Hay películas en las que el auterismo, la dosis de creatividad que
hace que las expresiones estéticas tengan un plus, le corresponde también a los
actores. Esto no es nuevo: viene de los tiempos de Chaplin y Keaton, quizás
antes, donde la gestualidad del actor era uno de los elementos fundamentales
para entender el concepto, el “sentido” de la trama e incluso ir un poco más
allá: para ver cómo funciona esa gestualidad en un entramado más amplio de
relaciones de poder, por ejemplo. Polvo
de estrellas (Maps to the stars),
la última película del canadiense David Cronenberg estrenada en la Argentina, tiene algo de esto en el
sentido que la dialéctica entre el ser y la máscara, propia de la esteralidad
tal cual la definió Morin, es impensable sin la performance de sus actores, y en especial Julian Moore.
Para empezar, y contrariamente a
otros casos, quiero decir que la traducción del título al español me parece
bien apropiada, sugestiva. Polvo de estrellas
tiene varios sentidos: es el polvo propiamente dicho, el maquillaje, esa capa
de distintos ingredientes que se utiliza, y valga la paradoja, para desacentuar
el brillo del rostro frente a cámara. Pero el polvo es además una especie de big bang, el polvo es lo opuesto a la
materia. De hecho, existe una frase de doble sentido en español que es “del
polvo venimos y al polvo nos vamos”. Maps to the stars no está mal, claro,
es una referencia a la apertura y el epílogo del film. Y también es una solapada
referencia al ADN: al mapa de ADN, la esencia biológica humana y,
efectivamente, hay una suerte de “tesis” sobre el ser en la película.
Polvo de estrellas se inscribe dentro de
ese corpus de obras, que algunos definen como género, que es el cine dentro del
cine. Y en este caso en especial es el cine dentro de Hollywood. La lista de
películas que han mirado a Hollywood desde dentro es larga pero por citar
algunas recordemos a la magistral La
Bella y la Bestia (1955, The Bad and
the Beatiful) de Minnelli, Sunset
Boulevard (1950, Billy Wilder) y más acá en el tiempo El camino de los sueños (2001, Mulholland
Drive) y Adoro la fama (2013, The Bling Ring), entre otras. Pero
mientras la película de Minnelli se concentraba, entre otras cosas, en la tensa
relación entre el director y el productor en el sistema de estudios de
Hollywood (en un momento donde este se estaba debilitando), las últimas tres se
concentran en el tema de la esteralidad, la falta de ella y el efecto de
abstinencia que genera en aquellos que supieron, o quieren, tenerla.
Havana Segrand es hija de una
estrella famosa que murió es un accidente doméstico cuando se incendio su casa
en Navidad. Claro que Cronenberg nos va dando esta información poco a poco, a
medida que vamos relacionándonos con los personajes. De hecho, en el comienzo
de la película cuesta ligar las relaciones entre ellos. Lo primero que
comprendemos es que Segrand ha hecho un casting
y que cree que ese no solo es el papel que la devolverá a las marquesinas sino
el rol que la devolverá al trabajo y, sobre todo, le permitirá sanar, o
exorcizar definitivamente, el vínculo tortuoso que tuvo con su madre. De hecho,
el rol que audicionó es para interpretarla. A partir de allí distintos
personajes se entrecruzan: el motivational
speaker, su esposa madre de un niño
star, el chófer de limousines (en una autocita de Cronenberg a su trabajo
anterior Cosmópolis) y una señorita
que usa guantes y en principio no entendemos por qué.
Esta dispersión de los
personajes, esta falta de conocimiento de los espectadores de por qué todos están
juntos en la misma película si aparentemente no tienen conexiones entre sí, es,
creo, totalmente deliberada: Cronenberg quiere contrastar el comienzo del final
de la película, quiere contrastar la separación de la unión, de la trágica
unión a la que inexorablemente estos personajes están destinados. En este
sentido, es que podríamos emparentar esta película con un trabajo anterior del
canadiense - Pacto de Sangre (1988)-
pero también con la tragedia de Sófocles, Edipo. Como en esta aquí también hay
un incesto del que no se puede escapar y unos personajes que cuanto más huyen,
más se acercan a su trágico destino.
Y en el interín Cronenberg
construye la mirada más desagradable que se ha tenido sobre Hollywood, y el
mundo de las celebridades. La dialéctica entre el mundo exterior y el interior,
tal cual la describió Edgar Morin, aquí es llevada a un extremo cruel en el que
ningún personaje puede ser redimido: Ni la madre de Benjie, Olivia (Christina
Weiss), ni Benjie mismo (Evan Bird), el niño estrella con una incipiente
psicosis que a temprana ya ha tenido que internarse para rehabilitación, ni su
padre el Dr. Weiss (sorprende John Cusak en un papel dramático de estos
contrastes), ni Agatha, la en principio misteriosa muchachita, ni Jerome (Pattison)
el chófer, ni por supuesto Havana: la más cruel de todas las interpretaciones
que se han hecho de una celebridad.
Todo esto está marcado también
por una utilización magistral del espacio, sobre todo, de los espacios
interiores. Hay muy pocas escenas en exteriores. Y si las hay, como la de la
limousine o la del estudio, son en el interior: en la parte de atrás del auto,
o en el trailer. A diferencia de Cantando
bajo la lluvia (1952. Donen-Kelly),
otra película que hablaba de la esteralidad pero del desde el lugar donde se
producía el hecho artístico (el escenario, el estudio, la sala de baile) aquí
los espacios son casi y exclusivamente los espacios íntimos: las habitaciones,
los livings, los toiletes. Esto da un aire de proximidad, de cercanía casi
cientificista del director con sus personajes.
Por supuesto, la dialéctica entre
lo que muestran y lo que son, entre el ser y la máscara, hubiera sido imposible
de trasmitir sin los actores y en especial sin Julian Moore. Ella es la que
marca los cambios de los personajes, ella y sus acciones son, de alguna manera,
las que motorizan que la trama avance incluso hacia lugares que la perjudican. Por
ejemplo, si ella no hubiera aceptado a Agatha como su asistente, esta no hubiera
tenido acceso a Benjie. Hay incluso algo como diabólico en el personaje de
Segrand. Cronenberg sugiere que todo aquel que entra en contacto con ella está
destinado a un final desagradable: la escena en la cual se cruza con la que
actriz que había sido originalmente elegida para el papel de su mamá en la
película es ejemplificativa en este sentido.
Pero ¿qué aporta de nuevo
Cronenberg sobre Hollywood que no se haya dicho antes? ¿Qué diferencia su
película de las crónicas que hacen algunos programas de Inside Hollywood, o las
historias negras del mundo del espectáculo? Que el canadiense hace una película
en Hollywood pero que podría estar describiendo su mirada sobre la humanidad en
un mundo atravesado por el exitismo. Si David Lynch sugería que Hollywood podía
corromper, incluso, al alma más caritativa, Cronenberg, 13 años después,
sugiere que la única manera de estar en Hollywood es siendo corrupto, que no se
puede permanecer en un estado “original” allí dentro y que por eso la salvación
está en volver al polvo, como si la existencia misma sea ya y en sí misma una
degradación.
Si existen películas oscuras,
Polvo de estrellas… es una.