Películas argentinas 2014,
cortos, largos.
Debo decir, sin ánimo de
provocación, que entre las películas argentinas que vi algunas de las que más
me impactaron fueron cortometrajes. No me mueven las ganas de generar polémica
al sostener esto, simplemente el hecho de ser consecuente y honesta con mis
impulsos más primarios como espectadora. Los cortometrajes que elegí tienen dos
de las virtudes que últimamente más me atraen en las películas (tengan estas la
duración que tengan): dosis iguales de experimentación y esquematismo, de ser
al mismo tiempo clásicas y de vanguardia. En este sentido Padre, de Santiago Bou Grasso y La
Fuga, de Primavera, Lavizzari, Medina (animadores casi recién graduados) me
sorprendieron no solo por su capacidad narrativa sino también por el manejo de
cierta cadencia narrativa poco común, y una metatextualidad que no se agota en
la cita obvia.
Bou Grasso, que ya había demostrado
su enorme talento en el magistral El
Empleo - una metáfora sobre las relaciones de trabajo, una crítica al
capitalismo deshumanizado contada entre el drama y la mueca grotesca quizás
inspirada en Chaplin y su Tiempos
Modernos-, vuelve en Padre con un
trabajo impactante que en tono de metáfora alude a la historia más cruenta de
la Argentina y sus desaparecidos, y también espera su lugar en la Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood: Padre ha sido preseleccionado para representar a la
Argentina en los Premios Oscar en la categoría cortometraje. Utilizando la
técnica del stop motion y creando un clima agobiante y
opresivo que en el desenlace termina de alcanzar su pleno sentido, Padre conmueve desde un lugar visceral,
aún cuando sea una animación en stop
motion.
La Fuga, otra animación en stop
motion, es en principio un pequeño film carcelario con presos y guardia
cárceles pero los realizadores se las ingenian para dar una vuelta de tuerca
que termina siendo un homenaje al cine mismo.
De los largometrajes, no elijo
“los mejores”, o los que más me gustan en este caso, sino los que representan o
delinean en su singularidad ciertas corrientes, tendencias del cine argentino
como Relatos Salvajes de Damián
Szifrón, Jauja de Lisandro Alonso y El escarabajo de Oro de Alejo
Moguillansky. Creo que las tres expresan la diversidad de una filmografía, la argentina,
que es imposible de encasillar en un solo estilo (como pretendían algunos a lo
largo del año insistiendo en que de ahora en más las películas argentinas
deberían ser todas como Relatos…), un único género o una sola forma de
producir. A su vez, las tres si bien son locales, expresan distintos aspectos
de la localidad, distintas voces.
Szifrón, representa un tipo de
narración más ligada a los géneros cinematográficos de Hollywood, a las
historias con protagonistas y antagonistas y finales clausurados. De todos los
episodios (que podrían haber sido cada uno una película en sí mismo) el que más
me interesó. por ser estudiosa de las películas de casamientos, es el último:
el de la boda. Es brillante la manera en la cual Szifrón filma los primeros
momentos de la celebración, con esa mezcla tan rara de tensión y alegría que
suelen tener los eventos del estilo, y como va construyendo el crescendo y
transformando al relato de la comedia romántica al thriller psicológico. La
mutación del personaje que compone Erica Rivas cuando descubre lo que está
pasando en la subtrama de la fiesta es verdaderamente estupenda. Y el después, su
gran catarsis, la gran bacanal, la locura dionísiaca, el desenfreno de la mujer
despechada es maravilloso. Szifrón en sus anteriores trabajos (El fondo del mar por ejemplo) había
trabajado con la premisa de la mujer infiel pero aquí supera su propia tesis y
muestra los dos lados, aunque todo visto desde el punto de vista de ella.
No sé si Jauja es la película de las más logradas de Lisandro Alonso pero no
deja de ser una propuesta interesante, aún con sus “defectos” (leí en un diario
que las actuaciones son desparejas y estoy de acuerdo: por momentos lo son). Y
sin embargo, es una película que cautiva, que atrapa, de una extraña belleza y
donde los perímetros entre realidad y sueño se bifurcan, se cruzan
proponiéndole al espectador un viaje paralelo al que emprende el mismo
protagonista: el “ingeniero” danés interpretado por Viggo Mortensen. En muchos
aspectos Jauja es una película ruizeaña (léase asociada al
cine del chileno Raúl Ruiz) por su recurrencia al sueño, la inexactitud
temporal e histórica, la mezcla de lo local y lo foráneo (el gaucho y el
danés), la proliferación de referencias tomadas de distintos géneros: poesía,
canciones. Auténtico ejemplo de cine-arte.
El escarabajo de Oro es a mi criterio, la más local de los tres
ejemplos: representa una forma de hacer cine y una estética que en principio no
se puede relacionar con nada que sea de afuera. Justamente, uno de los conflictos
de la película es ese: hasta dónde dar lugar, y hasta donde hacer caso omiso,
de los mandatos de la co-producción. En sus diálogos, puede ser una película
irreverente para algunos, pero no deja de ser una interesante vuelta de tuerca
de ese género que es el “cine dentro del cine”.
Se producen muchas películas en
la Argentina y con estas menciones no pretendo erigirme gurú. Me quedan muchas
películas afuera de esta selección, películas más experimentales (que circulan
por canales específicos), me quedan afuera otras películas interesantes que se
han visto en festivales como Reimon
de Rodrigo Moreno (una reflexión sobre el tiempo reglado, el tiempo subjetivo, el trabajo y el
montaje), Los Dueños Ezequiel Radusky
y Agustín Toscano (una suerte de Las
Criadas pero que toma su propio tono a medida que avanza el relato y
sorprende por la madurez con la que baraja a tantos personajes tratándose de una ópera prima), Favula de Perrone. En fin, insisto, esto
no es una lista de las mejores películas argentinas del 2014 es un registro de
un recorrido de la mirada.