Para empezar, digamos que la historia
de la película se basa en hechos reales ocurridos a fines del 2009 en Beverly
Hills cuando un grupo de chicos entraron a las casas de distintas celebridades,
como Paris Hilton, Lindsay Lohan, u Orlando Bloom, para robar. Con todos los robos, llegaron a juntar entre plata, joyas, ropa y zapatos más de 3 millones de dólares. La historia
parece de una serie y Coppola – inspirada en el artículo escrito por Nancy Joe
Sales para Vanity Fair- vio allí
material para su nuevo film.
Se está transformando en un lugar
común medir a esta última película de Sofía Coppola – hija del mítico Francis y
directora de las brillantes Las vírgenes
suicidas y/o Perdidos en Tokio - sobre si toma, o no, distancia del mundo que
retrata. Se le cuestiona si realmente crítica, o no, al mundo del consumismo
sin límites, la vanidad, y la imagen líquida. Se le echa en cara a la directora,
como no se le echa en cara a Gus Van Sant o Harmony Korine cuando van sobre
historias trágicas de adolescentes confundidos, que ella se siente tan atraída
por ese mundo vacuo como sus personajes.
Coppola,
como cineasta, no se siente atraída por las
actitudes de sus personajes, en todo caso se siente atraída por contar su historia. La utilización que hace de la
puesta en escena cinematográfica, de las más observacionales y descriptivas que
ha utilizado hasta el momento, la ubican en un lugar de“exterioridad”. La
cámara en Adoro la fama es menos emotiva y más gráfica que en otras de sus
películas aún cuando siga a sus personajes todo el tiempo en sus andanzas, y
esto incluya permanecer en los cuartos de los damnificados. Es cierto que uno
de los primeros planos de la película (cuando una de las chicas mira a cámara y
dice ¡A robar! y después irrumpe la música) al igual que el trailer que se
difundía en las salas argentinas antes del estreno, pueden confundir, pero lo
que sigue, la casi hora y media posterior, es mucho menos video-clipera, por
decirlo de alguna manera, y más sobria
En Adoro la fama hay más equilibrio entre el uso del espacio interior
y exterior que en sus otros trabajos. Por ejemplo, Coppola filma uno de los robos desde
una cámara ubicada a unos 70 metros de distancia desde donde transcurre la
acción y permanece allí por unos cuantos minutos. Por otro lado, la banda
sonora de la película no es tan invasiva de las situaciones como sí lo es en
otras de sus películas tal María
Antonieta. Si en Adoro la fama se
escucha música, esta generalmente proviene de una fuente que está en la escena (del
reproductor del auto, del bar) y si se escuchan sonidos estos son del ambiente,
como el canto de las luciérnagas.
Además, distintas fuentes toman a los personajes en
distintas situaciones. Rebecca, Marc, Chloé, Emily, Nickie, Laurie incluso se
toman a sí mismos con las cámaras de fotos, los teléfonos celulares o las web-cam.
Coppola, la narradora, la cineasta, delega en ellos un punto de vista
justamente para distanciarse y para que sean los protagonistas los que cuenten
su historia, o anhelos. Anhelos que tienen como casi único sustento el poseer: poseer
artículos de reconocidos diseñadores para obtener cierto status. Aún cuando en
su día a día los personajes no estén
atravesados de carencias, ni de privaciones materiales.
Esta última información, Coppola la va brindando a
medida que avanza el relato que, como el de Las
Vírgenes suicidas, va de adelante hacia atrás. Pero si en este último solo
un personaje era el encargado de narrar la historia, aquí la trama se cuenta
desde distintos ángulos. Esto acentúa la idea de no querer privilegiar un punto
de vista sobre otro, ni de de identificarse con uno u otro.
Por todo lo expuesto, no entiendo
por qué han dicho que Coppola estaría fascinada con el mundo de los chicos que
retrata. Es más, si hubiera que especular con alguna emoción que la cineasta
pudiera tener sobre las cosas que muestra, diría que esta es: hastío. Nuevamente, Coppola ofrece desde su lugar
(mujer e hija de uno de los cineastas más famosos del planeta) un relato agrio,
contado – tal en Somewhere- desde un sesgo de Hollywood y no desde su
centro. Y otra vez demuestra que es capaz de sacar de sus actrices
interpretaciones memorables como la que compone Emma Watson (sí la amiga de Harry
Potter en la película homónima) de la cínica Nicki.
La película tiene muchos finales.
Esto se condice con la estructura coral del film. De todos, el más amargo es el
del rostro de Marc mirando casi a cámara, yendo a cumplir su condena. ¿Un guiño cinéfilo a Los 400 golpes de
Truffaut? Quizás… Pero mientras Antoine mira a cámara porque logró llegar al
mar, Marc va hacia la prisión. ¿Por qué la realizadora que terminó una película
con un susurro cuyo contenido fue vedado a los espectadores concluye The Bling Ring así? No lo sabemos. Lo
que sí sabemos es que nuevamente esta cineasta hace una película que plantea
preguntas más que elucubrar determinantes respuestas.