Bafici 20. Diario íntimo para que
lo vea el que quiera.
Llega un momento en que la
necesidad de decir algo sobre las películas se debe más a cuestiones
ligadas con un inventario memorístico que a la inocente creencia (sostenida por
muchas colegas) de que uno estaría haciendo algo por el cine: el cine no
difundido, el cine que se ve en los festivales, ese cine que los sanmaritanos
programadores te acercan a vos, como si fuesen médiums, seres con una
sensibilidad tal para descubrir aquello que vos humilde espectador atrapado en
tu casa no podés dejar de ver.
Lo cierto es que ese discurso romántico (que un poco ha
atravesado al Bafici desde sus inicios) se actualiza en cada nueva edición pero
también uno va cayendo en la cuenta de que esa sensibilidad, y ya lo dijeron
los dadaístas, no deja de estar atravesada (conciente o inconcientemente) de intereses,
asociaciones, figuritas de intercambio. ¿Eso está mal? No necesariamente. Ya lo
dijo Bourdie, existe un campo intelectual y en medio de ese conglomerado
simbólico todos queremos, eventualmente algunos, permanentemente otros, ocupar
el centro.
Esta edición del Bafici que
recién comienza me ha llevado a pensar algunas cosas. No solo del festival sino
de mi persona con relación al festival. Voy al Bafici desde su primera edición.
Por ese entonces con mi credencial de estudiante rogaba en las filas de rush de
entonces que me dejaran pasar porque no quería, yo sentía que no podía,
perderme tal o cual film. Sentía el mismo fervor por todas las películas,
terminaran a la que hora que terminaran. Eso implicaba que muchas veces
regresara a mi Ituzaingó de residencia en tren y muchas veces en “lujanera”, un
transporte que iba de Once a Luján y que ya no existe.
En ese “camino” me cruce gente alucinante,
que me formaron, con las que entablé relaciones, y con los cuales compartí la
misma pasión. Lamentablemente, algunos de ellos ya no frecuentan el festival. A
veces me pasa que siento que el evento se ha vuelto un poco frío. Uno llega a
la oficina de prensa y se encuentra con una persona que no sonríe ni por
casualidad y que en vez de atender al “periodista” atiende su teléfono. A mi
hasta me dio miedo: tenía cara de “muy pocos amigos”. Algunas dirán que estoy un poco mimosa, y otros que son los tiempos que
corren, pero… Por suerte, y como para balancear, la personas del área
profesional son cálidas y amorosas. “Quién dijo que todo está perdido?”
(Blue my mind)
En estos primeros días he visto
algunas buenas películas. La que más me ha impactado ha sido “Blue my
Mind” de la suiza Lisa Brülhmann. Aquí estamos frente un film potente,
intenso, excelentemente filmado. Una película de adolescentes pero que muta en
un film fantástico sin irse de un registro, digamos, verosímil al film de teens
en riesgo. La película describe también como el estado de bienestar no puede
contener a adolescentes que están totalmente desconectados de sus padres y que estos, a su vez, no
tienen ni la menor idea de hacia donde va, o está, la su cabeza de sus hijos. Yo le daría un
premio a esta mujer que también es actriz y ha filmado su primera ópera prima.
Lo curioso es que esta película
forma parte de la misma competencia que “1048 Lunes” de Charlotte Serrand
(quien también integra el jurado de Vanguardia y género) y que, a simple vista,
es una película menor. Con ·menor” no quiero decir que está mal, o juzgarla
negativamente, o destruir a su realizadora que parecía muy simpática. Quiero
decir que no se entiende cómo es que dos películas así forman parte de la misma
competencia. Lamentablemente, a uno le adviene la pregunta ¿será porque
Charlotte trabajó con Albert Serra? Eso dice el catálogo en su primera línea: “Charlotte
Serrand fue colaboradora de Albert Serra en sus últimos proyectos”. Pero
entonces ¿qué? ¿Hay un linaje en el cine “independiente”? Como hay un linaje en
la televisión local.
Me parece que presentar a una
señorita realizadora joven como diciendo que trabajó con un cineasta que
algunos consideran muy importante no es lo mejor. Para la realizadora misma,
pienso. Me extraña… porque quien firma esa sentencia es un buen profesional.
Aluciné con “The green fog” de
Guy Maddin. En la universidad uno de los “juegos” que tenía con el Profesor de
Estética del Cine era adivinar las películas de acuerdo con los fragmentos que él
pasaba. Y esta película, que de alguna manera refiere a “Vértigo” de Hitchcock
y está compuesta por material encontrado, es ideal para que vuelva a ese juego
adivinatorio. Aparte es graciosa porque los fragmentos fuera de su contexto
significan de otra manera. Todavía recuerdo uno de los Baficis donde Maddin
presentó esa suerte de instalación en la que Geraldine Chaplin recitaba. ¡My
God!
“Sandro, la película” va por el
mismo camino. Es una película hecha con fragmentos de otros films (incluso
algunos firmados por el mismo Sandro) y distintos audios. Y cumple con su cometido de
contar la historia de Roberto Sánchez luego devenido en Sandro y más luego en
Sandro de América. Hay que hacer fuerza para que la película cuando llegue a su
estreno convoque público en las salas. Se lo merece.
¿Qué mas? Bueno, hay otras
películas, pero mejor las dejo para otro post.
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