martes, 29 de octubre de 2013

Adoro la fama/The bling ring de Sofía Coppola


Para empezar, digamos que la historia de la película se basa en hechos reales ocurridos a fines del 2009 en Beverly Hills cuando un grupo de chicos entraron a las casas de distintas celebridades, como Paris Hilton, Lindsay Lohan, u Orlando Bloom, para robar. Con todos los robos, llegaron a juntar entre plata, joyas, ropa y zapatos más de 3 millones de dólares. La historia parece de una serie y Coppola – inspirada en el artículo escrito por Nancy Joe Sales para Vanity Fair- vio allí material para su nuevo film.

Se está transformando en un lugar común medir a esta última película de Sofía Coppola – hija del mítico Francis y directora de las brillantes Las vírgenes suicidas y/o Perdidos en Tokio -  sobre si toma, o no, distancia del mundo que retrata. Se le cuestiona si realmente crítica, o no, al mundo del consumismo sin límites, la vanidad, y la imagen líquida. Se le echa en cara a la directora, como no se le echa en cara a Gus Van Sant o Harmony Korine cuando van sobre historias trágicas de adolescentes confundidos, que ella se siente tan atraída por ese mundo vacuo como sus personajes.

Coppola, como cineasta, no se siente atraída por las actitudes de sus personajes, en todo caso se siente atraída por contar su historia. La utilización que hace de la puesta en escena cinematográfica, de las más observacionales y descriptivas que ha utilizado hasta el momento, la ubican en un lugar de“exterioridad”. La cámara en Adoro la fama es menos emotiva y más gráfica que en otras de sus películas aún cuando siga a sus personajes todo el tiempo en sus andanzas, y esto incluya permanecer en los cuartos de los damnificados. Es cierto que uno de los primeros planos de la película (cuando una de las chicas mira a cámara y dice ¡A robar! y después irrumpe la música) al igual que el trailer que se difundía en las salas argentinas antes del estreno, pueden confundir, pero lo que sigue, la casi hora y media posterior, es mucho menos video-clipera, por decirlo de alguna manera, y más sobria

En Adoro la fama hay más equilibrio entre el uso del espacio interior y exterior que en sus otros trabajos.  Por ejemplo, Coppola filma uno de los robos desde una cámara ubicada a unos 70 metros de distancia desde donde transcurre la acción y permanece allí por unos cuantos minutos. Por otro lado, la banda sonora de la película no es tan invasiva de las situaciones como sí lo es en otras de sus películas tal María Antonieta. Si en Adoro la fama se escucha música, esta generalmente proviene de una fuente que está en la escena (del reproductor del auto, del bar) y si se escuchan sonidos estos son del ambiente, como el canto de las luciérnagas.

Además,  distintas fuentes toman a los personajes en distintas situaciones. Rebecca, Marc, Chloé, Emily, Nickie, Laurie incluso se toman a sí mismos con las cámaras de fotos, los teléfonos celulares o las web-cam. Coppola, la narradora, la cineasta, delega en ellos un punto de vista justamente para distanciarse y para que sean los protagonistas los que cuenten su historia, o anhelos. Anhelos que tienen como casi único sustento el poseer: poseer artículos de reconocidos diseñadores para obtener cierto status. Aún cuando en su día  a día los personajes no estén atravesados de carencias, ni de privaciones materiales.

Esta  última información, Coppola la va brindando a medida que avanza el relato que, como el de Las Vírgenes suicidas, va de adelante hacia atrás. Pero si en este último solo un personaje era el encargado de narrar la historia, aquí la trama se cuenta desde distintos ángulos. Esto acentúa la idea de no querer privilegiar un punto de vista sobre otro, ni de de identificarse con uno u otro.

Por todo lo expuesto, no entiendo por qué han dicho que Coppola estaría fascinada con el mundo de los chicos que retrata. Es más, si hubiera que especular con alguna emoción que la cineasta pudiera tener sobre las cosas que muestra, diría que esta es: hastío.  Nuevamente, Coppola ofrece desde su lugar (mujer e hija de uno de los cineastas más famosos del planeta) un relato agrio, contado – tal en Somewhere-  desde un sesgo de Hollywood y no desde su centro. Y otra vez demuestra que es capaz de sacar de sus actrices interpretaciones memorables como la que compone Emma Watson (sí la amiga de Harry Potter en la película homónima) de la cínica Nicki.

La película tiene muchos finales. Esto se condice con la estructura coral del film. De todos, el más amargo es el del rostro de Marc mirando casi a cámara, yendo a cumplir su condena. ¿Un guiño cinéfilo a Los 400 golpes de Truffaut? Quizás… Pero mientras Antoine mira a cámara porque logró llegar al mar, Marc va hacia la prisión. ¿Por qué la realizadora que terminó una película con un susurro cuyo contenido fue vedado a los espectadores concluye The Bling Ring así? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que nuevamente esta cineasta hace una película que plantea preguntas más que elucubrar determinantes respuestas.



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