Tratar de explicar a El Gran Gatsby de Baz Luhrmann
comparándola con otras transposiciones que se han hecho de la novela de Scott
Fitzgerald sería, quizás, meterse en un callejón sin salida. Fundamentalmente porque,
y como señalan los créditos del film, la película está “basada” en la novela
homónima. O sea, Luhrmann no elige hacer una relectura de la obra sino tomar
algunos elementos para ponerlos al servicio de su puesta en escena que gusta de la parafernalia
y el manierismo.
O sea, aquel que está buscando
enfrentarse con una mirada sobre esa época tan especial, y mítica, de la
historia de Estados Unidos, mejor que busque ver otra película. El Gran Gatsby de Luhrmann no es una
reflexión sobre el dinero, su circulación, la corrupción u otros temas
contemporáneos sino que es la historia de un personaje (Gatsby) que está profunda
y caprichosamente enamorado de una mujer. De todas las lecturas posibles
(entendiendo a estas como el relleno de ciertas lagunas de la historia por
parte del lector) Baz acentúa y se focaliza en esa parte de la historia: el
melodrama.
Por eso, el intertexto de la
película son sobre todo otras películas grandilocuentes sobre personajes que
atraviesan momentos cúlmines (Titanic,
o El Aviador por nombrar dos títulos
que también lo tienen a Leo Di Caprio como protagonista) que otras versiones, o
películas, que trataron de desentrañar qué hay detrás de un hombre que vive en
un castillo como, por ejemplo, El
Ciudadano, o incluso Sunset Boulevard
a la que Luhrmann alude casi lúdicamente
en el final.
¿De qué va entonces la trama de El Gran Gatsby? Un debutante escritor
Nick Carraway (Tobey Maguire), y por indicación psiquiátrica, empieza a contar
su vida y, por ende, la del enigmático personaje Gatsby. Es que Nick ha sido
testigo privilegiado (y su posición como tal no la cambiará a lo largo de toda
la película) de la vida de Gatsby. Así, entre idas y venidas del presente (la
escritura) al pasado (todo lo que rodeó a Gatsby) se va tejiendo el entramado
de la historia en la que se acentúa el melodrama. Es que Jay Gatsby está
totalmente enamorado de Daisy Buchanan (Carey Mulligan) pero ella está casada
con Tom Buchanan (Joel Edgerton),
el antagonista y villano en cuestión.
El resto, despliegue de
vestuario, de escenarios, de colores, de texturas que en este caso se ven potenciados, sobre
todo en los minutos iniciales, por el recurso del 3 D. Ahora bien, este recurso
no es esencial a lo largo de todo el film. Tiene “efecto” sobre todo cuando se
pone en juego cierta gramática (las tomas en picado a alta velocidad o
determinados movimientos con las telas) y después deja de ser imprescindible.
El Gran Gatsby se puede ver perfectamente en 2 dimensiones.
Con esto no quiero decir que la
película no construya, aunque superficialmente, algún tipo de contenido. En
este sentido, se podría sospechar que a Luhrmann le gusta menos la aristocracia
(en el desenlace son los únicos repudiados) que los mafiosos. Es más, se podría
especular con que siente algún tipo de admiración por los personajes como
Gatsby, un mafioso importante, al que en su película redime. Pero no hay que
pretender de esta versión más de lo que es: una película que responde al cine
entendido como espectáculo.
Aún cuando podría reprochársele
que no haya sido del todo cuidadoso con la continuidad de ciertas escenas (podrían ser saltos temporales pero el
vestuario de los personajes -sobre todo cuando Daisy conoce el castillo de Jay-
cambia de un momento sin mucha explicación) es un buen espectáculo, es un show
con mucho presupuesto detrás.
Dicho es Gatsby de Luhrmann ¿una
mala película? ¿O una película que no cumple con sus expectativas? La crítica
no la recibió laudatoriamente, ahora ¿qué esperaban del director de Moulin Rouge? El Gran Gatsby de Luhrmann es totalmente Luhrmann: visualmente
desbordante, arrolladoramente vertiginosa en sus minutos iniciales, fascinante
en términos de cruces de texturas: las de la propia imagen (la percepción de
distintos tamaños del grano) y las texturas de las telas. Es, como Moulin Rouge, una película que
contrapone un escenario de época con canciones contemporáneas (algunas
versionadas).
Por momentos, El Gran Gatsby parece un dibujo animado
hecho con toda la tecnología a su favor. En este sentido, es que encuentra en
Di Caprio a su gran actor. Dos o tres gestos del actor (Di Caprio se mantiene
en general en pocos cambios de registro) bastan para trasmitir esa personalidad
entre angelada y endemoniada que Luhrmann le imprime a Gatsby. En fin, El Gran Gatsby -que hasta ayer en la
Argentina no se había asegurado su lugar entre las tres primeras en la
taquilla- es lo que es: una película de efecto visual, manierista como otras
películas de su director aunque en la que, quizás, el estudio ha metido la cola
un poco más.
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