viernes, 23 de febrero de 2018

La forma del agua: El pasado está a la vuelta de la esquina


El Pasado a la vuelta de la esquina

Quizás una característica de la filmografía del mexicano Guillermo del Toro sea ese límite impreciso entre el relato histórico y la fantasía. Una característica que, por otro lado, define  a distintas películas de nuestra época, esa mezcla entre realidad y ficción, entre datos objetivos de hechos que ocurrieron y otros que forman parte de la imaginación. Ya lo había experimentado en “El laberinto del Fauno” (2006). Pero ¿qué distingue a Del Toro del resto de películas así como, por dar un ejemplo, “El Gran Dinosaurio” donde también se mezclan datos de la ciencia dura con el hecho de que los hombres y los dinosaurios conviven? Que Del Toro no busca un relato hiperrealista sino fantasioso. No busca una impresión de realidad en sus relatos sino verosimilitud, coherencia entre los elementos de la puesta en escena para que el espectador ingrese en su propuesta.

“La forma del agua” podría transcurrir en el período de posguerra. Podría ser una alegoría de los fascismos (y funciona así también en ciertos niveles) pero es sobre todo una película sobre el amor. No solo sobre el amor carnal, genital (quizás el punto más discutible de este film) sino sobre el amor como el reconocimiento de otro. Otro que no comparte nuestras características genéticas, ni contextuales pero con el cual, sin embargo, nos podemos comunicar. Y con el cual podemos entablar una relación de amor. Toda una proclama en tiempos donde el narcisismo parece ser la única vía de conexión entre los seres. Y sino recordemos el final "La la land".


Eliza Esposito (Sally Hawkins) trabaja en un laboratorio donde un ser anfibio está siendo investigado y abusado por Strickland (Michael Shannon). Asimismo un científico, suerte de espía con doble identidad llamado en realidad Dimitris (Michael Stulhbarg) vela por la seguridad del hallazgo. Mientras tanto, Eliza y Zelda (Octavia Spencer) limpian el lugar donde el Ser anfibio está reclutado. Como decía, hay rasgos que se podrían asimilar a la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia y también a los experimentos de Menguele durante la 2GM. Y sin embargo, los elementos contextuales adquieren vuelo propio, se resignifican en un contexto de coherencia interna a la película.

A medida que Eliza limpia el laboratorio entabla una relación con este ser que demuestra rasgos violentos pero que también puede ser muy dulce. Y la relación crece y con ella la comunicación. Una comunicación que está atravesada por parámetros distintos a los de los humanos y que Eliza (incapacitada de hablar) puede comprender. Así, lo que comienza como una amistad termina mutando en un romance con sexo incluido. Esta última parte, no por la consumación del sexo mismo, es a mi criterio la menos interesante del film. ¿Por qué? Porque el ser termina comportándose (de acuerdo con los gestos de la misma Eliza y la respuesta de su amiga Zelda en lo que además es el diálogo más bizarro del film) como un hombre heterosexual con falo. Así, lo que era un canto a la diversidad, ancla en un estereotipo.

Por lo demás, el film tiene momentos subyugantes. El elemento agua que de por sí es amorfo, envolvente, recorre un film nostálgico, anclado en el pasado, quizás como añoranza del útero. De hecho, una de las frases del film es “el tiempo es el río que fluye del pasado” como si nuestro presente estuviera condicionado por lo que pasó antes. Como si lo que pasó antes estuviera a la vuelta de la esquina, como si el tiempo lineal realmente no existiera. Como si ir para adelante fuera una afrenta contra lo verdadero. Hay otra frase en el film: "La vida es el fracaso de todos los planes."

En esa añoranza del pasado, Del Toro también se las ingenia para hablar del cine. De ese cine que se nos escabulle de las manos, el de la sala cinematográfica. Su film es por tanto un homenaje también a la cinefilia, al amor por el cine (el de la iluminación pública en la sala cinematográfica).