sábado, 1 de noviembre de 2014

Polvo de estrellas/Cronenberg

Hay películas en las que el auterismo, la dosis de creatividad que hace que las expresiones estéticas tengan un plus, le corresponde también a los actores. Esto no es nuevo: viene de los tiempos de Chaplin y Keaton, quizás antes, donde la gestualidad del actor era uno de los elementos fundamentales para entender el concepto, el “sentido” de la trama e incluso ir un poco más allá: para ver cómo funciona esa gestualidad en un entramado más amplio de relaciones de poder, por ejemplo. Polvo de estrellas (Maps to the stars), la última película del canadiense David Cronenberg estrenada en la Argentina, tiene algo de esto en el sentido que la dialéctica entre el ser y la máscara, propia de la esteralidad tal cual la definió Morin, es impensable sin la performance de sus actores, y en especial Julian Moore.

Para empezar, y contrariamente a otros casos, quiero decir que la traducción del título al español me parece bien apropiada, sugestiva. Polvo de estrellas tiene varios sentidos: es el polvo propiamente dicho, el maquillaje, esa capa de distintos ingredientes que se utiliza, y valga la paradoja, para desacentuar el brillo del rostro frente a cámara. Pero el polvo es además una especie de big bang, el polvo es lo opuesto a la materia. De hecho, existe una frase de doble sentido en español que es “del polvo venimos y al polvo nos vamos”. Maps to the stars no está mal, claro, es una referencia a la apertura y el epílogo del film. Y también es una solapada referencia al ADN: al mapa de ADN, la esencia biológica humana y, efectivamente, hay una suerte de “tesis” sobre el ser en la película.

Polvo de estrellas se inscribe dentro de ese corpus de obras, que algunos definen como género, que es el cine dentro del cine. Y en este caso en especial es el cine dentro de Hollywood. La lista de películas que han mirado a Hollywood desde dentro es larga pero por citar algunas recordemos a la magistral La Bella y la Bestia (1955, The Bad and the Beatiful) de Minnelli, Sunset Boulevard (1950, Billy Wilder) y más acá en el tiempo El camino de los sueños (2001, Mulholland Drive) y Adoro la fama (2013, The Bling Ring), entre otras. Pero mientras la película de Minnelli se concentraba, entre otras cosas, en la tensa relación entre el director y el productor en el sistema de estudios de Hollywood (en un momento donde este se estaba debilitando), las últimas tres se concentran en el tema de la esteralidad, la falta de ella y el efecto de abstinencia que genera en aquellos que supieron, o quieren, tenerla.

Havana Segrand es hija de una estrella famosa que murió es un accidente doméstico cuando se incendio su casa en Navidad. Claro que Cronenberg nos va dando esta información poco a poco, a medida que vamos relacionándonos con los personajes. De hecho, en el comienzo de la película cuesta ligar las relaciones entre ellos. Lo primero que comprendemos es que Segrand ha hecho un casting y que cree que ese no solo es el papel que la devolverá a las marquesinas sino el rol que la devolverá al trabajo y, sobre todo, le permitirá sanar, o exorcizar definitivamente, el vínculo tortuoso que tuvo con su madre. De hecho, el rol que audicionó es para interpretarla. A partir de allí distintos personajes se entrecruzan: el motivational speaker, su esposa madre de un niño star, el chófer de limousines (en una autocita de Cronenberg a su trabajo anterior Cosmópolis) y una señorita que usa guantes y en principio no entendemos por qué.

Esta dispersión de los personajes, esta falta de conocimiento de los espectadores de por qué todos están juntos en la misma película si aparentemente no tienen conexiones entre sí, es, creo, totalmente deliberada: Cronenberg quiere contrastar el comienzo del final de la película, quiere contrastar la separación de la unión, de la trágica unión a la que inexorablemente estos personajes están destinados. En este sentido, es que podríamos emparentar esta película con un trabajo anterior del canadiense - Pacto de Sangre (1988)- pero también con la tragedia de Sófocles, Edipo. Como en esta aquí también hay un incesto del que no se puede escapar y unos personajes que cuanto más huyen, más se acercan a su trágico destino.

Y en el interín Cronenberg construye la mirada más desagradable que se ha tenido sobre Hollywood, y el mundo de las celebridades. La dialéctica entre el mundo exterior y el interior, tal cual la describió Edgar Morin, aquí es llevada a un extremo cruel en el que ningún personaje puede ser redimido: Ni la madre de Benjie, Olivia (Christina Weiss), ni Benjie mismo (Evan Bird), el niño estrella con una incipiente psicosis que a temprana ya ha tenido que internarse para rehabilitación, ni su padre el Dr. Weiss (sorprende John Cusak en un papel dramático de estos contrastes), ni Agatha, la en principio misteriosa muchachita, ni Jerome (Pattison) el chófer, ni por supuesto Havana: la más cruel de todas las interpretaciones que se han hecho de una celebridad.

Todo esto está marcado también por una utilización magistral del espacio, sobre todo, de los espacios interiores. Hay muy pocas escenas en exteriores. Y si las hay, como la de la limousine o la del estudio, son en el interior: en la parte de atrás del auto, o en el trailer. A diferencia de Cantando bajo la lluvia (1952. Donen-Kelly), otra película que hablaba de la esteralidad pero del desde el lugar donde se producía el hecho artístico (el escenario, el estudio, la sala de baile) aquí los espacios son casi y exclusivamente los espacios íntimos: las habitaciones, los livings, los toiletes. Esto da un aire de proximidad, de cercanía casi cientificista del director con sus personajes.


Por supuesto, la dialéctica entre lo que muestran y lo que son, entre el ser y la máscara, hubiera sido imposible de trasmitir sin los actores y en especial sin Julian Moore. Ella es la que marca los cambios de los personajes, ella y sus acciones son, de alguna manera, las que motorizan que la trama avance incluso hacia lugares que la perjudican. Por ejemplo, si ella no hubiera aceptado a Agatha como su asistente, esta no hubiera tenido acceso a Benjie. Hay incluso algo como diabólico en el personaje de Segrand. Cronenberg sugiere que todo aquel que entra en contacto con ella está destinado a un final desagradable: la escena en la cual se cruza con la que actriz que había sido originalmente elegida para el papel de su mamá en la película es ejemplificativa en este sentido.

Pero ¿qué aporta de nuevo Cronenberg sobre Hollywood que no se haya dicho antes? ¿Qué diferencia su película de las crónicas que hacen algunos programas de Inside Hollywood, o las historias negras del mundo del espectáculo? Que el canadiense hace una película en Hollywood pero que podría estar describiendo su mirada sobre la humanidad en un mundo atravesado por el exitismo. Si David Lynch sugería que Hollywood podía corromper, incluso, al alma más caritativa, Cronenberg, 13 años después, sugiere que la única manera de estar en Hollywood es siendo corrupto, que no se puede permanecer en un estado “original” allí dentro y que por eso la salvación está en volver al polvo, como si la existencia misma sea ya y en sí misma una degradación.

Si existen películas oscuras, Polvo de estrellas… es una.