jueves, 25 de septiembre de 2014

Relatos Salvajes de Damián Szifrón: El más acá de la película.


Relatos Salvajes de Damián Szifrón ya lleva más de un mes de exhibición y sigue aún en cartel cerca de marcar un récord que no se veía desde la época de los ’70 en que las películas (como las de Favio o Antín por ejemplo) superaban cómodamente la cifra de 2 millones de espectadores. De todas maneras ¿son solo los números un dato fehaciente para analizar el fenómeno de este trabajo de Damián Szifrón? Hay quien dirá que en un país de casi 40 millones de habitantes que Relatos Salvajes alcance los 3 millones sigue siendo poco y nada. Esta afirmación podría tener algo de cierto, si nos ponemos pesimistas, pero Relatos Salvajes es un triunfo para el cine argentino que se exhibe en las salas comerciales (el que busca un contacto masivo con el público) y una victoria para Szifrón que evidentemente supo captar algo que estaba en el aire y llevarlo a una película que oscila entre el drama y el humor.

Es verdad, hay algo de fórmula en la película que convoca a varios de los actores más reconocidos del cine local. Tener a Ricardo Darín en el elenco es, quién lo duda a estas alturas, una llave de oro o, para no ser tan materialistas, una forma de comunicación asegurada con el espectador argentino. Pero por otro lado, la película como un todo (a pesar de que está hecha de episodios divergentes) supo dar en un “nervio” de la argentinidad, en esa zona oscura que va de la tranquilidad a la reacción violenta, al “pasaje al acto”. Eso que hace que la frase “relatos salvajes” se haya instalado para cuando alguien quiere referir a un caso violento. Por ejemplo, el triste episodio de un hombre que atropelló a un perrito, se bajó a ayudarlo y, en una situación poco clara, fue golpeado por otro, terminó cayendo en el piso y perdiendo la vida. O, para dar un ejemplo no tan triste: Yo misma me sorprendí cuando, caminando por la calle con una amiga, y frente al hecho de que una grúa estaba levantado un auto (que en este caso estaba efectivamente mal estacionado aunque el método de la multa sigue siendo discutible), dijimos casi al unísono “que no te agarre Bombita”. No quedan dudas de que la película de Szifrón ha trascendido la pantalla y es más allá de sí misma.

Pero ¿es del todo una tragedia? ¿O es una comedia? En principio, pareciera que Relatos Salvajes va de la tragedia a la risa (y esa puede ser una de sus virtudes o falencias depende cómo se lo mire). Casi todos los capítulos tienen dos finales: el final propiamente dicho de la trama y una suerte de remate que, aunque sea bizarro al estilo Cuentos de la Cripta, en un punto descomprime todo lo que pasó antes. Así pasa en el capítulo de los automóviles encontrados, en el del soborno, y en el del citado Bombita.

¿Será ese abanico bipolar y esquizoide una forma de ser argentina? Esta semana el caso del #motochorro que robó a los turistas canadienses fue uno de los temas más importantes de la semana porque fue invitado a un programa de televisión. Recordemos que había trascendido un video en el cual los turistas mostraban como este hombre les había exigido, arma de por medio, que le den sus mochilas. Más allá de esta situación (que es para otro debate y/o columna) lo que me llamó la atención es la circulación de un video-juego sobre el caso que es, al mismo tiempo, triste y cómico. En el juego, el turista va contento por la bici senda mientras el hombre de la moto va detrás (la idea es que el jugador se aleje lo más posible del #motochorro) porque si lo alcanza, sabemos la trama, le pide (le ordena) que le de la mochila mientras el turista le dice Amigo-u (está escrito así porque es así como suena la palabra cuando un angloparlante la pronuncia).

Para entender este delirio, este punto de inflexión entre la carcajada y el terror, y entender también un poco más a Relatos Salvajes, me sirve referir al grotesco criollo (el género teatral rioplatense que sucedió al sainete en los albores del Siglo XX) donde lo que define al personaje es su rictus, la famosa mueca grotesca tal cual la describen los historiadores, una fusión entre la risa y el llanto, un oxímoron en sí mismo, que le da al personaje un aire patético.

Vuelvo a lo que ya dije: la película está hecha de episodios, muy distintos entre sí (por los personajes y el entorno) pero que están de alguna manera unidos por los raptos de violencia (casi como el que tuvo Szifrón en la mesa de Mirtha Legrand cuando propició palabras desafortunadas para explicar una idea que quizás no lo es tanto). Me pasó algo como espectadora de la película: el primer episodio (el del avión) me resultó el más cómico de todos y pensé que el tono de la película seguiría más o menos por ese rumbo, el del humor digamos provisoriamente “negro”. Sin embargo, el resto de los capítulos son dispares y tienen su propio clima y atmósfera. Lo que sí me llamó la atención como continuidad, la presencia del auto como una máquina ambivalente: un objeto que te puede llevar tanto a la gloria, como al peor de los infiernos.

El episodio del citado “Bombita” (que bien podría ser un personaje del genial Capusotto, de hecho este estupendo cómico tiene un personaje que se llama justamente Bombita Rodríguez) es literal en este sentido, pero en los episodios de la ruta y por supuesto el del accidente, son los automóviles los que desencadenan los conflictos. El trabajo protagonizado por Sbaraglia y Donado en la inmensidad del paisaje norteño es elocuente: lo que separa a un personaje de otro (en términos de status) es poseer un modelo, u otro de automóvil pero en el fondo, en su inconciente, terminan siendo lo mismo: dos sujetos presos de la ira más irracional (en lo que quizás sea una tesis del director). Por otro lado, los mismos autos, más allá de sus modelos, funcionan al mismo tiempo como aliados y enemigos: Aliado cuando Sbaraglia lo pasa a Donado y lo insulta, enemigo cuando lo deja varado en el medio del desierto. La escena del airbag es memorable en este último sentido y lejos de cualquier efecto publicitario (como el de los primeros planos) denota que ni el mejor de los autos puede salvarte de la peor desgracia.

El capítulo del accidente que transcurre en el entorno de un country (barrio cerrado) donde unos padres corruptos - Martínez y Onetto, brillante esta última en su papel que, de alguna manera, ya había transitado en La mujer sin cabeza, 2008, de Lucrecia Martel - quieren tapar el delito que ha cometido su hijo sobornando a un empleado es, a mi criterio, el más oscuro de todos los episodios. El auto es otra vez el causante de “su desgracia” aunque esta vez lo vemos más inactivo que en movimiento. La escena donde el empleado (El Casero interpretado por Germán Da Silva, verosímil en rol) se sube al auto y simula haber conducido es verdaderamente escalofriante: no solo porque el hombre por dinero y presión ha finalmente aceptado la propuesta sino por la frialdad y al mismo tiempo naturalidad con la que el abogado que interpreta Osmar Nuñez, superlativo en su actuación, le indica lo que tiene que hacer y decir.

Este capítulo, el más contenido de todos, el menos literal y explícito, es impecable, aún cuando en el final vuelva al efecto Cuentos de la Cripta. De todos los capítulos, el que yo con más expectativas esperaba era el de la fiesta de casamiento. En principio, debo decir que me pareció brillante la manera en la cual Szifrón filma los primeros momentos de la celebración, con esa mezcla tan rara de tensión y alegría que suelen tener los eventos del estilo, y como va construyendo el crescendo y transformando al relato de la comedia romántica al thriller psicológico. La mutación del personaje que compone Erica Rivas cuando descubre lo que está pasando en la subtrama de la fiesta es verdaderamente estupenda. Y el después viene su gran catarsis, la gran bacanal, la locura dionísiaca, el desenfreno que toda mujer neurótica engañada, con frialdad y cálculo como esta, fantasea, quizás, de poner en práctica alguna vez.

Ahora bien, lo dicho ¿hace Relatos Salvajes la mejor película argentina? ¿O el tipo de películas que necesita el cine argentino de ahora en más? ¿O el tipo de película que los argentinos quieren ver? Relatos Salvajes vale mucho por lo que ha generado en el espectador local aquí y ahora. Las otras son cuestiones, a mi criterio, que de responderse, o debatirse, podrían hacerse más adelante, con una distancia histórica prudente. Responderlas hoy obedecería más a la jerga periodística deportiva que al cine comercial como medio de comunicación de masas, como fenómeno sociológico y psicológico.

Personalmente, prefiero el primer largometraje de Szifrón El fondo del mar (2003) porque solo contaba una historia, era una película más artesanal y la mujer era protagonista, aún cuando fuera observada desde el punto de vista masculino. Aparte porque era una película de suspenso, una trama que demostraba como la cotidianeidad puede transformarse en algo inquietante. Pero insisto, eso es una cuestión de gusto personal y posicionamiento estético, y no invalida para nada a este nuevo trabajo de Sizfrón que también me ha capturado con esta propuesta – y como he sostenido no solo a mí por supuesto- y me hace creer que estoy frente a un gran narrador de historias, un cineasta que conjuga por partes iguales sus dotes para dirigir actores, un equipo técnico y para inventar historias sacadas de su pluma. En tiempos donde al cine, a la sala de cine tal como la entendíamos, no se le puede pedir mucho, que Szifrón haya logrado eso, ya es bastante.

Copyleft Lorena Cancela



miércoles, 10 de septiembre de 2014

Animación en la Argentina: Padre de Bou Grasso precandidato a los Oscar

Padre, el excelente cortometraje de Santiago Bou Grasso, ha sido preseleccionado para representar a la Argentina en los Premios Oscar en la categoría cortometraje. El mismo realizador de El Empleo, una crítica poética al mundo de la división del trabajo y la explotación (una suerte de Tiempos Modernos pero aún más metafórico) en Padre refiere al horror de la última Dictadura Militar en el país utilizando la técnica del stop motion y creando un clima agobiante y opresivo que en el desenlace termina de alcanzar su pleno sentido. Si hay algo que podría definir a Bou Grasso, oriundo del sur de la República, es su habilidad para utilizar distintas técnicas de animación con un contenido social y político que no se dice explícitamente sino que se va construyendo a lo largo del film con imágenes y seres.


El cortometraje y la animación en la Argentina atraviesan un tiempo de esplendor en una senda que sin dudas abrió Juan Pablo Zaramella, continuó Can Can Club y Javier Mrad, y hoy tiene un representante de excelencia en Bou Grasso. Zaramella, con su trabajo de pixilación Luminaris también fue precandidato a representar al país en los Oscar y Mrad y Can Can Club con su trabajo Teclópolis – que a nivel de la trama alude a la Metrópolis de Fritz Lang y narra las vicisitudes de un mundo dominado por una tecnología despótica donde los mouse someten a cámaras de Super 8 – también ha tenido un recorrido importante en festivales.

Los representantes de más arriba no son los únicos: Adrián Böhm y su excelente Vivos, una animación en stop motion, una mirada ácida y cómica sobre el comportamiento de unos sujetos en el vagón de un tren como muestra de un grupo social más amplio, también ha tenido un recorrido importante en festivales. Y seguramente La Fuga, otra animación en stop motion  realizada por Fernando Primavera, Ignacio Lavizzari y Mauricio Medina – que acaba de obtener el Ojo de Piedra a la animación en el festival de cortos de Tandil celebrado en agosto- también hará la suyo.

(Vivos)

La Fuga, es un cortometraje realmente sorprendente: Apelando al género carcelario y refiriendo desde su título a otras películas (la de Mignona por ejemplo), cuenta el día a día de dos a presos que están haciendo un boquete – una acción parte del folclore local que ha atravesado en distintas circunstancias la crónica policíaca- en principio para escaparse aunque en el final se produce un viraje que cambia el sentido de la historia sugiriendo que la libertad no es solo un cuestión de poder ir y venir físicamente sino también una posición mental. El guiño metatextual del desenlace seguramente será bienvenido entre los cinéfilos.

Por supuesto, el stop motion no es la única técnica elegida. Hay quienes prefieren trabajar fundamentalmente con las dos dimensiones aunque utilizándola para una propuesta para adultos. Este es el caso de los dibujantes Mariano Villegas González y Jorge Benedetti quienes, y aunque resulte curioso, eran parte del taller del dibujante Horacio García Ferrer. En Erotango se alejan del mundo infantil para recrear el mundo de la milonga, en un ambiente que remite al cine negro, con escenas de alto voltaje incluidas. ¿Una suerte de manga local? No llega a lo explícito pero indudablemente podría ser una referencia.

Claro que la animación no solo se presenta en trabajos “puros”. También la vemos aparecer en propuestas mixtas como es el caso Cuestión de te de María Monserrat. Aquí el mundo del adulto es visto desde una óptica y el del niño de otra, y en esa otra mirada la animación funciona como una gran aliada.

¿Tiene vínculos estos trabajos con el cine argentino que circula en festivales o incluso en la salas del país? Exceptuando el corto de Monserrat, que incluye a actores conocidos, poco y nada. El mismo Zaramella cuando utiliza actores para su trabajo de pixilación (el que utilizó en Luminaris) realmente los recrea y los corre de lo que el espectador conoce de ellos. Es como si el mundo de la animación local se moviera por otros canales creativos y, sobre todo, por otros cánones estéticos. El reconocido Zaramella, que actualmente está apelando al sistema del crowdfunding para su próximo trabajo Onión, según promete una suerte de Alicia en el País de las Maravillas latinoamericana- defiende la libertad creativa por sobre todas las cosas.

Aquí presentación del proyecto:


En pocas palabras, el mapa del audiovisual argentino va más allá de los esporádicos éxitos en las salas comerciales, o las películas de festivales y quizás sea en estos trabajos alejados de las variables económicas donde encuentre su máxima expresión y creatividad.