El Pasado a la vuelta de la esquina
Quizás una característica de la
filmografía del mexicano Guillermo del Toro sea ese límite impreciso entre el
relato histórico y la fantasía. Una característica que, por otro lado, define a distintas películas de nuestra época, esa
mezcla entre realidad y ficción, entre datos objetivos de hechos que ocurrieron
y otros que forman parte de la imaginación. Ya lo había experimentado en “El laberinto
del Fauno” (2006). Pero ¿qué distingue a Del Toro del resto de películas así
como, por dar un ejemplo, “El Gran Dinosaurio” donde también se mezclan datos
de la ciencia dura con el hecho de que los hombres y los dinosaurios conviven? Que
Del Toro no busca un relato hiperrealista sino fantasioso. No busca una
impresión de realidad en sus relatos sino verosimilitud, coherencia entre los
elementos de la puesta en escena para que el espectador ingrese en su propuesta.
“La forma del agua” podría
transcurrir en el período de posguerra. Podría ser una alegoría de los
fascismos (y funciona así también en ciertos niveles) pero es sobre todo una
película sobre el amor. No solo sobre el amor carnal, genital (quizás el punto
más discutible de este film) sino sobre el amor como el reconocimiento de otro.
Otro que no comparte nuestras características genéticas, ni contextuales pero
con el cual, sin embargo, nos podemos comunicar. Y con el cual podemos entablar
una relación de amor. Toda una proclama en tiempos donde el narcisismo parece
ser la única vía de conexión entre los seres. Y sino recordemos el final "La la land".
Eliza Esposito (Sally Hawkins)
trabaja en un laboratorio donde un ser anfibio está siendo investigado y
abusado por Strickland (Michael Shannon). Asimismo un científico, suerte de
espía con doble identidad llamado en realidad Dimitris (Michael Stulhbarg) vela
por la seguridad del hallazgo. Mientras tanto, Eliza y Zelda (Octavia Spencer)
limpian el lugar donde el Ser anfibio está reclutado. Como decía, hay rasgos
que se podrían asimilar a la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia y también
a los experimentos de Menguele durante la 2GM. Y sin embargo, los elementos
contextuales adquieren vuelo propio, se resignifican en un contexto de
coherencia interna a la película.
A medida que Eliza limpia el
laboratorio entabla una relación con este ser que demuestra rasgos violentos
pero que también puede ser muy dulce. Y la relación crece y con ella la
comunicación. Una comunicación que está atravesada por parámetros distintos a
los de los humanos y que Eliza (incapacitada de hablar) puede comprender. Así,
lo que comienza como una amistad termina mutando en un romance con sexo
incluido. Esta última parte, no por la consumación del sexo mismo, es a mi
criterio la menos interesante del film. ¿Por qué? Porque el ser termina
comportándose (de acuerdo con los gestos de la misma Eliza y la respuesta de su
amiga Zelda en lo que además es el diálogo más bizarro del film) como un hombre
heterosexual con falo. Así, lo que era un canto a la diversidad, ancla en un
estereotipo.
Por lo demás, el film tiene
momentos subyugantes. El elemento agua que de por sí es amorfo, envolvente,
recorre un film nostálgico, anclado en el pasado, quizás como añoranza del útero.
De hecho, una de las frases del film es “el tiempo es el río que fluye del
pasado” como si nuestro presente estuviera condicionado por lo que pasó antes.
Como si lo que pasó antes estuviera a la vuelta de la esquina, como si el
tiempo lineal realmente no existiera. Como si ir para adelante fuera una afrenta contra lo verdadero. Hay otra frase en el film: "La vida es el fracaso de todos los planes."
En esa añoranza del pasado, Del
Toro también se las ingenia para hablar del cine. De ese cine que se nos
escabulle de las manos, el de la sala cinematográfica. Su film es por tanto un
homenaje también a la cinefilia, al amor por el cine (el de la iluminación
pública en la sala cinematográfica).