Me preguntaron si quería leer y
escribir algo al respecto de “El cine y lo que queda de mí”, firmada por Hernán
Musaluppi y publicada por Capital Intelectual, y aquí estoy.
A primera vista, me sorprende el
uso de la primera persona en el título, y la inclusión en la colección Confesiones,
por dos cuestiones: La primera porque se me viene a la memoria la frase que,
como al pasar, dice el personaje del productor en La Noche americana (1973) de Truffaut: algo así como que los productores
prefieren permanecer en el anonimato. La segunda porque si bien Musaluppi es productor
de varias películas argentinas importantes convengamos en que aún, con sus
apenas pasados 40 años, no es Val Lewton, ni Selznick, ni Ponti u Olivera. Por
otro lado, desconocía su vocación literaria: nunca me crucé con un blog suyo, o
un texto de cine de su autoría en otro lado.
Comienzo a leer el libro y, efectivamente,
encuentro que la primera persona literaria es contundente en el texto.
Encuentro datos de la vida personal de Hernán más allá de su actividad,
información sobre sus gustos o disgustos (culinarios y musicales). Sigo leyendo
y aparecen testimonios de otros productores, balances del oficio, sus
convicciones a propósito de lo que el cine local debería ser. Y entonces, como lectora, me pierdo.
En las películas es común “perderse”
y en algunos casos es, incluso, esperable que esto suceda. Pienso en las obras
“incompletas” de Ruiz o Kiarostami donde el espectador tiene que hacer el
esfuerzo de “seguir” el relato, o crearse un relato paralelo a aquel. En las
películas también es común intercalar registros (Antonioni en El Pasajero, 1975), mezclar texturas
(Egoyan), incorporar testimonios (Naikor de Trapero) y cambios de punto de
vista (Scorsese). El tema que una
película no es sinónimo de un libro. Y lo que en una ópera prima podría
“festejarse” (como en Quien golpea a mi
puerta, 1967, M.S) en un libro no es necesariamente así.
En otras palabras encuentro que “El
cine y lo que queda de mí” es una publicación ecléctica, una sumatoria de
fragmentos más que un todo, o un objeto en sí mismo. Esto no significa que esos
fragmentos no sean interesantes, dramáticos, cómicos, o que estén mal escritos.
Todo lo contrario: el autor tiene talento para la escritura y ojalá lo siga
desarrollando. Mas personalmente hubiera
elegido escribir un texto de tono autobiográfico, o un libro de divulgación, o
un libro de opinión, o un libro de análisis de casos: las cuatro facetas juntas
hacen que una parte pierda valor sobre la otra.
La parte, digamos, de tono autobiográfico
me gusta. El autor construye un anti héroe fóbico, criticón y contradictorio
(se dice vegetariano pero come pescado), una especie de humanista al que el
mundo del cine le pasó una factura equivocada. Este tono woodyallenesco que
hace Musaluppi de su yo (un yo traumatizado por hechos tristes de la realidad y,
por otros momentos, auto traumatizado) bien se bancaría un libro entero de
ficción. O - ¿por qué no?- una película. Me imagino que esta podría ser como Vaquero de Juan Minujín, pero del lado
del productor.
Es que Musaluppi, catárticamente,
“se carga” a todos: a los que él considera críticos (no voy
a dar aquí mi posición al respecto porque acabo de hacerlo en mi libro
ESTADO TRANSITORIO), a productores, a actores, a algunos directores, a
estudiantes de la FUC, a tipos de más de 50 años que no entendí bien que particularidad
tienen… Parece un somelier, pero de personas. Y cuando acusa el autor no da datos
concretos o expone fuentes.
Después está el otro registro del
libro: el de las entrevistas, o las conversaciones que aparecen en cualquier
momento con otros productores. Luego están los análisis o las comparaciones de casos (el cine español
y el nacional, el de Hollywood y el
argentino, El Estudiante de Santiago
Mitre), y también están sus opiniones sobre lo que el cine argentino debería
ser.
Todo es interesante, y necesario
discutir en el contexto actual, pero tantas ideas juntas, insisto, se diluyen
unas en otras. De todas maneras, y dada las pocas publicaciones de cine
editadas en nuestro país firmadas por autores nacionales, celebro desde este
pequeño espacio el nacimiento de “El cine y lo que queda de mí” de Hernán
Musaluppi.