jueves, 5 de noviembre de 2015

30 Festival de Cine de Mar del Plata/Apuntes 1



Seguramente el 30 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata sea recordado como el que tuvo la mejor programación en años. Y eso se debe a la presencia de José Martinez Suarez que desde que empezó su gestión al frente del evento se preocupó por poner en el centro de la escena a las películas y no a las “figuras” como se lo demandan, incluso, personas de su propia familia. Y después de mucho luchar cual naufrago contra esos y otros vientos (imagino, especulo) este año logró una Competencia Internacional a la altura de un festival de clase A - aunque podamos discutir esta categorización – , una sólida Competencia Argentina, una interesante Competencia Latinoamericana y a su vez contar con los últimos trabajos de directores a esta altura incuestionados (por su obra y el legado que empiezan a dejar en muchos) en el mapa del cine global como el tailandés Apichatpong Weerasethakul, el japonés Kitano, el taiwanés Tsai- Ming Liang (la lista de cineastas asiáticos podría seguir) y europeos como Arnaud Desplechin que con la película que abrió el festival, Tres recuerdos de mi Juventud, mantiene vivo el espíritu de Truffaut. 

El hecho de elegir para la Apertura una película francesa es todo un gesto para un festival que en algún momento quiso ser el faro del cine latinoamericano, una meta en parte difícil de conseguir al 100 %. Por un lado, los directores de la región muchas veces prefieren mostrar primero sus películas en los festivales europeos de más renombre. Por otro lado, elegir una película como Tres recuerdos de mi juventud para la inauguración es un homenaje al pasado, un guiño a la Generación del ’60 (a la cual se asocia al mismo Martinez Suarez)  que se nutrió de la nouvelle vague. Un “movimiento”, que como sostenía el mismo Godard, se jactaba de haber contado con  “los primeros cineastas en saber que Griffith existió”.

Aún así, y valga las paradojas, la mejor película de la Competencia Internacional vista por quien suscribe fue la colombiana El abrazo de la Serpiente de Ciro Guerra. Filmada en Super 35 mm en medio de la selva amazónica en la película de Guerra confluyen relatos tan dispares como Aguirre, la ira de Dios de Herzog, El nuevo Mundo de Terrence Malick y Apocalipsis Now de Coppola. Sin embargo, Guerra se las ingenia y crea algo original, superador en varios aspectos que escapa a los maniqueísmos en su exploración sobre el contraste entre el hombre occidental  “civilizado” y el hombre de la selva atrapante en cada plano, en cada diálogo, en cada posta y vuelta de río. El resultado: una película perfecta.

Debo decir que no me gusta hablar mal de las películas,  hoy más que ayer soy conciente de lo dificultoso que es la realización, pero la película argentina Mecánica Popular de Alejandro Agresti me pareció poco lograda en algunos aspectos. El más importante es que se supone que es una película de tesis que discurre filosóficamente sobre distintos temas pero sus personajes gritan tanto y están tan exasperados que en varios pasajes no entendí bien lo que decían. Zavadikner (quizás el personaje más soberbio y desagradable del cine argentino reciente) es el jefe de una editorial al que una noche se le aparece una escritora, Silvia, que violentamente le demanda que lo publique, esa misma Silvia luego se transforma en la esposa del editor que también le demanda y reclama cosas. En el medio de una catarata de insultos, enojos, pensamientos sofisticados, autores, pensadores disímiles, alcohol y sexo (una suerte de relato salvaje pero con pretensiones intelectuales) ocurre una fatalidad que se resignifica a la mañana siguiente. Me gustaron otras películas de esta director, que ha mostrado un gran talento en muchas circunstancias, pero de esta quedé en todo sentido afuera.

Cementerio de Esplendor
 
 El director que no me defraudó es el querido Apichatpong Weerasethakul que con Cementerio de esplendor indaga en la mecánica popular de un hospital de provincias en Tailandia donde conviven una mujer con una diferencia de centímetros en sus piernas, una psíquica y un soldado que se despierta y se duerme cada tanto. Conectados a través de sus sueños y sus relatos los personajes transitan distintos escenarios cotidianos que, vistos desde el lente de Joe, parecen sacados de un cuento de hadas. La verdad es que a las películas del tailandés es mejor verlas que tratar de explicarlas pero hay aspectos comunes a su vasta filmografía en esta como las trasmutaciones, la presencia de deidades paganas y las lagunas informacionales. Un cine de preguntas más que de certezas que no se parece a nada, ni a nadie. 

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