Seguramente el 30 Festival
Internacional de Cine de Mar del Plata sea recordado como el que tuvo la mejor
programación en años. Y eso se debe a la presencia de José Martinez Suarez que
desde que empezó su gestión al frente del evento se preocupó por poner en el
centro de la escena a las películas y no a las “figuras” como se lo demandan,
incluso, personas de su propia familia. Y después de mucho luchar cual naufrago
contra esos y otros vientos (imagino, especulo) este año logró una Competencia Internacional
a la altura de un festival de clase A - aunque podamos discutir esta
categorización – , una sólida Competencia Argentina, una interesante
Competencia Latinoamericana y a su vez contar con los últimos trabajos de directores
a esta altura incuestionados (por su obra y el legado que empiezan a dejar en
muchos) en el mapa del cine global como el tailandés Apichatpong Weerasethakul,
el japonés Kitano, el taiwanés Tsai- Ming Liang (la lista de cineastas
asiáticos podría seguir) y europeos como Arnaud Desplechin que con la película
que abrió el festival, Tres recuerdos de
mi Juventud, mantiene vivo el espíritu de Truffaut.
El hecho de elegir para la
Apertura una película francesa es todo un gesto para un festival que en algún
momento quiso ser el faro del cine latinoamericano, una meta en parte difícil
de conseguir al 100 %. Por un lado, los directores de la región muchas veces
prefieren mostrar primero sus películas en los festivales europeos de más
renombre. Por otro lado, elegir una película como Tres recuerdos de mi juventud para la inauguración es un homenaje al
pasado, un guiño a la Generación del ’60 (a la cual se asocia al mismo Martinez
Suarez) que se nutrió de la nouvelle vague. Un “movimiento”, que
como sostenía el mismo Godard, se jactaba de haber contado con “los primeros cineastas en saber que Griffith
existió”.
Aún así, y valga las paradojas,
la mejor película de la Competencia Internacional vista por quien suscribe fue
la colombiana El abrazo de la Serpiente de
Ciro Guerra. Filmada en Super 35 mm en medio de la selva amazónica en la
película de Guerra confluyen relatos tan dispares como Aguirre, la ira de Dios de Herzog, El nuevo Mundo de Terrence Malick y Apocalipsis Now de Coppola. Sin embargo, Guerra se las ingenia y
crea algo original, superador en varios aspectos que escapa a los maniqueísmos
en su exploración sobre el contraste entre el hombre occidental “civilizado” y el hombre de la selva
atrapante en cada plano, en cada diálogo, en cada posta y vuelta de río. El resultado:
una película perfecta.
Debo decir que no me gusta hablar
mal de las películas, hoy más que ayer
soy conciente de lo dificultoso que es la realización, pero la película
argentina Mecánica Popular de
Alejandro Agresti me pareció poco lograda en algunos aspectos. El más
importante es que se supone que es una película de tesis que discurre filosóficamente
sobre distintos temas pero sus personajes gritan tanto y están tan exasperados
que en varios pasajes no entendí bien lo que decían. Zavadikner (quizás el
personaje más soberbio y desagradable del cine argentino reciente) es el jefe
de una editorial al que una noche se le aparece una escritora, Silvia, que
violentamente le demanda que lo publique, esa misma Silvia luego se transforma
en la esposa del editor que también le demanda y reclama cosas. En el medio de una
catarata de insultos, enojos, pensamientos sofisticados, autores, pensadores
disímiles, alcohol y sexo (una suerte de relato salvaje pero con pretensiones
intelectuales) ocurre una fatalidad que se resignifica a la mañana siguiente. Me
gustaron otras películas de esta director, que ha mostrado un gran talento en
muchas circunstancias, pero de esta quedé en todo sentido afuera.
Cementerio de Esplendor
El director que no me defraudó es
el querido Apichatpong Weerasethakul que con Cementerio de esplendor indaga en la mecánica popular de un
hospital de provincias en Tailandia donde conviven una mujer con una diferencia
de centímetros en sus piernas, una psíquica y un soldado que se despierta y se
duerme cada tanto. Conectados a través de sus sueños y sus relatos los
personajes transitan distintos escenarios cotidianos que, vistos desde el lente
de Joe, parecen sacados de un cuento de hadas. La verdad es que a las películas
del tailandés es mejor verlas que tratar de explicarlas pero hay aspectos
comunes a su vasta filmografía en esta como las trasmutaciones, la presencia de
deidades paganas y las lagunas informacionales. Un cine de preguntas más que de
certezas que no se parece a nada, ni a nadie.
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