Dos películas muy distintas (Los
Salvajes de Alejandro Fadel, y Moonrise Kingdom de Wes Anderson) se unen al
ser, de alguna manera, reescrituras contemporáneas del cuento de Hansel y Gretel.
Ambientada en las sierras
cordobesas (un lugar que el realizador eligió por sentirse menos familiarizado
que con las montañas de su Mendoza natal) la primera cuenta la “historia” de un
grupo de chicos que se escapan de un “reformatorio” y comienzan a deambular por
el monte. Los Salvajes, si bien tiene
un tono sombrío y serio (acentuando por la música ambiental), no elude (quizás
sin proponérselo) cierta comicidad (como cuando uno de los personajes aparece
vestido con la piel de un jabalí).
En la línea del cine que inauguró
el argentino Lisandro Alonso (de escasos y secos diálogos, silencios en medio
de una naturaleza como expectante, sacrificios a animales) Fadel da una vuelta
de tuerca. Porque si Alonso, con total coherencia., quería mostrar la vida de
un hachero en medio de la Pampa, Fadel se entusiasma mucho más con el estilo
(demostrando que se puede filmar en un entorno incómodo, por ejemplo), y no
contento con eso construye una tesis sobre el mundo y el ser humano.
Porque ¿a qué salvajes alude el
título? ¿A los chicos que se escaparon del reformatorio y matan porque sí? Sin
ningún tipo de motivación, como si una bala, o un tajo fuera igual a un erupto que
se les escapó del estómago. Sino tengamos en cuenta la reflexión que hace uno de
ellos de que es “un hijo de puta porque es hijo de puta”. A ver, es cierto que
a lo largo de la historia de la filosofía la tesis de que el hombre es un
“asesino por naturaleza” ha tenido más o menos vigencia. Pero en los albores
del Siglo XXi ¿estamos en condiciones de sostener esa misma hipótesis?
En el universo de Los Salvajes parecería que sí. De todas
maneras, no es la parte moral de la fábula lo que quiero discutir sino pensar a
esta con relación al cuento de referencia. En el cuento dos niños comienzan a
vagabundear por un bosque y llegan a un lugar que parece mágico pero termina siendo peor del que salieron. Este lugar
está controlado por una bruja. ¿Cuál es la moraleja entonces? Que los niños deben permanecer en el hogar (y esto vale tanto del adulto como de los niños). Lo sintomático en Los
Salvajes es que el lugar al que llegan no es peor del que se fueron, es
igual.
En la película de Wes Anderson,
por el contrario, el lugar al que llegan los niños perdidos es radicalmente
diferente. ¿Por qué? Porque está gobernado por el amor. Su lugar, un auténtico
no lugar que los dos niños crean con poco y nada, es el lugar utópico, el lugar
ideal que, por supuesto, los adultos serán los encargados de destruir.
El mundo “salvaje” de Fadel, por
el contrario, no tiene revés. No tiene un no lugar al que llegar y es
exactamente igual al mundo de todos los días: de los asesinatos, de los animales
faenados, del desamor, del individualismo (recordemos que una a uno los chicos
se van separando). El mundo de Anderson es, por el contrario, el mundo que no
es. El mundo solidario, loco de amor, a conquistar, con códigos de amistad, de tareas comunitarias. El mundo como es y el mundo como debería ser, dos tesis
que se debaten en el seno del cine contemporáneo.