miércoles, 4 de julio de 2012

HorrAr, cine de terror argentino

Este texto lo escribí hace un tiempo. Espero lo disfruten.

Terror a bordo
El género en la Argentina

El terror cuenta con una continuada actividad en nuestro país. Desde las ideas y caracterizaciones de Narciso Ibáñez Menta para el cine, la televisión y el teatro, las fusiones entre lo tenebroso, erótico y el policial filmadas por Emilio Vieyra hasta las series televisivas contemporáneas respaldadas por grandes productoras locales como Sangre Fría o remakes tal El hombre que volvió de la muerte, el género se ha mantenido vivo en la cultura. Sin embargo, en los últimos años son esporádicos los momentos donde el horror puede sostenerse en el centro del campo cultural como objeto de estudio. Ya porque no es considerado como una expresión de calidad – en el cine, desde sus inicios, se lo ha asociado a las producciones B, de bajo presupuesto – o eventualmente se estrenan comercialmente películas argentinas de este tipo, el terror, sus hacedores y seguidores tienden a confiscarse en los circuitos de discusión y exhibición más alternativos como festivales ultra independientes o círculos de fanáticos. 

Los realizadores locales miran más hacia el exterior (fundamentalmente Estados Unidos) que al interior para producir, exhibir y/o comercializar sus films. Eso explica en parte los diálogos y los títulos en inglés, las marcaciones de actuación de ciertos personajes, la inclusión de actores angloparlantes en los elencos y la sofisticación de las páginas web. Las nuevas tecnologías, al abaratar costos y permitir experimentar con los efectos especiales, promovieron que determinadas películas se conozcan y compitan en el circuito comercial internacional con obras o directores consagrados. Incluso afuera se habla de HorrAr, en alusión al género hecho en casa y la forma con la que conoce su par Nipón: J – Horror. Uno de los referentes de este ¿género? es Daniel De La Vega. Desde su egreso del ENERC, este militante de lo tenebroso ha filmado distintos cortometrajes y tres largometrajes. Más abajo reflexiones sobre sus cortometrajes.

(Sueño Profundo)

A través de un relato que pareciera apropiarse de la máxima menos es más, con un uso sorprendente del montaje que le ha brindado distintos premios, los cortometrajes de De La Vega son gemas que condensan distintos temores populares. El primero Sueño Profundo data del año ’97 y cuenta la historia de una suerte de Segismundo - el personaje de Calderón de la Barca de “La vida es sueño” - que no puede distinguir qué es sueño de realidad. En La última cena, del año ’99, el realizador arremete con un miedo visceral: el de envejecer súbitamente. En su tercer cortometraje, el único documental hasta el momento, Vega indaga en una leyenda porteña: El Martillo, Crónica de un mito. A una apertura con imágenes del matadero (que remiten tanto a la crueldad con que se faena a las vacas como a otro documental enblemático: La Hora de los Hornos) se suman cuestionarios a distintos actores que indagan quién fue el personaje, si existió y dónde, si lo atraparon o no. La excelente compaginación hace que los testimonios se contradigan o completen entre sí para concluir, entre otras cosas, con que el Loco del Martillo, más allá de su existencia como homicida y recluso, es hoy una leyenda urbana local.

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