En su paso por Mar del Plata, y en el estreno comercial en Buenos Aires Somewhere, la película de la directora norteamericana Sofía Coppola, no cosechó buenas impresiones, Pero como las relaciones que las personas establecen con las películas son, por suerte, variadas y distintivas, aquí van unas palabras de la autora de este blog sobre la película de referencia.
Las películas que tocan el tema del cine dentro del cine son muchas, variadas y, para ciertos estudiosos, han delimitado un género en sí mismo. Algunas tienen lugar fuera, y otras dentro de Hollywood. Dentro de estas últimas podemos citar a Sunset Boulevard (1950), Cautivos del mal (1953, Minelli) o Cantando bajo la lluvia (1952), y más acá en el tiempo Dioses y monstruos (1998), El camino de los sueños (2001) o El aviador (2004). Todas revelan cierto detrás de escena de la “Fábrica de Sueños”, pero no lo hacen de la misma manera: algunas reflexionan sobre cómo se hacen las películas allí y otras sobre qué es ser hollywoodense. Somewhere, la cuarta película de Sofía Coppola, se instala en esa arista: en el backstage de una estrella de Hollywood. Sin embargo, no solo predomina en la película el comentario irónico, o distanciado, a propósito de cierta forma de ser, también se recrea un vínculo amoroso. En este caso, entre un padre, y una hija.
Los temas abordados preparaban el terreno para hacer una comedia al estilo de Hong Sang-soo en Like you know it all o, salvando las distancias, Papá por un día. Si la directora hubiera querido repetirse, como se ha dicho por ahí, habría explotado esa fórmula que le salió tan bien en Perdidos en Tokio, e incluso en María Antonieta, cuando fusionó canciones con situaciones sensuales, y/o divertidas.
Pero no. Por alguna razón que no terminamos del comprender del todo, Somewhere es la más oscura de todas las películas que ha rodado Sofía Coppola. Ni el rostro de Kirsten Dunst mirando a cámara en el plano final de María Antonieta (2006) se iguala a la mirada extraviada, ausente y como de ultratumba del perdido Johny (Stephen Dorff). Y éste carga esa mueca en Los Àngeles, el lugar que, al menos desde el mainstream cinematográfico, nos quieren hacer creer que es el paraíso terrenal. Y no solo porque allí se realizan las superproducciones, y podés transformarte en estrella (o… “idol”)’ sino también porque, insisten, el clima es fabuloso, las mansiones son espectaculares y todos están siempre de buen humor.
Sin embargo, desde el primer plano Somewhere nos indica todo lo contrario: Al plano de la apertura (significativamente el de un auto en medio de un desierto que da vueltas, y vueltas) le siguen unos cuantos minutos donde nadie habla. Si el habla puede ser la marca de la presencia humana en un paisaje, aquí su ausencia coadyuda a crear una atmósfera enrarecida. Son unos cuantos los minutos que pasan hasta que un hombre, o una mujer, le habla a otro en el film.
La escena del baile del caño delivery puede tomarse también como muestra del ascetismo estético hacia el que Coppola (en las antípodas del cine de su padre, recordemos sino esa bacanal de imágenes y sonidos en el comienzo de Apocalipsis Now) ha llevado la puesta en escena en este film: Un cuarto, una cama, dos gemelas, una música de grabador portátil y una cámara como si estuviera ubicada en el espacio que quedaba entre las paredes de la locación. ¿Hay erotismo en la situación? ¿O algún tipo de espectacularidad? Más bien todo lo contrario. La escena es proporcionalmente inversa a la del karaoke que en su momento elevó al estrellato a la por entonces incipiente Scarlett Johansson en Perdidos en Tokio. Película, por cierto, mucho más digerible.
En todo caso, el lazo más fuerte que Somewhere tiene con Perdidos en Tokio (aparte de que ambas transcurren en hoteles) es la relación entre un hombre adulto, y una mujer más joven. A esa relación, la directora le sumó el vínculo parental y la trabajó fundamentalmente a través de las miradas. Miradas que por momentos dicen mucho, y por momentos poco. Si en Perdidos en Tokio no terminábamos de comprender si Bob Harris miraba a Charlotte de manera libidinosa, tierna, o ambas, aquí esa indefinición también está presente. Basta con volver a mirar la escena en la pista de hielo, una de las primeras que comparten padre, e hija: ¿qué mira Johny? ¿Qué piensa o siente al ver bailar a su pequeña hija?
Cuando ingresa Cleo a la película si bien la atmósfera cambia, no deja de ser extraña. Extraña en el sentido de no ordinaria, no corriente. Cleo, incluso físicamente, parece un hada madrina que llega a proteger a Johny. Es como un cuento para niños, pero al revés: Aquí son los menores los que llegan a rescatar a los adultos. Una idea interesante, pero al mismo tiempo un poco inquietante: ¿Por qué en la película no hay alguna otra mujer, más allá de su hijita Cleo, que pueda sacar a Johny de su apatía? O ¿por qué no hay en la película otro personaje femenino que sea tan inteligente, sensible, refinado y sofisticado como ella y por la que Johny pudiera sentirse atraído?
Ese es, aparte de las filiaciones con otros directores, o con el cine moderno europeo, el sello Sofìa. Pocas como ella para narrar historias de amor que definen que dejan marcas que es difícil difuminar. No importa si eso es parte de su vida, o si en cada una de sus películas la directora está escribiendo su autobiografía. Lo importante es que, a contramano del cine que llega de Hollywood, esta mujer hace películas que tratan de “los seres humanos y sus almas”.
Lo de “los niños ricos que tienen tristeza” - una frase que como bien apunta Diego Lerer en Micropsia se ha hecho popular para describir a esta película-, es otro asunto. En realidad los Coppola no pertenecen, en el sentido de que no nacieron allí, a una clase social alta aunque su vida haya estado atravesada por ésta, o les haya tocado en suerte, o en desgracia (¿quién sabe, no?).
En general, y si la memoria no falla, en las películas de Sofía Coppola donde se muestran lugares, u objetos lujosos, sus personajes, aún cuando sean reinas, se relacionan con éstos de manera lúdica. No los cuidan como seres, los usan como lo que son: cosas materiales. En todo caso, si hubiera que adscribirles a los Coppola una clase, sería la de los que producen, nos gusten, o no, las cosas que hacen.
Copyleft Lorena Cancela