar del Plata, sostuvo que no se inspiró en nadie en
especial para hacer su película pero sí en noticias periodísticas.
Antonis se encuentra solo en un
hotel (y las referencias cinéfilas podrían ir desde El Resplandor a Perdidos en
Tokio) y mira repetidamente un video de cocina molecular para realizar unos
spaghettis de colores que no logra que le salgan bien. Mientras tanto, sigue
las noticias sobre su desaparición en los medios. Claro que con el correr de
los días el tópico Antonis pasa de ser un tema central a un simple recuadro en
la portada de los diarios. Esto genera una confusión tan grande en Antonis que
tiene un brote psicótico que lo lleva a mutar en otro ser: cruel consigo mismo
(se auto mutila) y con los demás.
El Eterno retorno de Antonis Paraskevas es una película inteligente,
fuerte y también alegórica: Si bien la realizadora confesó que escribió el
guión antes del estallido de la crisis económica en Grecia, podríamos especular
con que su historia es anticipatoria y que la caída y posterior autodestrucción
de Antonis se puede interpretar como una metáfora de los últimos años de la
historia socio- política de Grecia. A nivel formal está muy bien llevada: buen uso
de la cámara fija, el espacio interior y el humor negro, cualidades que son
comunes en otros jóvenes realizadores griegos como Yorgos Lanthimos o Athina Rachel Tsangari.
La herida del español Fernando Franco se concentra en algunos días
en la vida de Ana: una joven que trabaja en emergencias a bordo de una
ambulancia. Si bien Ana logra ser cuidadosa y atenta con los pacientes que le
toca cargar no es capaz de darse a sí misma los mismos cuidados pues padece un
trastorno de ansiedad. Marian Álvarez, que merecidamente se llevó el Premio a
la Mejor Actriz, construye una Ana al mismo tiempo querible y odiosa, violenta
e indefensa, con tintes de la profesora de piano, el emblemático personaje que
años atrás compuso Isabelle Huppert en La
pianista, de Haneke.
La Herida es reiterativa y al mismo tiempo deja algunas lagunas
informativas, por ejemplo no se termina de comprender bien por qué Ana está tan
enojada con su padre: si porque abusó de ella, o se fue con otra mujer. La Herida es meticulosa cuando muestra
las rutinas no sanas de Ana pero deja en el terreno del misterio por qué Ana
está así. De todas maneras, que no expliqué su alteración nerviosa es uno de
sus aciertos: no hay una explicación lógica que permita entender cabalmente el
mapa de la angustia y el dolor humano.