La mujer de
mis pesadillas
Un
atónito Eddie Cantrow
descubre al comenzar en La mujer de mis
pesadillas (Bobby y Meter Farrelly) que en el casamiento de un amigo, y por
su condición de hombre solo, lo han ubicado en la mesa de los solteros junto
con niños y adolescentes de entre 10 y 15 años de edad. Sorprendidos por su
falta de compañía, los púberes incurren en toda clase de preguntas que lo
incomodan al punto de decir: "no está solo, es viudo y su esposa fue
asesinada por un loco con un pica hielo". Esta mentira va a explicar uno de los
malos entendidos más significativos de un film que - a tono con otras
producciones de los hermanos norteamericanos como Loco por Mary, Amor Ciego o Irene,
yo y mi otro yo – se construye, de acuerdo con el peruano Isaac León Frías
“con una modalidad de humor que apela a la desmitificación de los postulados
románticos tradicionales en el género, utilizando mecanismos de inversión del
sentido (por ejemplo, la conversión de "la mujer de los sueños" en la
mujer de las pesadillas, en este caso) y recurriendo a giros y detalles de
carácter escatológico y trash” rompiendo las bases de lo que, se supone, una screwball comedy debe ser.
Hay que señalar que el título original de la
película no es el de la traducción al español sino otro bien diferente, y más
moralizante con respecto al accionar de nuestro anti- héroe (el carismático Ben
Stiller): “El chico rompecorazones” donde el pronombre KID, de acuerdo con
afiche de IMDB y con la gramática sajona, está en letras más grandes que el resto de las palabras como si fuera un nombre: Eddie
no es ningún chico y está pasando los cuarenta.
Cada
país titula de acuerdo a los datos que posee sobre la idiosincrasia y el gusto
de la posible audiencia. Señalemos que en nuestro caso (la Argentina), y a diferencia
del título estadounidense, la responsabilidad está puesta del lado de la mujer. Quizás por eso Horacio Bernades en Página
12 al momento del estreno local del film se refirió a éste como misógino donde el sentido final es si con esta mujer no va, cambiala como si
fuera un objeto.
Ciertamente,
el film arranca cuando Eddie decide casarse con una mujer que apenas conoció
pero parece sacada de una película de Hitchcock de los ’50: blonda, de ojos
azulados, suave en sus gestos y pronunciaciones, que está buscando una relación
más sentimental que sexual. El asunto cambia apenas iniciada la luna de miel y
la mujer empieza a mostrar “su verdadero yo”.
En
este sentido, La mujer de mis pesadillas,
como gran parte de la producción de los Farrelly, opone los conceptos de lo que es y lo
que parece ser. Lo interesante del caso en cuestión es que esa oposición está
marcada por la tensión entre el “yo” de los personajes y el sistema simbólico
dominante: generalmente el modo de ser americano - ¿será por eso que la película
fue un fracaso de taquilla en Estados Unidos?-. Ampliemos.
Repasando algunos de los films del dúo estrenados enla
Argentina encontramos, por ejemplo, que el problema de Jack
Black, Hal, en Amor ciego era que
gustaba del exterior de las mujeres, de su apariencia física siempre a tono con
el canon estético del consumo imperante, y el problema de Jim Carrey en Irene, yo y mi otro yo era el de una
personalidad escindida. Aunque por distintos motivos, en ambos casos el
objetivo de los protagonistas era llegar a cierta verdad sobre sí mismos más
allá de los condicionamientos sociales. Sorprendentemente, lo bueno de los
finales de los Farrelly es que esa verdad (lo real) termina imponiéndose por
sobre lo simbólico. Incluso la predilección por referir a los distintos fluidos
corporales en su filmografía (el semen en Loco
por Mary, los mocos en La mujer de
mis pesadillas) remitiría también a lo reprimido tanto como a mostrar lo
que se supone una comedia de enredos no debería.
Repasando algunos de los films del dúo estrenados en
En
La mujer de mis pesadillas el tema
central es el casamiento: uno de los eventos sociales más importantes de la
agenda cultural norteamericana (he escuchado decir a variados personajes en
distintas oportunidades que el hombre norteamericano que se precie como tal
debe proponerle matrimonio a una mujer) y en otras idiosincracias: Y en una idiosincracia como la argentina el o la soltera también está de alguna manera estigmatizado. ¿Acaso en la
Argentina, lectoras, no se han sentido intimidades cuando les pidieron en una fiesta de casamiento exhibir
las piernas frente a ilustres desconocidos para que les pongan una liga?
Lo
cierto es que los Farrelly muestran los eventos del punto de vista de los que
se suponen desplazados: el soltero en una fiesta de casamiento, la “gordita” en
un desfile de sílfides. En síntesis, ponen el ojo en el sesgo. De allí que sus
películas, aunque no sean gemas de la historia del cine, son interesantes.
Copyleft Lorena Cancela